Levántate, no tienes los huesos
rotos
Por René López
«Busquemos una joven virgen que lo
atienda y lo cuide, mi señor;
dormirá en sus brazos y le quitará el frío»
Reyes 1:1
No despiertes; me doy una orden que no voy
a atender: no despiertes. El clip continúa y yo despierto. Dentro del video, la
otra yo ve al anciano muerto y grita. Mientras observo, fuera, también
yo grito. En la última semana he visto ciento cincuenta veces al anciano tomar
un té, desnudarse y quedarse dormido hasta la muerte, a un lado mío. Tengo la
grabación porque quería saber qué pasaba mientras yo dormía.
De manera regular iba a casa de Sara; ella
me daba un té para dormir por varias horas.
Mientras duermo, hombres, ancianos casi todos, intentan suplir su
incapacidad sexual con fantasías. A cambio pagan la factura de mi celular, dos
entradas al mes para un restaurante lujoso y un exclusivo spa de su propiedad.
El dinero que recibo es aparte, depende de las personas que atienda. Casi siempre
es más dinero del necesario para pasar muy bien el mes.
El contrato no restringe nada, pueden
hacerme lo que sea, salvo penetrarme. Pueden lamerme, escupirme o venir a
morir envenenados a mi lado y pagar por
ello.
No lo sabía, por eso compré la cámara
miniatura.
Al día siguiente vinieron a mi departamento
a recordarme el acuerdo de confidencialidad que teníamos. Yo puedo decir nada
sobre el hombre envenenado.
Trato de olvidarlo y seguir yendo a la
universidad. Pero mi celular timbra. Timbra y lo silencio. Timbra aunque lo ignoro. Timbra y,
cuando contesto, es ella. Ya no quiero ir de nuevo a tu casa, Sara. Te
entiendo, Lucy, no voy a llamar en un tiempo, descansa.
Pero tengo miedo. Por las noches veo
automóviles que me siguen de regreso
desde la estación del subterráneo. Dos noches seguidas un hombre de chaqueta
café va detrás de mí, intenta hacerse el
disimulado y cometo el error que me pone en donde estoy. Marco el número de
Sara y le digo que deje de molestarme. Intenta defenderse, no sabe de lo que
hablo. ¿Y los automóviles, y el tipo de la chaqueta?. Sigue sin entenderme;
entonces le digo del video, si continúa su acoso lo haré público. Me grita,
sabe donde vivo, no me estaba siguiendo pero ahora no se detendrá hasta tenerme
a mí y al puto video, luego cuelga.
Me quedo quieta, pensando al borde de la
cama. Tocan la puerta, mi sangre abandona mi cara y siento una palidez dolorosa
que marea. Corro al baño en puntas. Si recuerdo que estoy viva es sólo por el
dolor al golpearme con el lavamanos. Se hace un silencio profundo, escucho caer
el agua en el depósito del escusado. Desde afuera me gritan. Es la encargada de
cobrar la renta, no estará la próxima semana pero puedo depositar en una cuenta
de banco.
***
Teniendo a las personas indicadas puedes
encontrar a quien sea. Me imagino que Sara tendrá a cualquiera de los ancianos
a su disposición, pero no creo que sean las personas precisas para encontrarme.
Ni yo sé dónde estoy. Busco alguna noticia que hable del hombre en casa de
Sara, no hay nada. Nada.
Debo calmarme, hacer una lista de lugares
en donde esconderme. No debo ir con amigos o familiares. Aunque quisiera, mis
familiares no me hospedarían y mi lista de amigos es inexistente. Descarto la
posibilidad de un hotel, ya no es fácil registrarse con un nombre falso. ¿Se
encuentra bien, señorita?, me dice el camarero del café. Sí, sólo mis exámenes,
respondo intentando justificar mis lágrimas
y todas las hojas en la mesa. Me trae un té. Es un regalo, para que
termine pronto. Espero terminar pronto.
CouchSurfing, plataforma de hospedaje
gratuito. Busco desde el celular. Me arroja varios sitios, en casi todos tienes
que registrarte y mostrar credenciales.
Finalmente descubro uno que es más amable con las restricciones, dice en su
página principal: “un esfuerzo de buena voluntad en contra de
empresas que hacen negocios con la colaboración”. Qué estupidez. Yo sólo
busco un lugar más o menos seguro y lejos de mis rumbos usuales.
