Letrinas: En el vacío (un cuento ciencia-ficción)

Richard levantó la vista hacia las ventanas que estaban sobre él, era una visión espectacular, algo con lo que millones soñarían y que otros tantos millones verían como lo más banal del universo entero.



EN EL VACÍO
Por
Carlos Gabriel


     El terror es el miedo a lo desconocido.
     Fuera, en el vacío, la cápsula que se movía ligera, en la nada, contenía varios sistemas de comunicación dentro de sí, y estaba a una distancia de varios kilómetros entre la estación de donde había salido, distancia que no tenía nada que envidiar a lo que la cápsula aún faltaba por recorrer hasta llegar a la superficie plateada de la luna, donde se apreciaba una enorme construcción metálica ennegrecida de la cual algunos trozos sueltos de metal se desprendían y acababan por flotar en la infinita nada que lo rodeaba todo.
     Había además, un hombre en la capsula, que a ojos de un turista casual en el vacío habría parecido una bala perdida, un hombre trajeado como todos los hombres del espacio eran trajeados en los cuentos del espacio de los años cincuenta. Un gran traje amarillo con ciertos compartimientos y cables, piezas metálicas y un casco con un visor cristalino-plateado que emitía miles de destellos y un buen cargamento de oxígeno para sobrevivir los tres días que estaría en órbita hasta llegar a la superficie del satélite natural de la tierra, que ahora parecía verdaderamente una urbanización futurista.
     Toda aquella situación era irreal, digna de las más alocadas fantasías de un cineasta que posteriormente presentase sus películas en las sesiones de medianoche bajo la etiqueta de “serie B”. El hombre del espacio en la capsula perdida en el vacío tenía el nombre de Richard Kelly y dormir tanto tiempo le parecía estúpido, una siesta larga no habría hecho más que aburrirlo, estaba a menos de media hora de llegar a una estación espacial intermediaria para recoger un cargamento, porque eso era él, un repartidor, y todas las mercancías que llevaba desde la estación eran directamente para la Luna, y tenía que confirmar su identidad en la estación que se encontraba justo en el punto de distancia medio.
     Y como si las más alocadas fantasías de Stanley Kubrick no fueran erróneas, a cualquier turista casual, ver la bala perdida y, a la distancia, la estación intermediaria, habría pensado instantáneamente en el movimiento lleno de quietud de ambas naves, llenas de años de investigación científica, inmersas en el más delicado baile cósmico, cuidando cada paso.
     En el interior de la cápsula había apenas espacio, una silla frente a todos los comandos y todo el cargamento en un compartimiento de la nave a modo de sótano eran la suite de lujo de Richard.
     Las luces se encendían y se apagaban, en colores azul, rojo, amarillo, naranja y verde, la nave tenía paredes blancas y estéticamente cuidadas, a diferencia de su aspecto exterior, simple y minimalista, sucio, metálico y grosero en todas las definiciones de las palabras y usando todos los antónimos de belleza. Había instrucciones y carteles por toda la nave, diseños amistosos con muñecos para determinar qué hacer y qué no hacer dentro de la nave, varias ventanas puestas alrededor de la silla plegable, giratoria y ajustable donde se sentaba Richard casi siempre, soportando los seis días de ida y vuelta que duraba el viaje, que podrían reducirse perfectamente a sólo unos relativos minutos si él decidiese dormir en una máquina al fondo de la nave, en una habitación amarillenta y tan pequeña que le causaba la más espantosa sensación de claustrofobia a todos los que alguna vez tripularon aquella nave.
     El casco de Richard era circular y se ajustaba perfectamente, el visor era oscuro, pero dejaba a Richard ver perfectamente todo el vacío desde su puesto, lo dejaba sentir en carne propia los rayos del sol y el brillo de las estrellas, podía ver más astros a lo lejos, podía ver más planetas, enormes e imponentes.
