ESCAFANDRA [y otros artilugios]-
Por Israel Miranda-
I
Verbalicé mi tristeza, la retorcí, la analicé.
Escarbé en mi ego, en el espejo,
en todo lo que (supuestamente) soy
y lo que en verdad necesito.
Evité hablarte.
Evité también morir de desconsuelo.
Me enfado conmigo.
En verdad quiero salir de esto –pienso–
sentirme menos triste.
Pero no puedo y
estoy tan cansado.
(Disloco la poca cordura que me queda)
¿Qué tan profundo se puede caer?
Supongo que esto, de alguna forma, debe terminar.
Jamás volveré a ser el mismo, lo sabemos.
Maldigo tu buena suerte, después de todo,
no estarás aquí para ver las ruinas,
los vestigios del naufragio.
Cobro (de vez en cuando) cierta fuerza, cierto coraje.
Me engaño pensando que te odio.
Me percato del absurdo y sonrío.
II
Todos abandonen el barco, mujeres primero –pienso–
Que la banda deje de tocar y se pongan sus chalecos salvavidas.
No hay tiempo para ser heroicos, sólo queda un bote.
Mientras tanto, las ratas pueden tomar por asalto el comedor,
que nada se desperdicie.
Todos abandonen el barco, antes de que el agua les cubra los zapatos,
podrían arruinarse y no llegar íntegros al baile del fin del mundo.
Pongamos en los altavoces una selección de bonitas melodías,
sofoquemos los gritos de auxilio
con alguna canción que nos hable de amor.
No queremos que nuestra conciencia
nos traicione una de estas noches,
cuando el frío es intenso,
y empecemos a odiar a la gente que tenemos al lado
y le destrocemos la cara con una sartén.
No queremos nada que nos recuerde
que sobrevivimos a un accidente desafortunado.
Esas memorias no son buenas mientras empujamos un columpio,
o conducimos a gran velocidad.
Pongamos en los altavoces canciones de amor,
pero del bonito.
No queremos deprimir a los futuros náufragos.
Podrían venirles recuerdos tristísimos.
Se sentarían a babor,
o a estribor
o donde sea
y esperarían a que el mar
resuelva sus penas. No,
queremos que la mayoría sobreviva.
Así que, por favor, todos abandonen el barco,
las colas en los supermercados aún los necesitan
y la televisión todavía transmite lindas golosinas.
Todos abandonen el barco,
aún están a tiempo para llegar a la última función,
y hoy regalan chocolates en la compra de un supercombo.
Abandonen el barco,
pues la felicidad espera desnuda
en una habitación desordenada. Dispuesta,
y suele aburrirse pronto
y largarse con el primer sujeto crediticio.
Abandonen el barco,
de eso depende el sosiego de sus almas,
la tranquilidad de la quincena
y una comida en restaurante Italiano.
Todos abandonen el barco,
pues pronto se llenará de fantasmas mutilados
que comerán y beberán de nuestra tristeza
y nos obligaran a habitar
dentro de una ridícula escafandra.
Abandonen el barco,
pues pronto no habrá más que oscuridad.
Abandonen el barco antes de que empiece a cantarles
mi canción favorita,
lo lamentarán, se los aseguro.
Todos abandonen el barco,
antes de que empiece a recitarles
unos bonitos poemas,
antes de que les cuente la historia más fantástica.
Todos abandonen el barco
y lleven suficientes provisiones.
El camino a casa es largo.
Abandonen el barco,
salten,
naden,
aférrense a un trozo de madera
o a un recuerdo tibio.
Abandonen el barco,
mujeres (principalmente mujeres) primero,
aquí sólo hay instrumentos de tortura unitalla,
así que más vale apresurarse.
Todos abandonen el barco,
que el semen de los ahogados
no fecunda más que nonatos.
Todos abandonen el barco,
salvo aquellos que crean que todo está perdido.
(Repaso lo que escribo.
Algún día reiré a solas)
III
Sé algunas cosas,
como que no soy (tan) mal tipo,
no soy tan aburrido, ni tan estúpido.
Sé (también) que mi casa necesita (ya) una limpieza.
Ordenar mi habitación.
Sé, por ejemplo,
una infinita cantidad de cosas inútiles
(nombres de actores, datos absurdos,
letras de canciones románticas)
Sé que pronto será tiempo de inscribirse
a algún curso sabatino,
o al gimnasio,
o a reducir el peso.
Sé que pronto será menester reunirse con algunos amigos
para que me recuerden que, en algún tiempo,
el sol salía más seguido.
Lo que no sé es qué hacer contigo, con tu recuerdo.
No sé qué hacer cada día a las once de la noche
(al terminar el noticiero).
No sé qué hacer para que nadie
me pregunte por tí y desate mi tristeza.
(Pensé en colgarme un letrero de
Favor de NO preguntar por Claudia,
pero creo que no daría resultado)
A pesar de lo que parezca,
del desvelo,
de la abulia,
estoy más tranquilo.
(Lo que sí sé es que ya son las tres de la mañana y debo,
como todas las noches, librar una batalla contra el insomnio)