'¡Madre!' no es el tipo de película que uno se atreve a recomendar. Porque ha sido diseñada para recibir tantos aplausos como abucheos. Mucha gente va a tener reacciones violentamente negativas ante ella, y no necesariamente serán injustificadas. Al fin y al cabo, es la película más extrema que Hollywood ha producido en mucho tiempo y, de hecho, el que haya llegado a los cines es en sí mismo algo asombroso.
Está protagonizada por una mujer y un hombre que no tienen nombre —en los títulos de crédito se los identifica como 'Madre' y 'Él' respectivamente—. Viven en una casa de campo en medio de la nada. Él, un poeta (Javier Bardem), trata de recuperar la inspiración; ella (Jennifer Lawrence) está centrada en rehabilitar el magnífico edificio. Un día, un extraño (Ed Harris) llama a la puerta, y Él insiste en invitarlo a pasar la noche; al día siguiente es la esposa del extraño quien aparece. Al mismo tiempo, las paredes del edificio parecen latir como un corazón, y una grieta en el parqué parece convertirse en una herida supurante. Y, en cuanto los dos hijos de la pareja de intrusos aparecen en escena, cosas realmente perturbadoras empiezan a ocurrir.
A medida que más visitantes inesperados aparecen y abusan de la hospitalidad de Madre, ella empieza a cuestionarse no solo su relación con Él sino su salud mental misma. Una sucesión de pequeñas agresiones y gestos de condescendencia se convierten en desprecio, rabia y violencia. El desconcierto se torna pánico, y el pánico se torna terror. La casa se sigue llenando y, en el proceso, se desangra.
Descenso a la locura
Lo que sucede después es un descenso sostenido a los confines de la locura, puntuado por los momentos más bizarros y sangrientos jamás vistos en la filmografía del director Darren Aronofsky. La segunda mitad de '¡Madre!' es algo parecido a una plaga bíblica por la que transitan 'groupies' descontrolados, hedonistas compulsivos, necrófagos y genocidas, y a lo largo de ella lo que parecía ser el paraíso se convierte en puro infierno. Y, mientras contemplamos esa transformación, una nueva versión de 'El grito', de Edvard Munch, se dibuja en el rostro de cada uno de nosotros.
¿Cuál es el sentido de tal alarde de demencia? Resulta difícil no interpretarla como un ataque al cristianismo; después de todo, el relato incluye un fratricidio como el de Caín y Abel, el nacimiento de un bebé milagroso, un sacrificio terrible, y un clímax que sugiere tanto el final como el principio del mundo —cada personaje de la película, además, parece corresponderse con una figura bíblica—.
Por otra parte, quizás Aronofsky nos esté hablando de algo más profundo y personal. Después de todo, él es un director famoso que ha tenido relaciones con actrices famosas —de hecho, su pareja actual es la protagonista de '¡Madre!'—, y aquí retrata a un artista con ínfulas de deidad para quien su trabajo y sus fans lo son todo, y todo lo demás —sus intercambiables amantes incluidas— es secundario. O tal vez la película sea un lamento por el modo en el que la Madre Naturaleza es sistemáticamente destruida por los humanos, que la superpueblan y la usan como zona de guerra. O quizá sea simplemente el retrato de una mujer que asiste a la anulación y la marginación de sus necesidades.
Es posible que '¡Madre!' sea todas esas cosas, pero también es posible que no sea ninguna de ellas. Muchos de los espectadores saldrán del cine preguntándose qué diablos acaban de ver. Sea la película lo que sea, es un triunfal ejercicio, eso sí, de creación de tensión y una obra capaz de confundirnos, aterrarnos, hipnotizarnos y demolernos. Y, posiblemente, algo distinto a todo lo demás. Por eso, incluso aquellos que al verla la odien no se olvidarán de ella fácilmente. La tendrán presente en la mente durante mucho, mucho tiempo.