Jadeos en la niebla
Por María Santos
Conocía muy bien ese sendero solitario, las casas de los
alrededores estaban abandonadas y recubiertas de plantas trepadoras. Cada día
primero del mes acostumbraba llevar flores a la tumba de mi esposa.
Regularmente hacía 25 minutos caminando desde mi casa hasta el cementerio, pero
el recorrido de aquella mañana me pareció interminable…
A mitad del camino las incesantes gotas de lluvia comenzaron
a empañar mis anteojos, pero no podía detenerme a limpiarlos ni dar marcha
atrás, seguía acelerando el paso con ayuda de mi bastón. Llevaba unos 50 metros
escuchando un jadeo intermitente, no sabía si provenía de una persona o un
animal, pero cada vez que lo escuchaba me estremecía el cuerpo. Por momentos,
la densa niebla me hacía demorar mis pasos y los jadeos se oían más cerca.
Comencé a sudar profusamente, y mi pulso se aceleró.
De repente tropecé y caí al piso boca abajo, quedé
inconsciente por unos segundos. De manera inesperada sentí que algo se subió
sobre mi espalda, parecía que era un perro de tamaña mediano, inmóvil,
jadeando. Sentí que en cualquier momento clavaría su mandíbula en mi escuálido
cuello. Estaba perturbado, aunque quisiera no podía moverme, quizá por el
cúmulo de años o el miedo que me paralizó. Luego de estar unos instantes sobre
mí, el perro se bajó y se marchó no sé a dónde. Sólo logré ver sus patas. Con
gran esfuerzo me levanté y recogí mi bastón, los tulipanes estropeados y mis
anteojos, por suerte aún intactos. La niebla comenzaba a desvanecerse.
Unos metros antes de llegar al panteón, avizoré el cuerpo de
una persona tendido sobre el camino. Conforme me acercaba, me percataba de las
heridas profundas en su piel. Por el aspecto de éstas conjeturé que el can lo
había atacado. Enseguida arribó una camioneta y descendió un hombre joven y
robusto; era el comisario del pueblo y ocasionalmente realizaba patrullajes en
la zona. De inmediato desenfundó su radio portátil y llamó al servicio de
enfermería. Me preguntó si sabía qué había ocurrido y le respondí que no. Luego
de un interrogatorio conciso en el que tomó nota de mis datos personales me
permitió continuar con el recorrido.
Días después me enteré que el hombre falleció, pero no fue
por el ataque del perro sino una manada de lobos. En ciertas tardes, cuando las
nubes se tiñen de un color violáceo, me pregunto si haberme cruzado con ese
perro fue fortuito o intencional, sólo sé que en cierta manera salvó mi vida,
pues de no haber influido en mi ritmo al caminar y subirse sobre mi espalda,
tal vez me habría topado con los lobos.
Siete Nuevos Narradores
Editorial
Nos gusta tomar letras para formar palabras, aunque no despreciamos el agua, la leche, cerveza, güisqui o bebernos alguna que otra idea para ir alimentando nuestras historias.
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