La delgada línea amarilla: Visibilizando a los mundanos, a los otros olvidados

“La delgada línea amarilla” igualmente plasma la ironía de la vida consistente en un chico que busca y un adulto que lo ha dejado de hacer.

Cinetiketas | Por Jaime López | 


Antonio, un hombre solitario que trabaja como velador en un deshuesadero, es despedido súbitamente y sustituido por un canino (sutil simbolismo de un sistema que rechaza a los viejos). El hombre se ve obligado a comenzar de nuevo, llevando consigo sus recuerdos (los cuales caben en una caja pequeña) y encarando un futuro incierto. Así transcurre el tiempo hasta que, por circunstancias del destino, se encuentra con un trabajo en el cual debe ser el líder de un grupo de hombres cuya tarea es pintar una línea amarilla en un tramo de carretera que conecta dos comunidades del país.

Todo lo anterior representa la introducción a la premisa del primer largometraje escrito y dirigido por Celso García, “La delgada línea amarilla”, el cual, durante su paso por diferentes festivales de cine, como el de Guadalajara, ha sido galardonado con premios del público.

Eso último quizá se deba al enfoque que utiliza: visibilizar un conjunto de seres que, muy probablemente, fuera de las disciplinas artísticas, son ignorados, desechados, no "dignos" de ser protagonistas de análisis o narrativas.

“La delgada línea amarilla”, como señala la historiadora y cinéfila poblana Edith Ramírez, "es un poco la radiografía del país, de esa porción de nación olvidada, de los entes que pocas veces son objeto de la mirada cinematográfica”.

Asimismo, la historia de Celso García se erige como un relato sobre los errores, las pérdidas y los momentos difíciles por lo que todos en algún momento transitamos. Una historia que abraza y conecta con el espectador gracias a la sencillez de sus personajes y de su trama.

También representa la oportunidad de ver juntos en pantalla grande, durante muchos minutos, a uno de los equipos de ensueño de histriones del cine nacional contemporáneo: Damián Alcázar, Joaquín Cosío, Gustavo Sánchez Parra y Silverio Palacios, a los que se suma el joven Américo Hollander.

En dicho sentido, y al contrario de lo que puedan opinar algunos críticos, cada personaje tiene su razón de ser, sirve como un engrane pulido, preciso, lo cual produce que funcione a la perfección la maquinaria que Celso García ha construido. Aquí no hay cabida para manchones o líneas mal trazadas, nadie roba cámara a nadie y cada actor despega en su propia historia sin tremendismos o exageraciones.


Por medio de esta especie de "road movie", se visualiza a un México poco visible en los grandes medios comerciales de comunicación; un México olvidado por las dinámicas y actitudes de las nuevas generaciones: el México de las tradiciones; leyendas; ferias; tienditas extraviadas en medio de los desérticos caminos; y el de las personas que, por necesidad, tienen que emplearse en trabajos mal remunerados.

Por otra parte, “La delgada línea amarilla” igualmente plasma la ironía de la vida consistente en un chico que busca y un adulto que lo ha dejado de hacer. Es una historia que logra ser sensible, a pesar de ser contada por una pandilla de hombres, y lo logra sin caer en el drama barato. Quizás, hacia el final, el argumento es un poco predecible, pero está construido a partir de un lenguaje audiovisual que deja ver el oficio narrativo del director.

Pudieron haberse omitido o cambiado, ya que están de más o quedan a deber, dos elementos del film en cuestión: un Hollander que, en distintos momentos, demuestra su falta de experiencia histriónica; y una escena de enamoramiento estereotipada, que recuerda escenas de los melodramas nacionales de antaño. No obstante, la cinta de Celso García cumple, conmueve y entretiene. Estamos ante el gran desarrollo cinematográfico de un grupo de individuos comunes, que bien pueden encarnar a cualquiera de nosotros y, al mismo tiempo, convertirse en tipos extraordinarios.
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