Por Eusebio Ruvalcaba |
Mujeres musicales
Las chopinianas. A la usanza de George Sand, se visten como
hombre. Son poseedoras de un criterio amplísimo. No juzgan nada. Nada
les parece mal. La vida tras bambalinas les da flojera sublime. Les
interesa la acción comprometida. Prefieren la noche al día. Su caminata
las lleva a zonas peligrosas. Pero no se arredran. La mayoría escribe
prosa. Tramas en fuga. Hay que dirigirles la palabra con respeto. Sólo
así se sienten comprendidas cuando el interlocutor las mira a los ojos.
Cuando advierten que no hay evasión de por medio.
Las lisztsianas. Son proclives a admirar hombres que para
ellas son héroes. Se sumergen en océanos de culpa. Saben que una palabra
bien dicha soba el alma. Cuando tienen una cita caminan de puntitas. En
el camino se arrepienten. Si están a menos de cincuenta pasos, se
regresan por donde vinieron. Pero si se encuentran más cerca, se
entregan. Esa misma noche.
Las mozartianas. Cuando menos se espera, son presas de
ataques de melancolía. Suelen vestirse ligero, sin nada que las ate más
de la cuenta. Se esmeran en pintarse los ojos de colores sombríos. Su
conversación está colmada de metáforas, aunque cuando se refieren a
términos escatológicos no dudan en llamar a las cosas por su nombre.
Odian levantarse temprano, así como seguir la menor regla. Siempre dicen
que no a la primera invitación.
Las beethovenianas. Hay en sus ojos un brillo inexplicable,
como el que deja una ironía dicha a mansalva. Se adelantan a los
acontecimientos. Van un paso adelante. Cuando se cruzan de piernas
procuran hacerlo a la vista de todos. Sobre todo escuchan conciertos
para violín. Escriben espléndidas cartas de amor, y de vez en cuando les
da por ejercitar el endecasílabo aunque terminan por abandonarlo.
Prefieren la lencería color vino, y el cabello largo al corto.
Las mendelssohnianas. Proclives a escuchar boleros, sólo
asisten a conciertos cuando se les asegura que en el programa habrá
música que les resultará reconfortante. En su estado anímico, la
tristeza no las deja en paz. Se entristecen por cualquier cosa. Cada vez
que timbra su celular, dan por sentado que será la llamada definitiva.
Aun en jeans —pues jamás usan vestido o falda— es posible adivinar su
parte generosa. No es posible mencionarles al padre muerto, porque
lloran.
Las schumannianas. Llaman la atención en cualquier parte.
Poseen un encanto que las sobrepasa; es decir, aunque no quieran atraen
la mirada ora masculina, ora femenina. Cuando manejan no quitan el pie
del acelerador. Jamás consultan el horóscopo ni pierden su tiempo
leyendo lo que no les importa, o lo que consideran banal. Aunque no les
den a escoger, prefieren hacer el amor con la ropa interior puesta. Por
frío, no por erotismo.
Las brahmsianas. Intérpretes de la vida, acostumbran mirar
el horizonte o la bóveda celeste sin parpadear. Son disciplinadas, y si
algo les gusta es contemplarse por horas al espejo hasta descubrir un
punto negro. No suelen aceptar invitaciones si no ven en aquel hombre un
rasgo de acre inteligencia. El dinero les interesa, y mucho, si les es
útil para adquirir artículos suntuarios. Jamás para ahorrar. Repelen la
caridad casi tanto como ser vulgares y previsibles. Leen, pero nada de
literatura mexicana que caiga en sus manos.
Las chaikovskianas. La mujer adicta a Chaikovski prefiere la
noche al día. Si por ella fuera, emprendería largas caminatas por
bosques sólo existentes en su fantasía exacerbada. En su imaginación,
tiene singular preferencia por los jinetes elegantemente uniformados,
como los que desfilan en París el 14 de julio. O los cadetes del Colegio
Militar en México, en particular los pertenecientes a la escolta que le
entrega al presidente la bandera la noche del 15 de septiembre. Algunas
se desmayan de sólo verlos.
El Autor: Nacido
en la ciudad de Guadalajara en 1951, Eusebio Ruvalcaba se ha dedicado a
escuchar música. Cabal y rotundamente. Pese a que ha publicado ciertos
títulos (Un hilito de sangre, Pocos son los elegidos perros del mal, Una
cerveza de nombre derrota, El frágil latido del corazón de un hombre…),
pese a que se gana la vida coordinando talleres de creación literaria y
escribiendo en diarios y revistas, él dice que vino al mundo a escuchar
música. Y a hablar sobre música. Y a escribir sobre música.