Call me old fashioned… please! | Por Mónica Castro Lara |
Remontémonos 89 años atrás, cuando en Estados Unidos
faltaban tan sólo dos años para el Crack del 29 y con él, la euforia y auge de
la Era del Jazz llegarían a su fin, así como las flappers, escritores como F. Scott Fitzgerald y celebridades como Clara
Bow. Fin, fin, fin. A pesar de ello, nunca hay que olvidar que la década de los
roaring twenties le dio al mundo gigantescos
avances en todos los ámbitos posibles, en especial en los sociales, culturales
y tecnológicos y, como muestra de dicha combinación, está el que es considerado
como el séptimo arte: el cine. Es precisamente en este año, en 1927, cuando da un
giro tan dramático –con una película en particular-, que tomó a Hollywood por
sorpresa y por lo tanto, cambió la forma de hacer y ver cine: las películas
sonoras.
Haciendo un recuento muy rápido y escueto, recordemos que el
cine en la década de los años 20 era un cine mudo, respaldado por música en
vivo y en ocasiones, por un ‘maestro de ceremonias’ apto para analfabetas que
gustaban de ir al cine y que obviamente no sabían leer los diálogos que
aparecían en pantalla. Como espectadora (y crítica sin título oficial), puedo
decirles con toda honestidad que es muy peculiar ver una película antigua y analizar
todos los aspectos que la conforman: la estructura del guion, la edición, las
actuaciones, los sets, los vestuarios
y maquillaje, etc. etc. etc. No hace falta tener un don especial para
identificar la clara evolución del cine –técnica, artística y narrativamente- a
lo largo de tantos años, pero lo que sí es fundamental y necesario para
sentarse dos horas y apreciar todo lo mencionado anteriormente, es tener mucha,
mucha paciencia. Y no me lo van a negar, a veces es muy tedioso ver una
película de hace setenta o sesenta años precisamente porque estamos ya acostumbrados
a un cine comercial que requiere y nos exige el 100% de nuestra atención, porque
de lo contrario, nos podemos perder un nanosegundo trascendental para el hilo
conductor de la historia. Esto no es bueno ni malo, ni nos hace más o menos
ignorantes, es simplemente una cuestión de temporalidad (o por lo menos, esa es
mi opinión personal). Una de mis películas favoritas -y no nada más porque es
un musical- que precisamente habla sobre esa interesante y dramática transición
del cine mudo al sonoro, es ‘Singin’ in
the Rain’ de 1952, con la actuación del fabuloso Gene Kelly del cual
escribí precisamente hace un año en estas fechas.
Bueno, una vez recordado y mencionado todo lo anterior, les
cuento que llevaba meses tratando de ver la película que es famosa por un
montón de razones: por ser considerada como la primer película sonora en la
historia del cine (aunque según yo, antes hubo varios proyectos con audio), por
tener de protagonista al que, posteriormente, sería considerado como ‘la mayor
celebridad del mundo’, por hablar de temas medio tabús, por romper con los
esquemas sociales convencionales de la época y sobre todo, por la música. Sí,
estoy hablando de la película ‘The Jazz
Singer’ de 1927, protagonizada por Al
Jolson y que hasta la fecha, sigue dando de qué hablar. Con orgullo y
felicidad puedo decirles que al fin se me hizo verla hace un par de semanas y
tengo varias opiniones al respecto.
Les cuento rápidamente cuál es la historia de la película (y
si empiezan con sus ‘spoilers, spoilers’
¡me vale!): un niño de trece años llamado Jakie
Rabinowitz tiene una voz privilegiada y su padre, el rabino y cantor
Rabinowitz, lo sabe. Cinco generaciones de su familia respaldan la tradición de
ser los cantores oficiales de la sinagoga del gueto judío de Nueva York en
donde viven, pero obviamente a Jakie eso no le interesa en lo absoluto. Su papá
lo cacha en un bar cantando, lo corre de la casa, pasan los años y Jakie –ahora
Jack Robin- se vuelve famoso, viaja por todo Estados Unidos y le llega por fin
su tan anhelado trabajo en Broadway, pero el día de la ‘opening night’, pasa algo que lo coloca indiscutiblemente entre la
espada y la pared. Punto final. Tal vez sea una historia que hemos visto y
leído en interminables ocasiones, pero recordemos que ésta fue la pionera; las
actuaciones son exageradamente dramáticas y la historia en sí es terriblemente
exagerada, pero ¡ojo! no estoy diciendo que sea una mala película o algo por el
estilo. Obviamente tenemos que ubicarnos en 1927 y precisamente por eso se los
pedí desde que inicié este artículo; por más ridícula o absurda que nos llegue
a parecer la trama de la película, no lo es.
