Cinetiketas-
Por Jaime López Blanco-
Si algo ha caracterizado al más reciente ciclo de las películas del guionista, productor y realizador mexicano, Luis Estrada (“La Ley de Herodes”; “Un mundo maravilloso”; “El Infierno”) es su devoción a la sátira política y cierto compromiso con la denuncia social. Estos elementos son puestos nuevamente en acción dentro de su último proyecto cinematográfico denominado “La Dictadura Perfecta”, el cual tiene la peculiaridad de reunir a su histrión "fetiche", Damián Alcázar, con varios actores de gran talento dentro del séptimo arte nacional (Joaquín Cosío, Salvador Sánchez, Gustavo Sánchez Parra, María Rojo, Sonia Couoh) y con caras muy conocidas dentro del mundo de la televisión mexicana (Alfonso Herrera, Silvia Navarro, Sergio Mayer, Oswaldo Benavides).
¿El resultado? Depende según las expectativas de cada espectador. Hay quien puede catalogarla como la cinta más frívola y comercial de Luis Estrada, debido a tanto rostro televisivo incluido en su casting, pero ello más bien parece un objetivo claro, una estrategia voluntaria del director, motivado por el deseo de querer contarle al pueblo mexicano (muchas veces ciego devoto de ese medio, al que han otorgado un lugar santificado dentro de sus cotidianidades, llamado televisor) un argumento más "digerible" sobre el teje y maneje de la televisión, así como del amasiato de ésta con el poder político nacional, narrado a través de varios de los rostros populares que mejor dimensionan y representan a ese mundo. Dicha estrategia pudiera funcionar; eso lo sabremos cuando conozcamos los primeros resultados en taquilla de la película pero, sobre todo, cuando sepamos de las primeras reflexiones en masa respecto a la cinta en cuestión.
Ahora bien, en cuanto a narrativa argumental y visual, la película de Estrada parece tener algunas fallas. Entiendo el formato televisivo que le quiere otorgar a su historia (más si se trata sobre una sátira sobre la también llamada “caja idiota”) pero, después de una hora de recorrido, el relato parece decaer en comparación con su ritmo inicial. Tiene algunos buenos diálogos y momentos, pero el clímax se prolonga demasiado al centrar gran parte de su texto en todo el "teatrito" que monta una televisora (a través de una de sus productores personificados por Alfonso Herrera) para desviar la atención de una comunidad respecto a los excesos y abusos que ha cometido su gobernante.
Además, existen algunos rompimientos de los ejes narrativos, o como diría un buen amigo cinefotógrafo, se puede percibir la presencia de unos “puntos de fuga” que transmiten una sensación de falla en el emplazamiento de las cámaras, cosa que termina por distraer o confundir la atención del espectador. Me parece algo extraño, sobre todo viniendo de la lente del fotógrafo español Javier Aguirresarobe, “arquitecto visual” de maravillosas historias como “Mar adentro”; “Los otros” (éstas dos de Alejandro Amenábar) o; “Hable con ella” (de Pedro Almodóvar). Sin embargo, en escenas construidas con poca luz, el uso de la lente me parece más que adecuado, tal es el caso del entorno generado para el lugar donde viven unos secuestradores o la plaza donde un político de oposición lleva a cabo su mitin.
En cuanto a la dirección de arte, existe una buena selección de locaciones o de recreación de ciertos espacios, como en el caso del Congreso Local, en el cual tienen lugar algunas de las secuencias que servirán como detonador de algunos de los mejores giros y encuentros argumentales de la cinta.
Finalmente, en el plano actoral, Alfonso Herrera y Oswaldo Benavides, parecen tener en sus manos algunos de los mejores personajes de sus carreras, al caracterizar a un productor televisivo ambicioso y a un reportero ególatra y sin escrúpulos, respectivamente, pero sus limitadas capacidades interpretativas no les permiten sacarles el mayor “jugo” posible a sus roles. Pudieron hacer algo memorable pero terminan desaprovechando la oportunidad. Habrá que preguntarles si existió cierta responsabilidad de parte del realizador o toda es culpa del CEA. Por su parte, Silvia Navarro no ofrece nada fuera de lo ordinario de sus roles televisivos, pero tal parece que esa era la idea de su aparición.
Los que sí destacan, como de costumbre, son los grandes lobos de mar del séptimo arte nacional: Alcázar es sutil con su “Carmelo Vargas”, un burócrata político de medio pelo, vil y agreste, que “brilla” sobre todo en los momentos más cínicos de su personaje (mención aparte la forma en cómo se conmueve al presenciar su telenovela favorita); Joaquín Cosío hace una extraordinaria labor al desmarcarse de sus acostumbrados villanos y construir desde lo tenue a un diputado idealista, opositor al protagonista de Damián Alcázar, pero con algunas contradicciones y muchísimos matices dentro de su rol (no en vano el nombre de su personaje “Agustín Morales”) y; Salvador Sánchez es muy convincente como el líder de unos secuestradores.
Se podría decir que “La Dictadura Perfecta” de Luis Estrada es una cinta regular, con buenos apuntes y alusiones a la situación política-social que atraviesa actualmente nuestro país (quien conozca del asunto puede encontrar hasta ecos del ex Secretario de Seguridad Pública Federal o “súper policía”, Genaro García Luna, en el personaje de Dagoberto Gama); en la cual los partidos políticos son desde hace tiempo una sátira trágica de sí mismos; con su buena dosis de burla y crítica a uno de los más influyentes medios de comunicación (como lo es la televisión); pero que falla en su ejecución (se sentía más fluida y dinámica la narrativa argumental de “La ley de Herodes” o la de “El Infierno”).
El final parece extenderse demasiado, pero su tono pesimista (¿o duramente realista?) consolida un poco las intenciones de su realizador: vivimos dentro de una dictadura perfecta, que simula a veces ser una democracia, donde las vueltas que da la política y los poderes fácticos terminan por dejar, por desgracia, en el mismo lugar de siempre, a los mismos hombres que han mal movido los hilos de esta nación.