El cineasta estadounidense Michael Moore publicó en el periódico electrónico The Huffington Post que Donald Trump sería el próximo presidente de los Estados Unidos. El multipremiado artista, simpatizante con las políticas de izquierda, lamentó ser el portador de las malas noticias y deseó que su predicción fuera errada. Sin embargo, en el artículo publicado el pasado 28 de julio, Moore dio un análisis basado en cinco razones por las que consideraba que Trump llegaría a la Casa Blanca.
Texto íntegro publicado por Michael Moore:
Texto íntegro publicado por Michael Moore:
Siento ser el que
dé las malas noticias, pero ya les advertí el pasado verano cuando dije que
Donald Trump sería el candidato republicano a la presidencia. Y ahora traigo
unas noticias aún peores y más deprimentes: Donald J. Trump va a ganar las elecciones en noviembre. Este ignorante, peligroso y miserable
payaso a tiempo parcial y sociópata a tiempo completo será el próximo
presidente de Estados Unidos. Presidente Trump. Vamos, vayan practicando,
porque será así como nos tendremos que dirigir a él durante los próximos cuatro
años.
En mi vida he
deseado tanto estar equivocado como ahora.
Me imagino lo que
estén haciendo ahora mismo. Están negando con la cabeza y mientras piensan:
“No, Mike, no va a ganar”. Por desgracia, viven en una burbuja con una cámara
de resonancia acoplada en la que tanto ustedes como nuestros amigos están
convencidos de que los estadounidenses no van a elegir como presidente a un
idiota. Van alternando entre la sorpresa y la mofa por su último comentario o
por su actitud narcisista ante todo, porque todo gira a su alrededor. Y después
escuchan a Hillary y ven a la que sería la primera mujer en un cargo así en
Estados Unidos, una persona respetada, inteligente y que se preocupa por los
niños, que continuará con el legado de Obama porque eso es claramente
lo que quieren los estadounidenses, cuatro años más de esto.
Tienen que salir de
esa burbuja inmediatamente. Tienen que dejar de negar lo evidente y enfrentarse
a la verdad que en el fondo saben que es muy real. Intenten permanecer
tranquilos con datos –“el 77% del electorado son mujeres, personas de
otras razas y jóvenes de menos de 35 años, ¡y Trump no puede ganar por mayoría
en ninguno de esos sectores!“– o con lógica –“¡la gente no va a
votar a un bufón ni en contra de sus intereses!“– es la manera que
tiene el cerebro de protegerse de una situación traumática.
Como cuando oyes un ruido extraño en la calle y piensas: “Ah, es que habrá reventado una rueda”, o “¿quién anda tirando petardos?” porque no quieres pensar que lo que acabas de oír es un disparo. Es la misma razón por la que todas las noticias iniciales y testigos del 11 de septiembre decían en los primeros momentos que “un pequeño avión se había estrellado por accidente contra el World Trade Center”.
Queremos
-necesitamos- tener esperanza porque, francamente, la vida ya es lo
suficientemente dura y bastante hay que luchar entre sueldo y sueldo. No
podemos con muchas más malas noticias. Por lo tanto, nuestro estado mental
vuelve al estado predeterminado cuando se hace realidad algo aterrador. Las
primeras personas arrolladas por el camión en el atentado de Niza pasaron sus últimos minutos de vida pensando que el
conductor del camión simplemente había perdido el control del vehículo,
haciéndole señas y gritándole que tuviera cuidado y que había gente en la
acera.
Queridos amigos,
esto no es un accidente. Es la realidad. Y si creen que Hillary Clinton va a ganar a Trump con datos, inteligencia y lógica, es
que no saben nada de las 56 primarias en las que 16 candidatos republicanos
probaron con todo, sacaron todos sus ases de la manga y no pudieron hacer nada
para detener al gigante de Trump. A día de hoy, tal y como están las cosas,
creo que va a ganar; y, para lidiar con ello, necesito que primero lo
reconozcan y quizá después podamos encontrar una manera de salir de este embrollo
en el que nos hemos metido.
