Cinetiketas | Por Jaime López Blanco |
Su periplo es conocido, lleno de acontecimientos adversos.
Sueños y mochilas al hombro; botellas de agua para extinguir el calor; y
recuerdos y familias que se dejan atrás. Son los migrantes mexicanos, los
ilegales o “mojados”; aquellos marginados del sistema económico, que buscan empleos mejor pagados; los hijos
pródigos que emprenden constantemente el éxodo, porque en casa no existe una
“tierra prometida”. Todo esto conforma el arquetipo que utiliza Jonás Cuarón en
su más reciente largometraje, “Desierto”, el cual convierte el trayecto de los
expatriados mexicanos en una película de acción y suspenso, encabezada por
“Moisés” (Gael García Bernal) y “Sam” (Jeffrey Dean Morgan), un juego de
cacería desenfrenada entre un gato y diversos ratones.
¿El resultado? Una historia que entretiene a ratos, pero
cuyo argumento cae en ciertas inconsistencias y estereotipos, lo cual impide
que el mismo y sus personajes centrales
adquieran mayor complejidad o mejores matices (alerta de posibles spoilers):
osos de peluche que suenan en momentos incómodos; escopetas cuyas balas nunca
se terminan; persecuciones de las cuales se anticipa un último enfrentamiento;
héroe cuya última actividad laboral “coincide” con algo que lo puede sacar de
un apuro; y un desierto desperdiciado, del que se pudo haber sacado mejor
provecho, volviéndolo un verdadero tercer protagonista, o un testigo neutral
-poderoso y despiadado- que no otorga concesiones a ningún bando.
Sin embargo, a pesar de lo anteriormente mencionado, he de
reconocer el “tino” de los guionistas (Mateo García y el propio Jonás Cuarón)
para nombrar “Sam” al personaje antagónico. El apelativo no es mera casualidad,
ya que hace referencia a la forma popular de denominar la esencia inquisidora
de una supuesta superioridad imperialista del vecino país del norte. El odio de
“Sam” es primitivo, irracional, incomprensible. Incomprensible como cualquier
tipo de odio existente en el universo que habitamos.
Este nuevo metraje manufacturado por la familia Cuarón
(Alfonso y Carlos en la producción; Jonás en la coescritura y dirección)
también resalta por su calidad técnica: la fotografía (de Damián García) es de
admirar, por el simple hecho de lograr que no salieran a cuadro -en tomas muy
abiertas- las sombras del crew (aquellas personas que se encuentran
detrás de la filmación de las secuencias). Asimismo, me sigo preguntando cómo
le hicieron para grabar el sonido en las escenas más álgidas, con travellings
y cámaras temblorosas al hombro. ¿Sonido directo? ¿Efecto y diseño sonoros
agregados en la post? Cualquiera que sea de las dos, un reconocimiento,
porque no se siente como algo sobrepuesto o poco natural. Finalmente, la
participación de Alondra Hidalgo (como “Adela”) le otorga un plus a la
historia en comento, porque exhibe otra de las problemáticas que se vive en el
viaje lleno de sacrificios de los ilegales: la violencia de género.
En términos generales, “Desierto” funciona como una obra medianamente aceptable, de entretenimiento, que debe ser vista como una película palomera de acción, la cual quizá se vea beneficiada por la actual coyuntura política-social de los Estados Unidos.
Pero, por otra parte, “Desierto” tiene poco o nada que
abonar al tópico de los emigrantes nacionales, y de cómo el vecino del norte
debe ponerse en nuestros zapatos, si se le compara con el sensible drama
paternal “A better life” (protagonizado por Demián Bichir); con la
divertidísima farsa promexicana “Machete” (de Robert Rodríguez); con los
emotivos y brillantes documentales sociodramáticos “Mi vida dentro” (de Lucía
Gajá), “Los herederos” (de Eugenio Polgovsky) y “Los que se quedan” (de Juan
Carlos Rulfo y Carlos Hagerman); o con el empático y elegante filme “Los tres
entierros de Melquiades Estrada” (dirigido por Tommy Lee Jones y escrito por
otro mexicano, Guillermo Arriaga).