Music In a Coma-
Por Iván Carrillo-
Hace tiempo, más morro, recuerdo que rondando los nueve o diez años, junto a mi jefe y su eterna solidaridad izquierdosa, asistí a una fiesta de trabajadores de la vocho o alguna otra fábrica de autopartes de cuyo nombre no puedo acordarme, con workingclassheroes en la colonia Tepeyac, famosísima por estos lares poblanos. Nos chingamos unos mixiotitos con su respectivo arroz y mi padre procedió con una cervecita; de tener un par de años más seguramente también le hubiera entrado, pero no era la ocasión, total que después de unas cuatro o cinco soles de media, mi viejo dejó de cuidarme y tuve la libertad de empezar a fisgonear en la vecindad.
Después de armar un par de desmadritos por el lugar, me estremeció un fenómeno físico-sensorial-enigmático donde todo a mi alrededor estaba bloqueado y mis sentidos no lograban percibir nada, excepto una grabadora Sony de casetes que a través de sus defectuosos altavoces escupía un “… para que nadie se quede sin chingar, para que todos chinguemos igual, chingo yo, chingas tú, chinga tu madre.” Me acerqué en chinga al reproductor y apañé de inmediato la caja del casete que en la portada mostraba las piernitas de una escolapia de secundaria general con las braguitas a medio bajar y junto un cuadrito que pasó desapercibido en aquel momento y que, entre otras cosas dibujaba en letras altas “ADVERTENCIA”. Por supuesto mi padre y sus colaboradores acabaron hasta el huevo, mientras yo repetía una y otra vez el casete, alguno de ellos se dio cuenta de mi fascinación por estas rolas y tuvo a bien obsequiarme este tesoro del rock. De regreso a casa tomé por asalto el autoestéreo Mitzu que mi jefe había instalado unas semanas antes en su vochito color verde avispón y sin pedir permiso ensarté el pedazo de plástico.
Era un escuincle caguengue y baboso pero esa era ya mi primera vez. Mi primera aproximación consciente al rock mexicano. En honor a la verdad, debo confesar que mi jefe me había presentado ya algunas tonadas del Real de Catorce, el Rockdrigo o los Caifanes, y seguramente yo hasta las bailaba mientras servía tragos a mis tíos en alguna de las tantas pedas familiares que sucedían en mi casa, pero los Molotov habían creado en mí una revelación o mejor dicho, una revolución. Y así pasé un buen rato, queriendo rocanrolear con los grandes. Recuerdo a mi tío el “Pollo” cargándome en hombros para entrar a un concierto de los molochos en algún recinto bravo cercano a la CAPU o al “Flaco” comprándome una Pepsi en otro recital de estos en un rodeo de Cholula mientras yo cantaba “Puto” a todo pulmón.
Es evidente que estos cuatro culeros fueron la voz de una generación y que tuvieron los huevos de decir “Gimmethepower”, aconsejar “Que no te haga bobo, Jacobo” y mentarle la madre a los gringos puñeteros, además de realizar exorcismos sin olvidar que estás en tu casa tan triste y tan sola y que el mundo se va a acabar. Todavía pataleaban cuando presentaron el “Con todo respeto”, producción de covers que, si bien apuntaba que habían perdido un poco de imaginación, les alcanzó para hacer un disco bien logrado. Después nos llegaron con la mamada de su separación y el “Eternamiente” y fue ahí cuando supimos que todo había valido madres, todos vestiditos de Adidas tocando en foros fresas o en festivales mamones, y se la han ido campechaneando sacando discos en vivo o su documental. No se dejan morir.
Es bien sabido que estos cabrones son unos juniors fresones; con el hecho de saber que Jay de la Cueva fue de los primeros integrantes de esta banda nos podemos dar una idea de su círculo social, aunque ese no es un tema en el que deba profundizar mucho. Qué hueva.
Aquí está el gran pedo. Hace poco fue lanzado su nuevo álbum de estudio y además tuvieron el valor de presentar sus primeros sencillos que no nos dan nada nuevo. Musicalmente presenta unos riffs de guitarra que no parecen tener forma o intentar llegar a algún lado, línea de batería bien marcada y juego de bajo -algo que les conocemos desde el “Dónde jugarán las niñas”-, y el mismo discurso de siempre. Encontramos expresiones tan risibles como “…Si las balas tuvieran ojos, verían perfectamente el desmadre insensato, que impacta a la gente…” ¿las balas? ¿ojos? ¡Qué pedo! Y por si fuera poco presentaron de lado B una rola llamada “La Verga” que trae la misma fórmula que les ha funcionado, mentar madres y polemizar con groserías. Lo que no se han dado cuenta es que los tiempos están cambiando y ya no sorprenden a nadie con un “… estás que te lleva la verga, ni tú ni nadie, podrán detenerla…”.
Es difícil descifrar el nuevo disco, evidentemente con una producción de miles de pesos, los mejores instrumentos y los más caros ingenieros, pero, según lo mostrado en las rolas de adelanto, pocas ideas y ninguna novedad. Habrá que esperar. Seguramente este texto ustedes -los más fervientes fans- se lo pasan por los huevos, pero alguien tiene que decirlo y eso que soy de esos que piensan que los nuevos discos siempre son más chingones.
