Primitivos
Por Rodrigo Carranza
En una fiesta para celebrar los quince años de Graciela, no hay chambelanes ni damas, pero se encuentra toda la familia de Don Javier, padre de Graciela, unos vinieron de los alrededores, los de más lejos, de Estados Unidos y otros vinieron del bajío, de un lugar donde aún los domingos las muchachas dan vuelta alrededor del jardín y los muchachos en sentido contrario a las primeras. Si una muchacha se interesa en alguno de ellos, deja caer sutilmente el pañuelo y este lo recoge para entregárselo e iniciar el cortejo, si la charla dura más de diez minutos se concreta el noviazgo. Algo parecido a lo que ocurrió en “Tizoc” con María Félix y Pedro Infante, cuando ésta ingenuamente le dio a él su pañuelo para mitigar el dolor de su mano lastimada y luego se desencadenó la confusión y malentendido por el desconocimiento de la tradición y/o usos y costumbres del lugar.
- ¿Güey, Genaro, quien es esa chava?
- ¿Cuál la güerita, está bien guapa verdad cabrón? Roberto, es nuestra prima güey.
- Ah caray ¿y de dónde salió que yo ni la conocía?
- Pues de Santa Cruz güey, de donde el compositor de Sobre las Olas, es prima segunda, nuestros jefes eran primos de su jefa.
- Aaah órales, qué lástima Genaro, aunque sí, estaría bien ir “sobre las solas” güey.
- Lástima, “ni chicles primo”, le voy a pedir que sea mi novia.
- ¡No mames güey, es nuestra prima!
- Éjele cabrón se me hace que te la quieres quedar tú, “marrano”.
- Ni sé cómo se llama, pero si no hay lío, no estaría nada mal, aunque sólo para un “free”, sino capaz que los escuincles salen cuchos.
- Le dicen Liz, pero se llama Lizbeth. -Vas cabrón ¿a ver a quién le hace caso?
Ese mismo día y después de unas horas Lizbeth y Roberto ya eran novios. Con el paso del tiempo continuaron viéndose discreta y esporádicamente, cuando había alguna fiesta familiar, o en las vacaciones. En una de esas ocasiones aparte de besos y caricias llegaron a algo más, lo que hizo más fuerte el lazo entre ambos, hasta que en una pelea de novios Roberto confesó a Lizbeth que había tenido otra novia, sólo por un día según él, pero Lizbeth no quiso escuchar explicación alguna y decidió terminar la relación. Roberto hizo gala de orgullo y accedió aparentemente sin ninguna complicación, sin embargo pasado algún tiempo, Roberto se enteró que Lizbeth se casaba y así se esfumó para él la ilusión de ir a buscarla a donde fuera, para casarse y ser felices por siempre, como en los cuentos de princesas, aunque para ello primero debería terminar la escuela y conseguir un buen empleo. Su castillo de humo se desvaneció, se enfrascó en sus estudios y en cuanto a mujeres, hubo muchas en su vida, aunque al principio las entusiasmaba y después las trataba con desdén.
A ojos cerrados, un buen día Roberto acudió a aquel lugar donde habitaba Lizbeth, sin importar que ella estuviera casada y tal vez con hijos. Llegó a caballo, con pistola al cinto, dispuesto a lo que fuera, porque estaba seguro que ella aún lo quería y que si se había casado con otro, había sido por mero despecho, por salirse de su casa o incluso por interés, pero no por amor. Reconocería a los hijos de ella como si fueran propios y juntos tendrían otros hijos, muchos más; a todos los querría igual, vivirían en una ciudad lejana pero hermosa, sus hijos crecerían felices y ellos envejecerían juntos.
Roberto, Roberto, despiértate hijo ¿cuál caballo?, ¿Cuál Liz?, hijo ya alístate para tu examen profesional, apuraba a Roberto su madre al ver que ya se le hacía tarde. Roberto se graduó y consiguió ser un profesionista, se fue a vivir a otra ciudad al norte del país, se casó con una chica de aquel lugar y criaron a dos hijos varones y a una mujercita, la menor.
Muchos años después, de esas vueltas que da la vida, en uno de tantos posibles centros comerciales.
-Ah caray, dijo para sí Roberto, qué mujer tan guapa, ya se ve madura, pero está muuuy bien. Después de más de treinta años, vino a la memoria de Roberto la figura de Lizbeth, pero era imposible, seguramente ella estaba muy lejos de ese lugar.
Hijos, mujer, les comento que hoy viene mi primo Genaro, de cuando niños jugábamos fut y éramos grandes cuates, incluso de jóvenes, pero dejamos de vernos, yo me dediqué a la escuela y luego al trabajo y salvo algunas ocasiones en las que coincidimos, no hemos convivido más.
-Pásale primo, estas son mi esposa, mi niña la más pequeña y uno de mis dos muchachos, falta el mayor, que por cierto quién sabe dónde anda…, le dimos por nombre Camilo, como tu papá, primo, quien por si no lo recuerdas era mi padrino.
Claro que sí primo, cómo no me voy a acordar, pues si me caías bien gordo porque a ti te daba más “domingo” que a mí.
Ni aguantabas nada primo…
Entre tragos, comida y algunas remembranzas… por cierto preguntó Genaro, ¿si sabes que Liz vive aquí en esta ciudad a donde hace ya muchos años te viniste a vivir, verdad?
-No primo, no sabía. Roberto tragó saliva, “cállate güey que me vas a meter en broncas” expresó con ojos agudos y entre dientes a Genaro, quedándose pensativo y recordando a aquella mujer que recién vio en un centro comercial, era ella…Genaro entendió que había sido indiscreto.
Minutos después, entran por la puerta de la sala Camilo, tomando de la mano de una linda muchacha.
Hola familia, les presento a mi novia, se llama Lizbeth y es de… ¿cómo dices que se llama tu pueblo amor?
Buenas tardes señora, buenas tardes señores, mucho gusto a todos, expresó sonriente la chica, mi localidad se llama Santa Cruz, de donde el compositor Juventino Rosas.
Roberto y Genaro se miraron fijamente el uno al otro y por un instante quedaron mudos, lo que sigue no viene a cuento.