     La nave no tenía un sistema manual, y tampoco automático, sus movimientos eran controlados desde la estación lunar, lo único que Richard podía hacer era controlar la energía de la nave, así como las ventanas y otros sistemas menores dentro de ella.
     La cápsula pasaba en un punto donde la luz del sol le daba casi directamente.
     Richard levantó la vista hacia las ventanas que estaban sobre él, era una visión espectacular, algo con lo que millones soñarían y que otros tantos millones verían como lo más banal del universo entero. Las estrellas a la distancia, los enormes planetas, los anillos tan lejanos de Saturno, el gigante júpiter y la estación intermediaria a sólo unos minutos, con los sistemas de aterrizaje y de recibo listos para capturar la cápsula en cuanto se acercase.
     Richard tenía una mirada fría, pero mirar todo el vacío infinito le provocaba un vuelco en el estómago, formulándose siempre preguntas a las que prefería no especular, él sólo era un repartidos, un servicio de correos, y nada más.
     —Estoy listo para el anclaje—mencionó Richard, presionando un botón que permitía la comunicación con la estación intermediaria, pero no había respuesta.
     El protocolo sólo marcaba que Richard tenía que comunicar que estaba listo, el resto de responsabilidad recaía en la estación.
     Richard pudo ver que el puerto de anclaje estaba abierto y listo para recibir la cápsula, después de eso, lo único que debía hacer era esperar a que identificaran sus datos y tomar el cargamento de Oxígeno, que estaba, literalmente, fuera del pasillo de descompresión, sólo tenía que salir durante unos momentos, y volver a flotar.
     Sobre su pecho sentía una inmensa carga y una claustrofobia excesiva al mirar el espacio, ver que un planeta como la tierra, o un satélite como la luna eran algo fascinante, y luego descubrir que no eran absolutamente nada en un universo entero, ni siquiera hormigas, eran una serie de pensamientos desalentadores que le habían dado a Richard una actitud distante y seca con casi todos, dormía en la estación más cercana a la tierra y sentía pánico todas las noches, levantándose entre sudores y soñando con las revistas de ciencia ficción, con los cuentos del espacio de los años cincuenta.
     Un golpe, fuera de la cápsula.
     Richard llevó toda su atención a ese golpe, sólo pasarían 10 minutos antes de anclarse a la nave, y tenía que saber qué era eso, sólo era posible que fuera alguna basura perdida en el infinito, pero en aquella área, tan cercana a la estación intermediaria, era imposible. Sólo podía ser…
     Otro golpe, seguido de otro. Tres golpes. En secuencia.
     Tantos pensamientos recorrieron la cabeza de Richard en unos segundos que le parecieron eternos, casi tanto como el tiempo, y como el universo.   
     De nuevo, una secuencia de tres golpes, un TOC TOC TOC fuera de la cápsula que sonaba aterrador, sonaba como si examinasen la nave, como si alguien tocase a la puerta de una casa.
     Richard se sintió mareado, el sudor corría a raudales por su rostro y los golpes seguían una y otra vez.
     Cerró inmediatamente las ventanas de la cápsula desde los comandos de la nave. Las planchas metálicas pasaron por las ventanas y dejaron la cápsula entera ennegrecida, después y casi de manera instantánea, se encendió una luz artificial color rojo que tranquilizaba a Richard, le recordaba al vivo color del cabello de su esposa, quien era trabajadora también en la estación espacial y esperaba un hijo suyo. Si aquel bebé naciese en el espacio, ¿Tendría algún tipo de nacionalidad?
     No terminó de divagar, porque la sucesión de tres golpes se repitió fuera de la nave y desencadenó otra serie de pensamientos, los golpes no podían ser basuras, tampoco podían ser trozos de metal o tornillos sueltos de la estación intermediaria, parecían tener un patrón, y si algo había allá afuera que fuese lo suficientemente inteligente para examinar algo en medio de la nada…
     Tres golpes más.
