Cinetiketas | Por Jaime López Blanco |
El primer plano es revelador: una especie
de premonición fotográfica que anuncia el tono que impregnará el argumento de la ópera prima de
Joshua Gil; el fuego como brújula de lo que acontece en este surreal país
llamado México. Al lirismo visual inicial se añaden dos ancianos, quienes se
presentan como los protagonistas de la historia en cuestión, además de una
antagonista invisible -en apariencia- consistente en la maldad de la que habla
el título, la cual es materializada en los síntomas de la podredumbre social
nacional actual: olvido; marginación; miseria material y moral; agonía física;
cansancio y; un futuro oscuro e incierto.
El primer largometraje del poblano Joshua
Gil presenta una apuesta arriesgada para un mercado voluble, donde muchos
espectadores prefieren, en diversas ocasiones, las historias obvias y fáciles
de digerir, mayormente complacientes, impuestas por Hollywood. “La Maldad” es
una cinta visceral, diferente, antiparadigmática, que se constituye en el
documento catártico perfecto para expresar la amalgama de emociones infinitas,
intensas, a través de las cuales el director percibe y procesa tanto una
historia familiar como la historia colectiva del país en el que vive.
El riesgo es innegable, más notable, al
atreverse a darnos una narración híbrida, la cual nos muestra una ficción
documentada o un documental ficcionado; el orden de los factores no importa,
porque no se altera la calidad del producto entregado. Joshua logra plasmar un
análisis social hecho a partir de un micro análisis íntimo de dos viejos cuyas
arrugas pueden simbolizar, sin problema alguno, el recorrido maltrecho en el
tiempo de una nación con los sueños estancados y las ambiciones cercenadas por
la amnesia comunal.
Sirva entonces “La maldad” como un cuento
grato de atestiguar, cobijado por su gran manufactura técnica (fotografía y
diseño sonoro de primerísimo nivel) y el innegable carisma innato de uno de sus
protagonistas, sin restarle importancia al contrapeso emocional que imprime el
otro de sus personajes principales. “La maldad” es una crónica que sorprende,
que duele y que arde al mismo tiempo; es una evidencia del futuro prometedor de
un cineasta joven y provinciano, que siente y que sueña alto, en contraste con
una historia que transita por los laberintos más profundos de la decadencia
individual.