Call me old fashioned… please! | Por Mónica Castro Lara |
Madrid. Años veinte. Flappers. Jazz. Cuatro elementos que hacían de ‘Las Chicas del Cable’ algo demasiado atractivo para ser verdad. Desde que me enteré sobre la primera serie de Netflix en España, obviamente la impaciencia fue desbordante; fue un gran reconforte averiguar quiénes actuarían en ella y la casa productora que tiene de respaldo (BAMBÚ Producciones). Pues déjenme contarles que hace apenas unas semanas terminé por fin de ver la serie y, para no cambiar mucho las cosas en mi vida, la incesable guerra entre la expectativa y la realidad me dejó con un raro –por no decir mal- sabor de boca. Hay varias opciones: si quieren ver la serie y les importan los spoilers, no sigan leyendo; si ya vieron la serie y les gustó, los invito a que continúen leyendo para que puedan hacerse una opinión un poquito más neutral; si les vale madres cualquier opción y si ven la serie o no, pues adelante… sigan leyendo mi reseña.
Empiezo con el primer elemento que mencioné en el párrafo anterior: Madrid. Los que me conocen saben lo mucho que me enamoré de esta ciudad española y mis ganas exorbitantes de querer regresar y vivir ahí por un tiempito (ay ajaaa). Sé lo costoso que es grabar en locaciones al aire libre y por lo tanto, prácticamente toda la escenografía de la serie está hecha en sets de grabación, muy bien ambientados por cierto; toda la decoración es muy a la art deco, típica de la época donde se desarrolla la trama, sin perder uno que otro toque clásico. Los pocos edificios que vemos, como por ejemplo el de ‘Telefónica’ –la compañía de teléfonos donde precisamente trabajan las chicas- son una clara muestra arquitectónica madrileña de inicios del Siglo XX y por lo tanto, podemos ‘ver’ o imaginarnos cómo fueron los primeros años de vida de la Gran Vía. Por esa parte, bien… pero mínimo hubieran grabado un paseíto por El Retiro ¿no creen? Ahora, por otro lado, las historias de las chicas pueblerinas que llegan a la gran capital y lo rápido que tienen que acostumbrarse a su agitada y violenta cotidianidad, no dejan de ser bastaaaante trilladas. Además, déjenme decirles que era una excentricidad ser una mujer de pueblo y saber leer y escribir en pleno 1928, así que… eso no se siente tan real, históricamente hablando.
Lo segundo: Años Veinte. El desarrollo tecnológico de los roaring twenties se ve plasmado en uno de los hilos conductores de la serie: el uso de la telefonía, aunque me parece que pudieron haberle sacado muchísimo más jugo a esta parte; ok sí, el espionaje previo a la República del ’31 o el famoso ‘Rotary’ pero, hasta ahí… ni profundizan en ello ni nada y se siente como si la invención de dicho sistema automático de comunicaciones, hubiera sido creado y fabricado de un día para otro. Nos pudieron presentar mucho más la historia del teléfono en sí, este invento tan, tan revolucionario y su verdadero impacto en una sociedad como la de Madrid, demasiado exclusiva y ajena para el resto de los españoles; pudieron haberlo contado a través de la familiaridad de Lidia/Alba, Carlota, Ángeles y Marga (o sea, las ‘chicas del cable’) con el manejo de este novedoso aparato porque, tenían horas de ser admitidas en la centralita y ya eran todas unas operadoras expertas. Bitch please!
Número tres: Flappers. Uno de los pocos temas que verdaderamente me apasiona son las flappers y por lo tanto, siento que el esfuerzo por plasmar esta filosofía flappera feminista en la serie, igual se quedó un poco corta. Vamos por partes: si bien la revolución feminista de la década de los años 20 se vio reflejada en aspectos mundanos y otros no tan mundanos, creo que las historias de las chicas o dejan mucho que desear y permanecen en los lugares comunes de siempre, o exageran demasiado. Algunos aspectos que sí veo positivos son: reflejar el despertar de la mujer por querer trabajar, no nada más por necesidad, sino verdaderamente por gusto; las pequeñas o grandes libertades que representaban el salir sola a la calle por las noches, maquillarse, ‘vivir’ sola, tener una pareja, estar a solas con él, revelarse ante una familia estricta y con valores considerados antiguos, reflexionar y combatir las injusticias y desigualdades de género, y por último, dejarnos bien en claro que los problemas de hace 89 años, siguen tan vigentes hoy en día que es ridículamente desafortunado y desalentador.