No me
malinterpreten. Tengo muchas esperanzas puestas en el país en el que vivo. Las
cosas están mejor. La izquierda ha ganado las guerras culturales. Los homosexuales pueden casarse. La mayoría de los estadounidenses
adoptan la postura liberal en las encuestas: en el sueldo igualitario para
hombres y mujeres, en que el aborto debería ser legal, en la imposición de unas
leyes medioambientales más severas, en un mayor control de las armas, en la
legalización de la marihuana. Se ha producido un
gran cambio: que les pregunten a los socialistas que han ganado en 22 estados
este año. Y no me cabe duda de que si la gente pudiera votar desde el
sofá en su casa a través de la Xbox o de la PlayStation Hillary ganaría por
goleada.
Pero en Estados
Unidos las cosas no funcionan así. La gente tiene que salir de casa y esperar
una cola para votar. Y, si viven en barrios pobres, con mayoría de negros o de
hispanos, no solo tendrán que hacer una cola más larga, sino que se hará todo
lo posible para evitar que vayan a votar.
Así que en la
mayoría de las elecciones es difícil que el porcentaje de participación llegue
siquiera al 50%. Y ahí yace el problema de noviembre: ¿quién va a conseguir que
los votantes más motivados acudan a las urnas? Saben la respuesta a esa
pregunta. ¿Quién es el candidato con los simpatizantes más furibundos? ¿Quién
tiene unos fans capaces de levantarse a las cinco de la mañana el día de las
elecciones y de ir molestando todo el día hasta que cierren las urnas para
asegurarse de que todo hijo de vecino vote? Efectivamente. Ese es el nivel de
peligro en el que nos encontramos. Y no se engañen: ni los persuasivos anuncios
de televisión de Hillary ni el hecho de que se le desenmascare en los debates
ni que los libertarios le quiten votos van a servir para detener a Trump.
Estas son las cinco razones por las que Trump va a ganar:
1. El Brexit del
medio oeste de Estados Unidos. Creo que Trump va a centrar gran parte de su atención en los
cuatro estados azules de Michigan, Ohio, Pensilvania y Wisconsin. Cuatro
estados tradicionalmente demócratas, pero que han elegido a gobernadores
republicanos desde 2010 (Pensilvania es el único que finalmente ha
elegido a un demócrata ahora).
En las primarias de
Michigan de marzo, 1,32 millones de habitantes votaron a los republicanos
frente a los 1,19 millones que votaron a los demócratas. Según las últimas
encuestas de Pensilvania, Trump va por delante de Hillary; y en Ohio están
empatados. ¿Empatados? ¿Cómo es posible que esta carrera esté tan reñida
después de todo lo que ha dicho y hecho Trump? Quizá se deba a que este ha dicho (y ha
dicho bien) que el apoyo de los Clinton al Tratado de Libre Comercio de América
del Norte (TLCAN) ha ayudado a destruir a los estados industriales de la zona
norte del medio oeste de Estados Unidos.
Trump va a machacar
a Clinton con este tema y con el hecho de que haya apoyado el Acuerdo
Transpacífico de Cooperación Económica y otras políticas de comercio que han perjudicado
a los habitantes de esos cuatro estados. Durante las primarias de Michigan,
Trump amenazó a la empresa Ford Motor con que si seguían adelante con el cierre
de la fábrica que tenían previsto y se trasladaban a México, pondría un
impuesto del 35% a todos los coches construidos en México que se enviaran a
Estados Unidos. Música para los oídos de la clase trabajadora de Michigan. Y
cuando lanzó otra amenaza a Apple y dijo que les obligaría a dejar de fabricar
iPhones en China y a fabricarlos en Estados Unidos todos quedaron embelesados y
Trump se llevó una gran victoria que debería haber sido para el gobernador, John Kasich.
La zona que abarca
desde la ciudad de Green Bay (Wisconsin) hasta Pittsburgh (Pensilvania)
recuerda a la mitad de Inglaterra: rotas, deprimidas y en las últimas funcionan
las chimeneas esparcidas por el campo en el esqueleto de lo que antes
llamábamos clase media.
Trabajadores
amargados y enfadados a los que Reagan engañó y a los que los demócratas -que
siguen intentando persuadir de forma deshonesta pero solo quieren aprovecharse
de la situación codeándose con banqueros que les puedan extender cheques-
abandonaron. Lo que ha pasado con el Brexit en Reino Unido también va a pasar aquí.
