Cinetiketas | Por Jaime López Blanco |
Después de casi 4 años de haber colaborado con los Hermanos Wachowski (actualmente Hermanas Lilly y Lana Wachowski),
en la compleja e incomprendida “Cloud Atlas” (2012), el reconocido realizador
alemán Tom Tykwer (“The International”; “El perfume: historia de un asesino”)
regresa al celuloide con la obra “Un holograma para el rey”, la
adaptación homónima de la novela de Dave Eggers, otrora escritor y adaptador de
filmes como “Away we go” y “Where the wild things are” (“Dónde viven los
monstruos”).
Tykwer logró ponerse en el mapa mundial vía “Corre Lola
Corre”, en la que nos ofreció gran parte de su inventiva visual: cortes
rápidos; montajes agitados; bifurcación de historias y de la pantalla (split
screen); y atractivos soundtracks como contextos sonoros. Posteriormente,
el director germano se hizo cargo de las bellísimas “La princesa y el guerrero”
y “En el cielo”, películas en las cuales ya trataba historias atípicas de amor.
Ahora con “Un holograma para el rey”, Tykwer ahonda -sin apartarse de su
habitual estilo, aunque más mesurado- en el drama romántico y el género de
autodescubrimiento y superación personal. Lo hace mediante un arranque firme,
donde se cuestiona discretamente el american way of life: “compra una
hermosa casa, con un hermoso jardín, para una hermosa esposa”.
Despúes del acelerado génesis, es cuando conocemos al
personaje principal, “Alan Clay”, ejecutivo de negocios estadounidense, de edad
madura, en medio de una crisis existencial, a quien le urge venderle al rey de
Arabia Saudita un sistema de comunicación
holográfica, para así asegurar el pago de la universidad de su única
hija.
“Clay” es interpretado por la estrella de hollywood, Tom
Hanks, quien abona a su sólida trayectoria fílmica un personaje más que hecho a
la medida. Por fin Hanks vuelve a entregar el ímpetu o bríos de su época
dorada, aquella en la que bordaba sus caracteres con enormes dosis de carisma,
melancolía y convicción. El “Alan Clay” de Hanks es un decaído lobo que ha
perdido el rumbo; que ha perdido el olfato y el valor para cazar ovejas; que ha
dejado de creer en sí mismo. Su viaje a otro continente lo hará confrontarse
con sus diversas presiones.
De esta forma, el lobo abatido se verá postrado ante una
cultura diferente, conectado a personajes inesperados (y algo excéntricos), y
lidiando con situaciones que no puede controlar. Un lobo explorando nuevos
territorios, saliendo de su zona de comodidad. Tykwer lo sabe e intenta mover a
su protagonista entre un laberinto de diversos espejos, en los que podemos
percibir sus miedos, añoranzas y deseos. El resultado es una pieza audiovisual
que entretiene y con la que es fácil identificarse (aunque el ritmo parece
caerse hacia el último acto). El viaje del lobo se convierte entonces en el
éxodo de nosotros, en la aventura de seres grises en busca de nuestros blancos
y nuestros negros, presionados por un suprasistema que privilegia el
individualismo voraz por encima de la libertad personal.