En términos cinematográficos, la película es legendaria por
su mezcla tan característica entre el cine mudo y el sonoro; lo único que podemos
escuchar–además de la música de fondo- son las canciones que interpreta Al
Jolson, tales como “Dirty hands, dirty
face”, “Toot, toot, tootsie (goo’
bye)”, “My mammy”, “Kol Nidre” (que es un cántico judío
previo al Yom Kipur), entre otras. Este avance tecnológico pudo ser posible con
un proceso llamado ‘Vitaphone’ que la verdad, sigo sin comprender totalmente,
pero bueno… pueden buscarlo tranquilamente en internet. Ha quedado registrado
en la historia del cine que, el diálogo transitorio entre las canciones “Dirty
hands, dirty face” y “Toot, toot, tootsie (goo’ bye)” en la escena del bar, fue
el momento cumbre y de más frenesí que tuvo la película en sus primeras
proyecciones, ya que Al dice: “Wait a minute, wait a minute… you ain't
heard nothin' yet”. Tanto ha sido el impacto de dicha frase, que hay
miles de artículos sobre cómo cambió la industria del cine para siempre. Y
bueno, a la mayoría se le olvida que también podemos escuchar un breve diálogo
entre Jack y su madre cuando él regresa a casa y le toca varias cancioncitas en
el piano; yo me emocioné más en esa parte que en la anterior, pero es porque en
la escena del bar, olvidé momentáneamente ubicarme en el ’27. ¡Ah! Y se me está
pasando decirles que Al Jolson nos demuestra lo
buen actor y cantante que era. Créanme cuando les digo que Elvis se inspiró en
Al para su tan famoso movimiento de caderas.
Ahora, cambiando un poquito de tema, muchos historiadores y
amantes del jazz, rebaten el hecho de que la película se llame así, ‘The Jazz Singer’, cuando lo que menos
escuchamos en los 90 minutos de proyección, es auténtico jazz. Aquí es donde
entra mi poca experiencia y necedad, y me hacen reflexionar que, más allá de
una cuestión literal sobre la palabra jazz, la película nos habla y redirige
hacia lo que significaba y representaba culturalmente dicha palabra en
aquella época: la constante pelea entre lo viejo y lo moderno, el romper con lo
socialmente establecido en términos de racismo y feminismo, el causar polémica,
el generar y difundir el ‘american way of
life’, el derroche insaciable de dinero, la prohibición de alcohol, entre
muchas otras cuestiones. El personaje de Jack lo recalca cada que puede: “mi carrera es mucho más importante que tus
viejas tradiciones” y eso es precisamente lo crucial de la película. Eso y
que se pintó la cara de negro en la última escena, lo cual nos habla de una
apertura y leve aceptación de los blancos norteamericanos hacia la cultura de
los negros, no tanto para apropiarse de ella, sino más bien para integrarse en
ella aunque ese ‘gesto’ sería considerado una aberración hoy en día y sería
Trending Topic en Twitter. Recordemos que el jazz es auténticamente negro y
que, cuando se volvió famoso en los bares y centros nocturnos de Harlem en
Nueva York, una de sus principales audiencias, eran los blancos.
Disfruté la película mucho más cuando terminé de verla y me
permití hacer toda esta reflexión que les comparto. Soy muy sincera y admito
que había momentos en que sí me desesperaba bastante, pero ‘es parte de’. ‘The Jazz Singer’ fue, en definitiva,
un parte aguas en mi querida Era del Jazz en donde claramente hay un antes y un
después de la película y es algo que continúa asombrándome y apasionándome. En
‘París era una fiesta’, Ernest Hemingway
nos cuenta que, estando en Antibes con los Fitzgeralds y con otras amistades,
Zelda tuvo el atrevimiento de preguntarle descaradamente: “¿No crees que Al Jolson es más grande que Jesús?”, a lo que
obviamente Hem le contestó con un tajante “NO”.
Lo que hace que una vez más me emocione y se me enchine la piel al pensar en
toda esta década fascinante de acontecimientos y cómo están tan relacionados
unos con otros. ¿Y Al Jolson? Bueno, tal vez no fue más grande que Jesús, pero
gracias a él, las celebridades son lo que son hoy en día.
La Autora: Publirrelacionista de risa escandalosa. Descubrió el mundo del Social Media Management por cuenta propia. Gusta de pintar mandalas y leer. Ácida y medio lépera. Obsesionada con la era del jazz. Llámenme anticuada… ¡por favor!