John y Nancy
Por Quetzalli Aquino
El día de mi cumpleños número treinta y dos enviudé. No lo supe en ese momento. Apenas hoy me vengo a enterar; esta mañana, no lo hubiera imaginado. Era una salida rutinaria, una inspección a los alrededores para mantener nuestra seguridad, Eric me acompañó a pesar de pedirle que no lo hiciera. Era un tipo amable, bueno para platicar pero terrible para defenderse, así que le dejé la pistola y yo tomé las cuchillas de unas tijeras de jardinería, eran ridículas y efectivas.
Durante nuestro corto paseo la vi.
La vi con nuestro vestido favorito. El rosa. “Es salmón” escuché la voz de Nancy en mi cabeza. Yo lo veía rosa y le quedaba perfecto, lo traía puesto el día que nos conocimos, y también cuando desperté el día de mi cumpleaños.
- Tengo algo que hacer pero regresando mi día es tuyo, - se despidió lanzando un beso.
No la volví a ver.
Nancy y yo amábamos los zombies. Veíamos las películas, las series, teníamos la Guía de Supervivencia casi deshojada de tantas leídas e incluso un plan de acción en caso de un apocalípsis zombie. Pero nunca consideramos que llegaría aquel día, conmigo en ropa interior y que tocara a la puerta de la casa. En realidad, fue el vecino que golpeó la puerta al caer de bruces y me topé con su cuerpo destrozado por su mujer que, al verme, se lanzó contra mí. Cuando estás en calzones y la vecina te persigue, los planes se esfuman y lo único que puedes hacer es huir. O al menos ese fue mi caso y lo que me trajo aquí, meses después, refugiado con otros sobrevivientes, de treinta y dos años, viudo.
Y después de todo este tiempo ahí estaba, con ese vestido y el cabello revuelto. Cubierta de sangre y suciedad. El olor de sus entrañas era claro aún a la distancia. El aire se me escapó sin notarlo.
Eric estaba unos pasos más atrás, observándola acercarse, nervioso y en silencio. Él no sabía quién había sido ella. Quién era. ¿Podría ser qué Nancy siguiera dentro de ese cuerpo en descomposición? Tal vez sus recuerdos estaban atrapados en un cerebro atrofiado. Tal vez ella también me había reconocido y por eso venía hacía mí. Incluso podría estar intentando llamarme, pero su boca descarnada se lo impedía.
Ya sólo nos separaban un par de metros cuando la escuché.
- Johnny…
Su voz era tan clara como siempre, tan suave que parecía ser susurrada a mi oído.
- Espera, - ignoré a mi compañero que intentó detenerme cuando caminé hacia ella.
No era mi imaginación ¿o sí? ¿Acaso no estaba Nancy en el fondo de esos ojos opacos? Debajo de esa piel desgastada. La tomé de los hombros y sus siseos se hicieron más fuertes.
- Nancy, - era ella. Toda ella. Con su cabello revuelto y nuestro vestido favorito. Había regresado y era mía por el resto del día. Por el resto de nuestros días. La besé, la besé como lo hubiera hecho el día de mi cumpleaños si el fin del mundo nos hubiera avisado de su llegada. Un encuentro de piel y dientes. De ansiedad y abandono.
Una explosión entre nosotros me obligó a soltarla. Su cara en descomposición se encontraba ahora bañada en una mezcla de sangre negra y roja brillante. Sus ojos opacos seguían abiertos pero, ahora sí, estaban muertos y yacía inerte entre mis manos.
Un líquido pegajoso y caliente se deslizaba por mi cara y entonces lo entendí. Eric había disparado. Y por una vez, el estúpido, había acertado. Caí con Nancy entre mis brazos. Y lo juro, la escuché suspirar.
Siete Nuevos Narradores
Editorial
Nos gusta tomar letras para formar palabras, aunque no despreciamos el agua, la leche, cerveza, güisqui o bebernos alguna que otra idea para ir alimentando nuestras historias.
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