Elmer Gantry aparece como Boris Johnson y se limita a inventar para convencer a la gente de que ¡esta es su oportunidad! De acabar con todos, con todos los que hicieron añicos su Sueño Americano. Y ahora Donald Trump, el forastero, ha llegado para limpiarlo todo. ¡No hace falta que estén de acuerdo con él! ¡Es su cóctel molotov personal, el que pueden lanzar a los malnacidos que les hicieron esto!
Y aquí es donde
entran en juego los cálculos. En 2012, Mitt Romney perdió por 64 votos
electorales. Sumemos los votos electorales de Michigan, Ohio, Pensilvania y
Wisconsin. Son 64. Lo único que Trump necesita para ganar es mantenerse, tal y
como se espera, en la franja de estados tradicionalmente republicanos de Idaho
a Georgia (estados en los que nunca ganará Hillary Clinton), y ganar en
Michigan, Ohio, Pensilvania y Wisconsin. No necesita ganar en Florida, ni en
Colorado ni en Virginia. Solo en los cuatro anteriores. Y eso le colocará en la
cima. Y eso es lo que va a pasar en noviembre.
2. El último bastión de los hombres blancos enfadados. El gobierno de Estados Unidos que lleva 240 años dominado
por hombres llega a su fin. ¡Una mujer está a punto de llegar al poder! ¿Cómo
ha podido suceder? Había señales de peligro, pero las ignoramos. Nixon -el
traidor del género- impuso la ley por la que, en el colegio, las
alumnas deberían tener las mismas oportunidades a la hora de practicar deporte.
Y luego les dejaron pilotar aviones comerciales. Y antes de que nos diéramos
cuenta, Beyoncé revolucionó el Super Bowl (¡nuestro partido!)
con un ejército de mujeres negras que, con el puño en alto, dejaron claro que
nuestra dominación había terminado. ¡Dónde hemos ido a parar!
Ese es el
pequeño resumen de la mente del hombre blanco en peligro de extinción. Tienen la sensación de que se les escapa el
poder de las manos, de que su manera de hacer las cosas ya no es la manera en
la que se hacen las cosas. La “feminazi”, ese monstruo que, como dice Trump, “sangra
por los ojos o por donde sea”, nos ha conquistado y ahora, después de haber
tenido que pasar por ocho años en los que un hombre negro nos ha dicho qué
hacer, ¿se supone que tenemos que aguantar ocho años en los que una mujer nos
mangonee? ¡Después de eso serán ocho años de un homosexual dirigiendo la Casa
Blanca! ¡Y luego transexuales! Ya ven por dónde van las cosas. Para entonces,
se les habrán concedido derechos humanos a los animales y el presidente del
país será un hámster. ¡Esto tiene que acabar! Así piensan los xenófobos,
homófobos y machistas de EE.UU.
3. El problema
de Hillary. Seamos
sinceros, ahora que estamos entre amigos. Ante todo, déjenme que les diga que
me gusta -mucho- Hillary y que creo que le han creado una reputación que no se
merece. Pero el hecho de que votara a favor de la guerra de Irak hizo que yo me
prometiera que no volvería a votarla. Hasta la fecha, no he roto esa promesa.
Por intentar evitar que un protofascista se convierta en nuestro presidente, voy
a romper esa promesa. Me entristece pensar que Clinton encontrará la manera de
meternos en un conflicto militar. Es un halcón a la derecha de Obama. Pero el
dedo psicópata de Trump estará listo para pulsar El Botón, así son
las cosas.
Asumámoslo: Trump no es el mayor de nuestros problemas, es Hillary. Es muy impopular: el 70% de los votantes piensan que no transmite confianza ni honestidad.
Representa a la
política tradicional y no cree en nada que no sea lo que le haga ganar las
elecciones. Por eso estuvo en contra del matrimonio homosexual en su momento y
ahora lo defiende. Entre sus mayores detractores se encuentran las mujeres
jóvenes, cosa que tiene que dolerle considerando los sacrificios que ha hecho
-tanto Hillary como otras mujeres de su generación- y lo que ha luchado para
que las generaciones más jóvenes no tengan que aguantar que las Barbaras Bushes
del mundo les manden callar y a hacer galletas.
Pero no gusta a los
jóvenes, y no hay día que no oiga a un millennial decir que no
la va a votar. Ningún demócrata, ni ninguna persona que no apoye a alguno de
los dos partidos mayoritarios, se va a levantar emocionado el 8 de noviembre
por ir a votar a Hillary como pasó cuando Obama ganó las elecciones o cuando Bernie Sanders era candidato en las primarias. No hay entusiasmo. Y, como
estas elecciones solo van a depender de una cosa -de quién atraiga a más gente
a las urnas-, Trump lleva las de ganar.
