Tacones Lejanos-Por La Tija-
"Al infierno se va por atajos, jeringas, recetas".Joaquín Sabina
Los dedos de mis
pies dan hacia la ventana, son las tres de la tarde y otra vez no fui a trabajar, si
es que uno puede llamarle trabajo a lo que hago. Terminé una carrera y mi empleo
nada tiene que ver con ella, pero aunque muchos lo critiquen vender seguros de
vida me dio la oportunidad de darme una más o menos decente.
Me despertó el
ruido del celular, esta vez no era mi jefe reclamándome por faltar un día más
sino la empresa de telefonía mandándome como todos los días puntualmente un
mensaje para recordarme que no pagué el servicio. Ni me inmuto, si no pago
ahora seguro me cortarán la línea y con ello dejaré de recibir sus mensajes y
al mismo tiempo, dejaré de oír los alaridos de mi madre quien todos los días me
recuerda que tal vez debería hacer algo de provecho con mi vida.
Veo el control
de la televisión tirado en la alfombra que está manchada de lápiz labial, logro
encenderla y descubro con ello que aún no me cortan la luz. Esa televisión
blanca era de mi abuelo quien pasaba las horas viendo el béisbol; aficionado de los Rieleros y cuenta mi abuela que cuando era joven jugaba como con toda una
estrella. Yo en cambio nunca fui buena para ningún deporte; pero en mis ratos
libres desde niña me iba a sentar en el parque durante horas para ver a mis
amigos jugar tochito, gusto que después creció y me abrió el mundo de los
casinos a través del fútbol americano.
Mi tía ha venido
a visitarme últimamente, me cuenta que hace poco conoció a una persona que la
enamoró y que yo lo haré un día estos, por lo que no debo perder la esperanza en
el amor. También me habla de Dios y de cómo nos regaló la vida para que la
disfrutáramos. -¿Y yo qué?- pienso. A mí nadie me preguntó si quería vivir.
-Regreso al
rato, a ver si lavas esos trastes y cambias las sábanas- me dice siempre al
marcharse. Yo sólo asomo la mano por debajo de las cobijas y señalo que cierre
la puerta.
-¡Quítate ya esa
pereza!- alcanzo a escuchar.
¿Pereza? ¿Qué no
es eso un pecado? Pienso al mismo tiempo que agarro el diccionario que se
encuentra en mi cabecera junto con otros libros, discos piratas, y revistas de
moda. Lo abro y busco la palabra.
Pereza: Depresión profunda, falta de ganas de vivir, desidia.
Aviento el diccionario
y veo el techo que después de varios minutos se convierte en una mancha blanca.
Dos personas afuera platican y una de ellas estornuda.
Supongo que
cuando uno nace tiene asignadas debilidades que lo hacen más vulnerable a ciertas
enfermedades y pecados, por lo que hay quienes son más propensos a padecer de
lujuria y vanidad tanto como aquellos que se enferman de la garganta o del
estómago a cada rato. Sucede que para los pecados no existen antibióticos ni
recetas mágicas que logren curarte, por lo que uno se pasa la vida enfermo,
contagiando y culpando al declive de la sociedad por todos los malos
pensamientos y acciones que tenemos.
Mi madre, había
estado preocupada los últimos meses por mi estado, ella piensa que fue la ruptura
con mi último novio la que me tumbó en la cama y me quitó las ganas de vivir, por
lo que ha estado insistiendo en que vea a un padre para que platique con él y
me lleve de regreso al camino del señor. Yo jamás he sido una fiel creyente
pese a los esfuerzos de mi padre por meterme a una escuela católica, y no es
culpa de los maestros, simplemente la religión es un asunto que a mí siempre me
ha importado poco. Aun así, cargo con prácticamente todos los sacramentos cuyos
papeles oficiales guardo en el mismo fólder de mis certificados escolares en
aquel clóset de por allá. El póster de Pink Floyd que tiene pegado me lo regaló
un amigo en la secundaria.
