Cerati y yo, ahora ambos muertos también por dentro. |
Crónica de un Peatón | Por Alejandro Carrillo |
Jueves por
la noche, los campeones y odiados Seahawks –que me hicieron perder miles de
pesos en el pasado Súper Bowl- le ganan por tres posesiones a los inútiles ‘cabezas
de queso’ en el último cuarto. El primer partido de la temporada perdió mi
atención antes de la pausa de los dos minutos y mejor me da por apagar la tv de
una vez por todas y empezar a trabajar en el especial obligado de Cerati que
toda revista groovy mágica-musical que se precie de serlo, debe tener a ocho
columnas en un día como hoy.
La noticia
me llegó desde temprano. El celular vibró como pocas veces, tan fuerte que
hasta me despertó, como diciendo despiértate cabrón, esto va en serio. Malhumorado busqué entre las
cobijas el teléfono y vi de reojo la notificación de Milenio Diario (aplicación para celulares):
“ÚLTIMA HORA: El Cantautor Gustavo Cerati murió hoy, a los 55 años, luego de permanecer 4 años en estado de coma, reportan medios argentinos”.
Me da por botar el teléfono sin darle mucha importancia al asunto y me envuelvo en mi
capullo de colchas Vianney para aprovechar una media horita más de sueño antes
de empezar a mentar madres por el sol hidrocálido sobre mi cabeza, ya que en
pocas horas tengo que salir de mi sarcófago a dar una entrevista en Radio
Universidad para hablar de lo chingones que somos en esta revista y las
mil razones por las que el mundo entero debe leernos y darnos dinero.
Pero no. En 'posición cochinilla' cierro los ojos dentro de mi capullo, respiro profundo para
reencontrarme con el camino del sueño matinal... pero no; repentinamente me
descubro repitiendo despiértame cuando pase el temblor, despiértame cuando pase el temblor. Gustavo cabrón, te
tenías que morir -ahora sí- en un día tan ajetreado. Abro la regadera y
busco en mi reproductor algo para la ocasión: Música/Artistas/G/Gustavo
Cerati/1 álbum, 1 canción/Álbum Ahí Vamos/12/Crimen 3:43. Y le pico play. -¿Por
qué sólo tendré una rola de él?- Y suenan los primeros acordes de ‘Crimen’,
que dista mucho de ser una canción emblemática. Con el agua caliente cayendo
sobre mi pelo recuerdo que hace muchos años vi el video de esa rola en
Telehit, una historia detectivesca a lo Elliot Ness con buena fotografía que
para mis años pubertos salía del molde de los videoclips de la época –no existía
YouTube y nos limitábamos a esperar el video de Britney Spears en falda de colegiala o
de los Genitallica en falda de monaguillos-. Lo cierto es que ese video me atrapó en aquellos años mozos por su rollito de gánsteres y mujeres fatal:
“Últimamente los días y las noches se parecen demasiado, si algo aprendí en esta ciudad es que no hay garantías, nadie te regala nada. Todo podía terminar terriblemente mal… pero este caso había que resolverlo”.
Para no
hacer el cuento largo, Cerati acaba recibiendo un plomazo de una mujer. ‘Qué ironía’, pienso más tarde cuando me entero de Chloé Bello,
una rubia de 27 años que según los chismosos es ‘la culpable del coma’ de Gustavo.
Cuenta la leyenda que la señorita fue la última conquista del guitarro y vocalista de Soda; ella en ese
entonces con 22 y él con 50, se veía obligado a tomar Viagra que
combinado con la ingesta de drogas y alcohol, resultarían una mala idea para un
hipertenso Cerati.
Obviamente
lo anterior es un rumor de lavadero, pero en honor la verdad, tengo muchas
ganas de que sea cierto y de ser así, Gustavo, eres el puto amo. Morir cogiendo
y lleno de drogas siempre será mejor que morir de un aburrido plomazo, así tengas
que pasar cuatro años en el purgatorio del cajón de los vegetales. Por cierto, qué poca madre tiene, señora madre de Cerati; otro crimen quedará sin resolver.
Cuando me
di cuenta, la rola se había repetido unas cinco veces y yo seguía bajo la
regadera, ya no alcanzaba mi taza de café bien cargado si es que
quería llegar a tiempo a la entrevista. Agarré un libro, mochila, gafas oscuras,
cartera, celular y vámonos. Contrario a lo pensado no había ni un rayo de sol, sino
un de nubes que en cualquier momento empezarían la lloradera de la desgraciada
muerte del rocanrol melancólico y seductor del sureño.
Ya en el bus
busqué mi separador navideño de librerías Gandhi, estaba en la página 101 de algún libro y me dispuse a leer durante los próximos cuarenta
minutos de camino a la universidad. Leía y leía sin comprender ni una sola coma –no es
chiste, Gustavo-, pensando más bien en cómo empezar esta editorial pero sin
encontrar una sola respuesta. Cerré el libro y observé a los pasajeros, todos
perdidos en sus asuntos, viendo hacia afuera pasar la vida y los coches. Busqué en
alguno de ellos algún gesto, algún semblante triste que me dijera ‘no mames, ya se murió Cerati y yo como
pendejo en este autobús’; pero nada, no encontré a nadie devastado –al menos
no por la muerte de Gustavo-. Pinche gente, si supieran cuántos palos le
debemos a este cabrón ya le estarían poniendo un altar.
Ya en el campus de la
universidad me olvidé un poco del tema y me concentré en mis respuestas para la
entrevista; encontré a una amiga, estaba pálida y según dijo,
recientemente se había desmayado en la enfermería. Sin razón alguna le atribuí
el hecho a la muerte de Cerati, parecía lógico que todos estuviéramos tristes y
nos sintiéramos mal al grado de desfallecer, sin embargo no hice comentario
alguno y el tema regresó a mi mente.
El resto
del día no fue muy diferente, pensado en las repercusiones que la muerte
desencadenaría en mi círculo social -por llamarlo de alguna forma-. Recordé que por la mañana alguna persona me encontró algún parecido con Gustavo. ¿Lo dices porque ahora ambos estamos
muertos también por dentro?- le pregunté medio en serio, medio en broma.
Durante la
tarde cayó una lluvia torrencial, sentí escalofríos al pasar frente al
estéreo –era Gustavo Cerati, sin duda-. Me puse melancólico por un momento y
pensé en el vaivén del carajo de la vida, pensé en mamá y papá y añoré quizás un té para tres. Es extraño, la
verdad. Pensé en Bukowski diciendo es
extraño cuando la gente famosa muere/ las veredas parecen diferentes y nuestros
chicos parecen diferentes/ y nuestras compañeras de cama y nuestras cortinas y
nuestros autos/ es extraño cuando la gente famosa muere: nos sentimos mal.
Me sentí
ridículo y mejor prendí la tv, empezaba el primer partido de la temporada, me olvidé de Gustavo Cerati durante casi cuatro cuartos; justo hasta antes de la pausa de los dos
minutos, cuando los Seahawks le ganaban por tres posesiones a los inútiles ‘cabezas
de queso’.
Saqué el whisky de las grandes ocasiones, me senté
frente al monitor y empecé a redactar osadamente este artículo sin valor ni validez de
alguien que nunca supo nada de Cerati, y que seguramente nadie leerá y pasará a la
historia con más pena que gloria.
Sin embargo,
de momento, y más en lo personal que en lo editorial al final, al final hay recompensa.
Gracias por
venir, gracias totales.