Por Juan Pablo Proal |
MÉXICO, D.F. (proceso.com.mx).- Es evidente que el gobierno está
tembloroso: Echa perros y policías, calumnia, da la instrucción de
golpear, detener e intimidar. No sabe cómo parar la crisis: Hizo que
rodara la cabeza de Ángel Aguirre, quitó a Grupo Higa la concesión del
tren México-Querétaro, y obligó a Angélica Rivera a dejar su mansión.
En un gesto torpe y desesperado, ayer el presidente dijo que
deberíamos “superar este momento de dolor”. En realidad quiso decir que
nos olvidemos de Ayotzinapa, regresemos a nuestras casas y sigamos como
si nada. Anhela que todo fuese como antes, cuando encabezaba esa
promesa llamada “Mexican Moment”.
Al priismo le está resultando imposible mantener el control y la
sumisión en un mundo dominado por las redes sociales y la información en
tiempo real. Han querido trasladar los acarreados del siglo XX a la
era del Twiitter y Facebook; los resultados han sido bufonescos. No han
entendido que son tiempos donde todo se ve, se graba y se difunde.
Hay una pizca de picardía en todo esto: La televisión pública
mexicana sigue hablando maravillas del presidente, las estaciones de
radio y la prensa primordialmente hacen lo mismo. Pareciera que el PRI
la tiene fácil: gobiernos aliados, partidos de oposición súbditos,
mayoría en las Cámaras… Aun así, Peña Nieto no es querido por seis de
cada diez mexicanos (Reforma, 1 de diciembre de 2014).
Es evidente que un sector de la ciudadanía se informa por cuenta
propia, no cree más en los medios tradicionales. El mismo que ha
comenzado a documentar la corrupción o los abusos policiales y los
exhibe viralmente; el que encuentra a sus desaparecidos por cuenta
propia y se defiende con sus recursos. Que no se cree las actuaciones
frente a cámara de la dupla Peña Nieto-Rivera.
Quisiera pensar que el caso Ayotzinapa le está enseñando a la
sociedad a percatarse de que las cosas no cambiarán solo con una cadena
de oración, ni con un fugaz golpe de éxtasis.
Resuena una pregunta: ¿Qué hacer? ¿Quién podrá encabezar la batalla?
Se mencionan los nombres de Javier Sicilia, Daniel Giménez Cacho y o el
sacerdote Alejandro Solalinde. Y al mismo tiempo hay un escepticismo que
el subcomandante Moisés del EZLN resumió con claridad en un mensaje a
los padres de los normalistas: “Puede ser que quienes ahora se
amontonan encima de ustedes para usarlos en beneficio propio, los
abandonen y corran a otro lado a buscar otra moda, otro movimiento, otra
movilización”.
Y ese es el deseo del gobierno de Peña Nieto: El olvido de Ayotzinapa.
La sociedad no debe olvidarse que 43 normalistas están desaparecidos
gracias a una policía municipal aliada al crimen organizado y cobijada
por el Ejército. Hacerlo sería pasar por alto lo que lo ocasionó.
No podemos olvidarnos de los nombres José Luis Abarca, Eduardo Bours,
Juan Molinar Horcasitas, Fidel Herrera, Javier Duarte, Rafael Moreno
Valle, Genaro García Luna, Humberto Moreira, Tomás Yarrington y Carlos
Salinas de Gortari. Ni de la Guardería ABC, ni del Casino Royale, ni de
Aguas Blancas, ni de los mineros muertos ni de nuestros 52 mil mexicanos
desaparecidos.
Ni dejar de grabar a cada líder político que pague con dinero público
su cuenta del prostíbulo, a cada hospital que permita que una indígena
dé a luz en la calle o a cada policía que vulnere los derechos humanos
de un civil.
El PRI anhela los tiempos donde podía controlar todo con una torta,
una gorra y -si hacía falta-, una macana. Aún le tiene fe a esa vía, por
eso ruega que dejemos en paz lo de Ayotzinapa.