Mi anfitrión es un tipo flaco, huele a
tabaco, tiene libretas y papeles tirados por todo el diminuto cuarto. Me
preparó un futón, él no dormirá acá, tiene una reunión con amigos, pero puedo
sentirme en casa. No, gracias, le contesto en mi mente y me siento a esperar a
que se vaya para acostarme. No duermo,
siento que estoy olvidando algo, siento que Sara o algún tipo contratado por
ella estará esperándome afuera para cuando salga, o que al doblar la esquina
los voy a encontrar. Va a ser fácil para ellos, aún recuerdo algunos
movimientos de kick boxing, pero ocho años sin entrenar son demasiados.
Logro empezar a soñar. Dentro del sueño
estoy dormida en la casa de Sara, pero el cuarto no está; todo lo que nos rodea
es una nube color esmeralda, me levanto, estoy gritando, siento el esfuerzo
pero no se escucha nada. De pronto, el anciano muerto se despierta y me voltea
a ver. Le faltan pequeños pedazos de piel, alcanzo a ver larvas blancas en
algunas partes de su rostro. Me toma de la cara y mete su lengua a mi boca.
Intento despertar, pero sigue aquí conmigo, siento su peso sobre mi pecho y no
me puedo despertar. Lloro, siento mis lágrimas correr. Intento hablar pero no
puedo porque tiene su lengua hurgando mi boca. Abro los ojos y el tipo flaco
está sobre mí, no tiene camisa, está borracho y dice cosas que no logro
entender. Lo empujo y cae, lo pateo en el suelo. Cojo mi mochila y me largo,
sin más trámite. Salvo en la casa de Sara, nunca duermo desnuda en las casas
ajenas.
***
Regreso por donde llegué. Ya no me siento
perseguida, pero sí perdida . Me dirijo al café. Está a punto de amanecer, así
que espero sentada en la banqueta a que abran. Me despierta el mesero, levanta
la cortina, me hace pasar y prepara la mesa más próxima a la ventana, me sirve
dos panes con mermelada y café.
No hablo nada mientras como, él no dice
nada. A veces, cuando termina de limpiar algo, se sienta conmigo y me observa.
Está para cualquier cosa que necesite, dice.
Se levanta para atender a los clientes que
comienzan a llegar, siento sus miradas en mí, como si supieran que huyo, como
si supieran algo y fueran parte de un grupo organizado por Sara. Una anciana me
voltea a ver y me recuerda a mi abuela. La señora que espera un desayuno y su
pequeña hija me recuerdan a mi madre y a mi hermana. Al anciano de traje no lo
puedo relacionar con nadie, pero es el que más me parece conocido. Comienzo a
sentirme mal. Siento una mueca que mi cara hizo por sí misma: es el muerto, me
sonríe. El mesero sirve café en la mesa de junto. No me puedo parar y llegar al
anciano. Lo cojo de la camisa. Voltea y en el movimiento, con el brazo que
sostiene la cafetera, me noquea. Despierto, algunas personas están cerca, el
mesero trae un trapo mojado que me pone en la cabeza. El anciano muerto ya no
está, vuelvo a cerrar los ojos.
***
Las paredes hablan, las mesas, los
sillones; cualquier decorado dice quién es la persona que vive en el espacio en
el que estás. Es muy identificable la presencia o la ausencia de un florero, un
cuadro o alguna pintura. A veces engañan, claro, a veces pensarías que una
buena persona vive en una casa acogedora. Casi siempre es fácil saber de las
personas por sus hogares.
Así comienzo a entender al mesero, Tel Fitt
se llama, es hijo de inmigrantes angoleños, él ya es de acá, supongo. Comparte
casa con otras dos personas, uno trabaja y el otro estudia, ambos están fuera
de la ciudad ahora. Dividen el alquiler, de otro modo no podría tener una
habitación decente. Que me lo digan a mí, también fui mesera.
Puedes quedarte acá, el café está a un par
de cuadras, recuerdas por dónde llegar ¿cierto? Creo, le contesto.
Observo un pequeño cuadro en un
portarretratos, es un atardecer: rojos y naranjas en el cielo, los árboles
están pintados con negros. De ahí debe venir Tel, pienso.
Por la noche, cuando regresa del café,
horas después, ya sé casi todo de él. Basta algo de plática para darme cuenta
que mis apuestas son ciertas. Sé que estudió arte y no pudo concluir.
Hay una dedicación profunda cuando hace
cualquier cosa: prepara comida, lo que plasma en un cuadro, una figura de
cerámica o la atención que pone en mí. Es como si hiciera todo con una fuerza
vital que envidio.
