Por Hugo Ernesto Hernández Carrasco |
TELA FRÁGIL
Eran las siete de la mañana en aquel sitio lleno de charcos
de concreto, los converse sucios por
la mugre del día a día no daban tregua y esquivaban todo cuanto podían. Desde
hacía seis meses cuando fueron adquiridos, la rutina de inicio era la misma de
siempre: salir debajo de la cama, sentir los pies acomodarse en su interior, ir
y venir por la casa, probar la migaja del pan y una que otra gota de café,
hacer frente al frío matinal cada vez que la puerta metálica se abría, andar
por esa banqueta irregular y perforada hasta llegar a la esquina de siempre,
convivir con otros pares cada que
tomaban el camión que los llevaba a la universidad.
Todo parecía ir como de costumbre, sólo que en el
transcurrir del día, habían acordado asistir al departamento de unos zapatos de
charol negros que hacía seis meses no veían, justo cuando fueron estrenados.
Apenados de no verse tan blancos ni tan limpios como la primera vez, los converse sentían profunda pena de
volver a ver a los siempre tan presentables zapatos de charol, aunque también,
muy en el fondo, anhelaban verlos de frente, sentían que por alguna razón, ellos, los charoles eran culpables del suplicio que desde hacía seis meses
vivían. Mientras caminaban, no dejaban de recordar su primer encuentro, dado que los converse desde aquella vez no se volvieron a sentir igual, muy por
el contrario, durante esos seis meses, el peso que tenían que llevar era día
con día más grande, al grado que uno de ellos se estaba descosiendo y el otro
tenía la suela desgastada.
Previo a su reencuentro, tuvieron que subir veinticuatro
escalones, el esfuerzo era descomunal en comparación a lo que les esperaba: un
rápido frente a frente con los charoles y un intempestivo y definitivo
adiós, pero bueno, si era para nunca volver a verse, posiblemente el esfuerzo
lo valdría.
Al llegar al departamento, los charoles ya les esperaban con la puerta abierta, daba la impresión
que el encuentro sería tan amigable como la primera vez. Al pasar, los converse fueron recibidos en medio de
una alfombra, que si bien no apaliaba lo duro del suelo, les hacía sentir un
poco más cómodos.
Lo que llamaríamos un encuentro cara a cara o en este caso,
punta a punta se prolongó más de lo esperado, sólo que a diferencia de su
primer encuentro, los charoles y los converse no pudieron quedarse solos
y vacíos al lado de la cama. Para ambos era extraño cómo ninguna de las partes
si quiera hizo el intento de sentarse en el sofá, muy por el contrario, los
dedos contraídos y tensos para unos y
para otros fue constante durante los
siguientes veinte minutos.
Los converse al
ver que los charoles no bajan guardia
alguna, indignados, se dieron la vuelta de tanto esperar, la salida del
departamento estaba próxima y en el acostumbrado sudor intenso del caminar
encontraban más alivio que en soportar las piernas paradas.
Apunto de abrir la puerta para nunca más volver, los
converse se perfilaban a salir sin siquiera decir adiós. Eran las diez de la
mañana cuando sintieron súbitamente una quietud cómo la ocurrida cuando fueron
exhibidos en aquella zapatería del centro, sólo que en esta ocasión tenían los
pies adentro. Inertes, no sabían que ocurría, sólo podían ver que los charoles habían caminado por detrás de
ellos, firmes y sigilosos sin decirles nada. Algo andaba mal, los converse querían irse pero no podían, su
interior, poco a poco se tornó frío y rígido, la carga era mucho más pesada que
la habitual, sintieron colgar sus agujetas del suelo, sintieron alejarse de la
puerta y pasear por toda la habitación hasta llegar a una bolsa negra ¿qué está
pasando? Obscuridad fue la respuesta.
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El
autor es Licenciado en Ciencia Política por la Benemérita Universidad
Autónoma de Puebla, tiene un Diplomado en Organizaciones de la Sociedad
Civil. Además de escribir relatos, sus reflexiones se orientan al análisis de la democracia, la
gobernabilidad, los Recursos Naturales, la Geopolítica y la Defensa
Nacional. Twitter@H7GO