     Que dios le ayudase.
     Una gota cayó e hizo a Richard levantar la cabeza de nuevo, cerca de la plancha metálica que se había cerrado para no dejar pasar nada en la ventana, era negra y aún con el casco puesto, Richard supo que olía espantoso, algo podrido se filtraba por el cristal del casco, un área de la cápsula estaba totalmente ennegrecida y estaba humeando, lo mismo ocurría en el suelo blanco de aquella cápsula, en donde había caído aquella gota, que en realidad parecía un diminuto gusano sin una sola extremidad o punto reconocible, Richard se levantó de la silla, se quitó el cinturón y comenzó a flotar por la cápsula, aquel gusano comenzó a moverse y de sí mismo, otro gusano más salió, y después otro, una verdadera metamorfosis espacial se producía ante los ojos de Richard, una silueta deformada, que parecía de todo, menos un hombre, había sido concebida ahí mismo, cientos de gusanos erráticos posibilitaban el movimiento de un todo vivo, un todo espantoso y que tenía una forma humanoide, pero Richard dedujo, que si aquello tenía las extremidades y parecía un hombre, era porque él era lo único vivo en aquella cápsula y los gusanos lo habían tomado como ejemplo.
     Richard flotó hasta uno de los extremos de la cápsula, allá, en donde había guardado por más de cinco años un arma letal, un lanzallamas de tal potencia que asesinaría a cualquier ser vivo con una dosis justa.
     Tomó el lanzallamas sin vacilar ni un poco, y lo apuntó a la cosa que había estado antes funcionando como una maquinaria movida por millones de empleados, pero –aquella cosa- ya no estaba realmente ahí, ahora sólo estaba él, sólo un hombre extra en la cápsula, los gusanos habían hecho otra figura humana frente a él y no parecían dar señales de hostilidad, ¿Qué era?, ¿Qué buscaba?, fueron las preguntas que cruzaron su mente como un rayo, tan rápido que casi no se da cuenta de que la criatura se empezó a mover erráticamente hacia él, alargando sus extremidades, y desprendiendo el mismo olor a podrido que antes.
      Richard inmediatamente presionó el gatillo del arma, soltando una infernal ráfaga que iluminó con unas sombras alargadas y ridículas todo el interior de la nave, empezó a asesinar a la criatura que estaba frente a él, decidió que moriría con sencillez, se encogió muy rápidamente hasta que quedó disminuido a un gusano solamente, y después, el único sonido de la habitación era el de su propia mente, hostigándolo, interrogándole quién era el para decidir que una criatura con esas capacidades moriría, pero Richard hizo callar aquella voz, hasta que lo único que escuchó fue como las fibras en aquel gusano se desintegraban, pudo escucharlo gritar.
     La nave estaba anclándose a la estación intermediaria, Richard se puso el lanzallamas en la espalda con la correa que tenía y flotó de nuevo hasta su silla, la silla en donde le gustaba imaginar que era un rey en el espacio, quien decidiese si algo moría o algo vivía.
     Y sin dejar de pensar en la criatura, recordó sus propios pensamientos, la recordó gritando, oliendo a podrido.
     La nave se ancló completamente a la estación intermediaria, Richard fue directamente hasta la compuerta que lo llevaba al pasillo de descompresión, después salió al pasillo principal, pero todos los remordimientos que pudo tener se desvanecieron cuando entró al pasillo principal, donde los cargamentos de oxígeno lo esperaban como cajas apiladas y con un diseño casi excéntrico, pudo ver que todo el lobby de la estación estaba humeando, había muchas personas cuyos cuerpos estaban ennegrecidos, y había manchas negras por todo el pasillo y lobby.
     Pensó en la criatura, pensó cómo había entrado en su nave. Pensó en sí mismo y en el fuego.
     Pudo recordar en el sonido que hacía el gusano mientras las llamas lo tragaban.
     Pudo escucharlo gritar.

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