Puedo definir precisión cuando él pregunta. Sus preguntas están a la mitad; no es
intrusivo, pero me hace sentir confiada para dejarle entrar a una parte de mí.
Escucha con atención, hablar con él es como pensar cosas en voz alta, cada vez
con más claridad. Comienzo a decirle el embrollo en el que estoy, le hablo de
Sara y del muerto, incluso le menciono que dudo un poco de él por mi última
experiencia con el flaco asqueroso. Sonríe un poco, me dice que es normal, pero
vale más la pena confiar en los otros.
A la hora de dormir me dice que duerma en
su habitación, él puede dormir en la cama de alguno de sus compañeros. Quiero
dormir con él, abrazarlo y sentir que ésta es mi casa y que no tengo que
esconderme más, quiero verlo dormido y saber que mientras yo duerma él sólo
estará ahí para mí. Pero es mejor dormir sola. De cualquier modo cierro con
seguro la puerta y duermo vestida, aunque me quito el brassier y los zapatos.
Duermo reconciliándome con la cama. Duermo
y me imagino que la cama vuelve a ser un sitio para esconderse. Si pongo mi
cabeza debajo de la sábana nada puede pasarme porque es un campo de protección
contra Sara y contra el mal del mundo. Comienza a haber ruido, como alguien
afuera tirando platos, como mis padres discutiendo. Despierto y me mantengo con
la cabeza debajo de la sábana, el ruido desaparece por un instante, todo es
callado y suave, las cosas van bien, estoy tranquila.
Recuerdo que no estoy en casa. Salgo de la
cama y en la sala veo a Tel en el suelo, y a varias personas en la habitación;
uno de ellos revisa el cuello de Tel, otro está detrás de un hombre. Un hombre
que sostiene mi teléfono, un hombre que se supone está muerto.
Te doy miedo, dice, más que un señalamiento
es una orden. Me quedo callada. Sara me dijo que te escondías, pero ella tiene
rastreada tu línea, ella la paga. ¿Cómo
mierdas puede estar acá? Puedes hacer lo que sea con el video, me da igual.
Por favor caballeros, salgan. Vinieron por si había problemas con el negro.
Mi cara vuelve a moverse sin mi permiso,
tengo miedo y no sé qué está pasando. Los tipos salen y el anciano se sienta en
el sillón, mira hacia arriba, parece complacido. Sabes, me dice, a algunos nos
gusta mucho ver el miedo. Qué hermosa eres cuando tienes miedo.
Entonces me enciendo, un ardor desde la
boca de mi estómago sube y mi cabeza explota, no sé en qué momento me pongo
encima de él. Lo golpeo. Su cara comienza a desaparecer es como esculpir un
cadáver. Mis brazos, no me obedecen, hacen con el anciano lo que ellos quieren.
Ya no se mueve ni lucha contra mi cuando suena el teléfono. Es Sara.
-Lucy ¿Ya está contigo el señor Ellison?
- …
- ¿Lucy?
- ...
- Discúlpanos el mal rato que pudimos
hacerte pasar, Gerald insistió en seguirte, no podíamos decirte, él quería ver
tu miedo. No es nada personal. De verdad...
- …
- Cuando puedas pasa a mi casa para pagar
tus honorarios, tres veces lo que recibes regularmente, creo que lo vale.
Sara cuelga, aprieto el celular y con la
mano cerrada golpeo de nuevo a Gerald Ellison, si no tenía los huesos rotos,
ahora sí.
Siete Nuevos Narradores
Editorial
Nos gusta tomar letras para formar palabras, aunque no despreciamos el agua, la leche, cerveza, güisqui o bebernos alguna que otra idea para ir alimentando nuestras historias.
Nos gusta escribir lo que vemos, pensamos, sentimos. Intentamos ser fieles a nosotros mismos, aunque de pronto nos traicionamos y somos más fieles a nuestras inquietudes, nuestros vicios, nuestros miedos, nuestras certidumbres y nuestras dudas, de ahí nacen nuestras historias.
Hijos de nuestro tiempo, apostamos al ciberespacio y nos subimos a la revista Sputnik 2 (junto con Laika) para poner en órbita nuestras letras. Pase, léanos, quizá se reconozca en alguno de nuestros textos. Recomiéndenos si pasa un buen rato leyendo, sino escriba para decirnos lo malos que somos. Apostamos a divertirnos, generar nuestra propuesta literaria para que sepan que aquí estamos y derramaremos letras e historias desde Aguascalientes.
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