Cinetiketas | Por Jaime López Blanco |
La primera secuencia es
intrigante. Una joven mujer, que más tarde descubriremos que se llama Ángeles, contempla detenidamente una
bolsa de plástico atorada en la parte alta de un cactus; la bolsa intenta
escapar de la trampa en la que está metida, pero las espinas de la planta no la
dejan irse, quieren retenerla allí en contra de su voluntad, el lapso que sea
necesario. Ángeles observa la escena,
con mucha cautela, quizá porque se siente identificada con la imagen que está
presenciando. Se trata de una mujer
lozana, embarazada, atrapada entre sus circunstancias y una comunidad donde el
tiempo parece no avanzar en ningún sentido.
A este primer cuadro se
irá agregando otro retrato femenino, el de Cheva,
una mujer adulta que vive con sus dos hijos, espera el nacimiento de un tercero
y tiene un marido ausente, en un pueblo que no ofrece buenas oportunidades de
trabajo para casi nadie. Un cuadro que no es nada ajeno a la cotidianidad de
miles de familias, pobres y marginadas, que conforman este extraño país llamado
México.
Tangencialmente,
descubriremos las historias de Silvestre,
Canelita y la madre de Ángeles. Todos ellos, de alguna u otra
manera, refuerzan los conceptos machistas que, tristemente, constituyen una
gran penosa parte de nuestra cultura e identidad nacionales; asimismo, irán
complementando la radiografía de una sociedad sumergida en la enfermedad.
Y es que a pesar de que
el argumento de “La Tirisia”, segundo largometraje de Jorge Pérez Solano,
centra su título en una superstición netamente mexicana, la cual habla sobre la
ausencia del alma o de la presencia de inmensa tristeza, en este caso, en un
par de mujeres a las cuales se les orilla a abandonar a sus hijos para
complacer a los hombres del hogar, pareciendo que sólo se enfoca en historias
individuales específicas, lo cierto es que también estamos ante la revisión de
la historia colectiva de un país tirisiento,
hundido entre los ecos de la pobreza; la discriminación sexual; ciertos
usos y costumbres dañinos de las comunidades; la violencia y doble moral de
instituciones como el ejército; la indiferencia de los políticos; el olvido y;
las falacias de las utopías.
Esto es lo que se le
agradece a cintas como la de Pérez Solano, el hecho de poseer un guión donde aparentemente
no ocurre nada pero que, simbólicamente, es una rica y dinámica antología, la
cual encierra múltiples significados y alegorías que evidencian una historia
pensada y armada de manera concienzuda e inteligente. Amén de un ritmo pausado
en la narrativa que logra transmitir esa pesadez del tiempo y del trabajo en un
pueblo rural que se ha convertido en un fantasma más del sistema, sin sustancia
propia y sin espíritu.
La fotografía de César
Gutiérrez, además, aporta ese aire de provincia a lugares que difícilmente
podríamos ver como protagonistas en diversas historias transmitidas por la
televisión, medio en el cual se centralizan
y urbanizan los argumentos, dejando
como un simple relleno a las comunidades rurales. Acá se podrá sentir la
austeridad material de las casas de las protagonistas; la mexicanidad de los esporádicos visitantes ambulantes; la seca
rutina de las familias que trabajan en las salineras o; los primeros planos de
los rostros de mujeres dando a luz en
sus propios hogares sin ninguna asistencia médica.
¿Qué decir de las
actuaciones? Adriana Paz es fascinante en esa introspección de una madre muerta
por dentro, que sufre la ausencia de uno de sus hijos. Gustavo Sánchez Parra
cumple, con apenas unos cuantos diálogos, al darle vida a ese hombre machista
que no deja de soñar despierto cuando mira hacia el cielo. Mercedes Hernández
erige sutilmente la conducta femenina de la discriminación hacia las
integrantes de su propio género. Gabriela Cartol sorprende con la naturalidad,
frescura y tenue interpretación con la que construye a su Ángeles, papel que podría marcar un antes y después en su carrera
actoral. Y Noé Hernández es exquisito como Canelita,
ya que demuestra su encanto y sus dotes cómicos, mostrando una personalidad
totalmente opuesta a la de su anterior trabajo, en Miss Bala.
“La Tirisia” viene
avalada por distintos reconocimientos como el obtenido en el Festival
Internacional de Cine de Tesalónica,
Grecia; ser la única película mexicana seleccionada
dentro de la 58va. Muestra Internacional de Cine en México y; sus seis recientes nominaciones al premio Ariel de este
año, pero, sobre todo, por mostrar
y hacer universal la fisonomía agonizante de una
nación que deambula entre el rezago,
la clandestinidad y los sueños
rotos de una vida mejor.