Ya ustedes juzgarán.
Hace tiempo, más morro, recuerdo que rondando los nueve o diez años, junto a mi jefe y su eterna solidaridad izquierdosa, asistí a una fiesta de trabajadores de la vocho o alguna otra fábrica de autopartes de cuyo nombre no puedo acordarme, con workingclassheroes en la colonia Tepeyac, famosísima por estos lares poblanos. Nos chingamos unos mixiotitos con su respectivo arroz y mi padre procedió con una cervecita; de tener un par de años más seguramente también le hubiera entrado, pero no era la ocasión, total que después de unas cuatro o cinco soles de media, mi viejo dejó de cuidarme y tuve la libertad de empezar a fisgonear en la vecindad.
Después de armar un par de desmadritos por el lugar, me estremeció un fenómeno físico-sensorial-enigmático donde todo a mi alrededor estaba bloqueado y mis sentidos no lograban percibir nada, excepto una grabadora Sony de casetes que a través de sus defectuosos altavoces escupía un “… para que nadie se quede sin chingar, para que todos chinguemos igual, chingo yo, chingas tú, chinga tu madre.” Me acerqué en chinga al reproductor y apañé de inmediato la caja del casete que en la portada mostraba las piernitas de una escolapia de secundaria general con las braguitas a medio bajar y junto un cuadrito que pasó desapercibido en aquel momento y que, entre otras cosas dibujaba en letras altas “ADVERTENCIA”. Por supuesto mi padre y sus colaboradores acabaron hasta el huevo, mientras yo repetía una y otra vez el casete, alguno de ellos se dio cuenta de mi fascinación por estas rolas y tuvo a bien obsequiarme este tesoro del rock. De regreso a casa tomé por asalto el autoestéreo Mitzu que mi jefe había instalado unas semanas antes en su vochito color verde avispón y sin pedir permiso ensarté el pedazo de plástico.
Era un escuincle caguengue y baboso pero esa era ya mi primera vez. Mi primera aproximación consciente al rock mexicano. En honor a la verdad, debo confesar que mi jefe me había presentado ya algunas tonadas del Real de Catorce, el Rockdrigo o los Caifanes, y seguramente yo hasta las bailaba mientras servía tragos a mis tíos en alguna de las tantas pedas familiares que sucedían en mi casa, pero los Molotov habían creado en mí una revelación o mejor dicho, una revolución. Y así pasé un buen rato, queriendo rocanrolear con los grandes. Recuerdo a mi tío el “Pollo” cargándome en hombros para entrar a un concierto de los molochos en algún recinto bravo cercano a la CAPU o al “Flaco” comprándome una Pepsi en otro recital de estos en un rodeo de Cholula mientras yo cantaba “Puto” a todo pulmón.
Es evidente que estos cuatro culeros fueron la voz de una generación y que tuvieron los huevos de decir “Gimmethepower”, aconsejar “Que no te haga bobo, Jacobo” y mentarle la madre a los gringos puñeteros, además de realizar exorcismos sin olvidar que estás en tu casa tan triste y tan sola y que el mundo se va a acabar. Todavía pataleaban cuando presentaron el “Con todo respeto”, producción de covers que, si bien apuntaba que habían perdido un poco de imaginación, les alcanzó para hacer un disco bien logrado. Después nos llegaron con la mamada de su separación y el “Eternamiente” y fue ahí cuando supimos que todo había valido madres, todos vestiditos de Adidas tocando en foros fresas o en festivales mamones, y se la han ido campechaneando sacando discos en vivo o su documental. No se dejan morir.
Es bien sabido que estos cabrones son unos juniors fresones; con el hecho de saber que Jay de la Cueva fue de los primeros integrantes de esta banda nos podemos dar una idea de su círculo social, aunque ese no es un tema en el que deba profundizar mucho. Qué hueva.
Aquí está el gran pedo. Hace poco fue lanzado su nuevo álbum de estudio y además tuvieron el valor de presentar sus primeros sencillos que no nos dan nada nuevo. Musicalmente presenta unos riffs de guitarra que no parecen tener forma o intentar llegar a algún lado, línea de batería bien marcada y juego de bajo -algo que les conocemos desde el “Dónde jugarán las niñas”-, y el mismo discurso de siempre. Encontramos expresiones tan risibles como “…Si las balas tuvieran ojos, verían perfectamente el desmadre insensato, que impacta a la gente…” ¿las balas? ¿ojos? ¡Qué pedo! Y por si fuera poco presentaron de lado B una rola llamada “La Verga” que trae la misma fórmula que les ha funcionado, mentar madres y polemizar con groserías. Lo que no se han dado cuenta es que los tiempos están cambiando y ya no sorprenden a nadie con un “… estás que te lleva la verga, ni tú ni nadie, podrán detenerla…”.
Es difícil descifrar el nuevo disco, evidentemente con una producción de miles de pesos, los mejores instrumentos y los más caros ingenieros, pero, según lo mostrado en las rolas de adelanto, pocas ideas y ninguna novedad. Habrá que esperar. Seguramente este texto ustedes -los más fervientes fans- se lo pasan por los huevos, pero alguien tiene que decirlo y eso que soy de esos que piensan que los nuevos discos siempre son más chingones.
Ya ustedes juzgarán.