4. El voto
deprimido a Bernie Sanders. Dejen
de preocuparse por que los simpatizantes de Bernie no votemos a Clinton, porque
la vamos a votar. Según las encuestas, el número de seguidores de Sanders que
voten a Hillary este año será mayor que el número de simpatizantes de Clinton
que votaron a Obama en 2008.
Ese no es el
problema. Lo que debería alarmarnos es que cuando el simpatizante promedio de
Bernie se arrastre a las urnas el día de las elecciones para votar a Hillary a
regañadientes, a eso se le llamará “voto deprimido” (lo que significa que el
votante no se lleva a cinco personas con él para que voten también, que no se
ha presentado como voluntario para hacer campaña 10 horas al mes de cara a las
elecciones y que no contesta con emoción cuando le preguntan por qué va a votar
a Hillary: un votante deprimido). Porque, cuando se es joven, se tiene
tolerancia cero ante los farsantes y las mentiras. Para la gente joven, volver
a la era de Clinton/Bush es como tener que pagar de repente por escuchar música,
o volver a usar MySpace o a llevar un teléfono móvil como una maleta de grande.
No van a votar a
Trump; algunos votarán a un tercer partido, pero muchos se limitarán a quedarse
en casa. Hillary Clinton va a tener que hacer algo para dar a los jóvenes una
razón para que la apoyen; y elegir a un señor blanco, viejo, insulso y moderado como candidato a vicepresidente no
es el tipo de decisión atrevida que pueda transmitir a los millennials que
su voto es importante para Hillary. Que hubiera dos mujeres al frente era una
idea interesante. Pero Hillary se ha asustado y ha decidido ir a lo seguro.
Otro ejemplo más de cómo Clinton está matando poco a poco al voto joven.
5. El efecto
Jesse Ventura. Por
último, no descontemos la capacidad del electorado para hacer el mal o para
subestimar cuántos millones de ciudadanos se conciben a sí mismos como
anarquistas encubiertos una vez que echen la cortina y se dispongan a ejercer
su derecho al voto.
Es uno de los pocos
sitios que quedan en esta sociedad en el que no hay ni cámaras de seguridad, ni
dispositivos de escucha, ni parejas, ni hijos, ni jefes, ni policías, ni
siquiera límite de tiempo. Puedes pasarte ahí dentro el tiempo que te apetezca
y nadie puede obligarte a hacer nada. Puedes votar al partido que quieras o a
Mickey Mouse y al Pato Donald. No hay reglas. Y precisamente por eso y por la
ira que tienen algunos contra un sistema político inservible, millones
de estadounidenses van a votar a Trump, y no porque estén de acuerdo con él ni
porque les gusten la intolerancia y el ego que le caracterizan, sino porque
pueden, simplemente.
Para ver el mundo arder y hacer enfadar a papá y a mamá. E igual que cuando estás al borde de las cataratas del Niágara te preguntas por un instante cómo sería tirarse por ahí, habrá muchos a los que les encante sentir que son los que mueven los hilos y que pueden votar a Trump solo para ver qué pasa. Recordemos cuando, en los noventa, los ciudadanos de Minnesota eligieron como gobernador a un ex luchador profesional. No lo hicieron porque fueran estúpidos o porque pensaran que Jesse Ventura era un político célebre o intelectual. Lo hicieron porque podían. Minnesota es uno de los estados más inteligentes del país. Y también está lleno de ciudadanos con gusto por el humor negro, así que para ellos votar a Jesse Ventura fue como hacer un chiste práctico en un sistema político enfermo. Y es lo que va a volver a pasar con Trump.
Cuando me disponía a volver a mi hotel después de participar en el programa especial de Bill Maher sobre la Convención del Partido Republicano en la cadena HBO, un hombre me paró por la calle. “Mike”, me dijo, “tenemos que votar a Trump. Tenemos que cambiar las cosas”. Eso fue todo. Para él, era suficiente. “Cambiar las cosas”. De hecho, es lo que Trump haría, y a gran parte del electorado le gustaría ser espectador de ese reality show.