El celular suena
nuevamente, mi hermana escribe para avisarme que logró conseguir una cita con
el padre que me dio mi primera comunión, algo así como el doctor de la familia
que conoce todo mi historial desde pequeña, y me comenta que es el mismo que
oficiará su próxima boda, por lo que me suplica no ser grosera con él. Para
evitar discusiones familiares, me meto a bañar y salgo a esperarlo, llega a los
pocos minutos y me abraza dando inicio así a su sermón que escucho y no porque
sigo pensando en que el color lila de los vestidos de damas de honor para la boda
no va con el tono de mi piel, pero en realidad no importa ya.
Después de un
rato intento concentrarme en sus palabras.
-La religión señala
a aquellos que se dañan con excesos porque insultan el cuerpo que Dios nos dio.
¿Estás consumiendo drogas, Marce?- me pregunta.
Qué ganas de
decirle que sí, pero decido no contestarle. En realidad fumaba muy poco, pero
estaba considerando hacerlo más seguido ya que estudios han demostrado que
fumar reduce fuertes dolores corporales. Recordé también en ese instante que en
alguna ocasión utilizaron morfina para tranquilizarme después de una operación.
Ese día mientras me inyectaban, el doctor dijo que la combinación de drogas se
llamaba así en honor a Morfeo, el dios griego del sueño, y que unos minutos dejaría
de sufrir para dormir en sus brazos.
-En la Biblia
Salomón nos dice que el todo de la vida es honrar a Dios con nuestros
pensamientos y guardando sus mandamientos porque un día compareceremos ante él
para entregarle cuentas- insiste el padre.
Pocas ganas
tengo de ver a la gente desde que llegó el cartero a mi casa con un sobre antes
de partir al trabajo. Ése día estuve a punto de entregar cuentas también a otro
señor, batir mi récord anterior en ventas, y seguramente con esas cifras obtener
un ascenso después de cinco años de estar encerrada en una oficina, sin saber para
quién trabajo, enriqueciendo quién sabe a qué cabrón, y dándole una mejor vida
a quién sabe cuántos de sus hijos.
-No hay lugar
para la pereza en la vida de un cristiano, hija, porque el alma del perezoso
desea y nada alcanza. La pereza sólo produce destrucción, desesperación y
negatividad, si sigues así no tendrás lugar en el reino de Dios. ¿Qué no
quieres disfrutar de la vida? ¿Qué acaso no quieres tener hijos y disfrutar del
amor en pareja?
De todos mis
amores sólo dos me han marcado. Alejandro había sido quizás el más importante.
Nos conocimos en la universidad y duramos un par de años juntos hasta que me
dejó por Andrea y yo lo dejé por Pablo, un ingeniero que me amó como pocos pero
al cual nunca consideré mi novio porque él odiaba los títulos. No obstante,
durante los años de relación intenté una y otra vez darle un hijo lo cual nunca
sucedió, a diferencia de Andrea que a los pocos meses logró embarazarse y se
dio el lujo de abortar porque no era el momento y porque sabía en el fondo que Alejandro,
desempleado y deprimido jamás se hubiera hecho responsable. Terminé con Pablo
argumentando que no podía ofrecerle otra persona que no fuera yo, él insistía
en ver a un médico e iniciar un tratamiento pero yo siempre rechacé la idea y
hoy me arrepiento. Finalmente sus ganas de ser padre fueron más fuertes y se
fue para nunca más volver.
Deprimida y
temerosa por nunca más encontrar a alguien como Pablo decidí una mañana ir al doctor
y desquitar el seguro de gastos médicos mayores que me pagaba la empresa y
después de varios análisis, la aseguradora se comprometió a llevarme los
resultados hasta mi casa.
-Dios nos da oportunidades y formas de sostenernos,
pero nosotros rechazamos lo que Dios nos da. Tienes que examinar tu
vida, hija, porque lo que tu presentas es exactamente el cuadro de un perezoso.
En ese momento y
harta de escucharlo hablar le entregué el sobre que recibí aquel día por parte
del cartero.
-Durante toda mi
vida he intentado hacer las cosas de manera correcta, llevo una vida sana y he
sido capaz de discernir entre lo bueno y lo malo ¿Qué no es eso lo que predican
ustedes? ¿A quién acudo cuando yo sí quiero vivir y Dios no me deja, padre?- añadí.
El sacerdote abrió
el sobre y después de leer los papeles enmudeció totalmente y me vio a los ojos
con profunda tristeza.
-Eso que usted
llama pereza, los doctores lo llaman cáncer.