Ahora vienen los aspectos negativos: si bien la intención de la serie es proponernos a cuatro protagonistas femeninas y compartirnos sus problemas personales y profesionales, en ocasiones se pierde totalmente la relación entre ellas y parece increíble que lleguen a ‘quererse’ tanto y a convertirse en incondicionales cuando claramente ni se conocen ni nada; no hay diálogos o escenas que verdaderamente valgan la pena para resaltar esa amistad tan inesperada y tan estrecha… Otra cosa: sabemos que hubo un despertar sexual muy fuerte y significativo en la época de los años veinte, pero de verdad pongo en tela de juicio que pudieras andar por la vida teniendo tríos con tus compañeros de trabajo, por muy open mind que fueran todas las partes involucradas; dudo que un hombre de clase media, español, con una profesión y un trabajo moderno y bien pagado, estuviera de acuerdo con la bisexualidad de su novia. Sorry!
Y por último: el Jazz. Exactamente… ¿cuál jazz? Me quedé esperando a mi querido jazz y éste JAMÁS llegó. Por lo que he leído, de lo más criticado de la serie ha sido precisamente eso, el soundtrack. Entiendo, respeto e incluso admiro el que hayan querido proponer un leitmotiv súper moderno como parte de la misma reinterpretación de los guionistas a esta maravillosa Era del Jazz, una propuesta que (siento) medio le copiaron al buen Baz Luhrmann y a su versión de ‘The Great Gatsby’ del 2013. Pero no sé… no sé qué tanto estoy de acuerdo con ello; me es difícil ver a flappers y sheiks españoles bailando al ritmo de una canción indie electrónica gringa cuando bien pudieron haber explotado al jazz únicamente con matices diferentes.
Toda la ambientación, desde los deslumbrantes vestuarios, hasta la fotografía, son aspectos que me encantaron de la serie; las chicas, a pesar de vivir en la misma época, logran perfectamente retratar sus personalidades a través de su estilo, de sus modismos, de su tono de voz, etc. Lo mismo para los hombres… qué chulada es ver a Yon González o a los hoyuelos coquetos de Martiño Rivasen serio.
Obviamente Netflix España quiso apostar por una fórmula segura y que gusta mucho a distintos públicos de Latinoamérica: las historias de época, y vaya que ‘BAMBÚ Producciones’ ha acertado de manera muy exitosa con series como ‘Gran Hotel’ y ‘Velvet’. En los últimos dos años, he podido ver muchas series españolas buenísimas, entre las que destaco ‘Isabel’ y las dos anteriores que mencioné; he concluido que talento español, sí hay y mucho. Hay guionistas, directores, productores y actores excelentes y, con base a mi experiencia como espectadora, ‘Las Chicas del Cable’ tenía mucha más tela de dónde cortar y desafortunadamente apostaron únicamente por los lugares comunes, la clásica historia de amor obsesivo sin mucho sentido, llena de intrigas y celos clásicos y re dramáticos. Por ahí leí en un blog español que decía “¿realmente necesitamos una segunda y tercera temporada de ‘Las Chicas del Cable’?”… pues como ando de misericordiosa, le doy un sí a la segunda temporada (que actualmente están filmando) pero, a una tercera… quién sabe. Tendremos que esperar a diciembre para ver si hicieron caso omiso a las críticas o si de verdad se pusieron a chambear y a sacar historias mucho más reales e interesantes.
La Autora: Publirrelacionista
de risa escandalosa. Descubrió el mundo del Social Media Management por
cuenta propia. Gusta de pintar mandalas y leer. Ácida y medio lépera.
Obsesionada con la era del jazz. Llámenme anticuada… ¡por favor!