Un gigante egoísta y la reconciliación con el buen cine

Cinetiketas. “The selfish giant” (Reino Unido, 2013), una obra que se exhibe en, apenas, un puñado de funciones pero es lo mejor que he presenciado durante todo este periodo en el celuloide.




El verano cinematográfico de este año había resultado fallido: más ruido que nueces, más expectativas que satisfacciones. Gojira y Maléfica ni siquiera me mantuvieron entretenido (objetivo número uno de los Blockbusters de la temporada, o, al menos, eso se dice), mientras que Planeta de los Simios y Hombres X parecían mejores propuestas, faltaba algo en sus fórmulas para considerarlas redondas. Sólo ciertas ofertas nacionales me habían parecido lo más interesante de esta temporada, por ejemplo “La jaula de oro”, “Los insólitos peces gato” y hasta “Huérfanos”.

“Los insólitos peces gato” estrenaron desde abril; pero cabe recordar que el verano en el celuloide se ha adelantado y, por lo tanto, no coincide con la entrada natural de la estación en cuestión. Esta medida busca “emparejarse” o aprovechar las vacaciones de Semana Santa, para así mejorar la taquilla.

Extrañaba el buen cine, aquel que no sólo me mantuviera entretenido o del cual recordara únicamente un par de secuencias o un par de fotogramas, sino uno que me conmoviera. Comenzaba a sentir cierto alejamiento respecto al cine de buena manufactura, al cine de buena calidad de este año, hasta que recientemente pude atestiguar “The selfish giant” (Reino Unido, 2013), una obra que se exhibe en, apenas, un puñado de funciones pero es lo mejor que he presenciado durante todo este periodo en el celuloide. Se trata de una película con bajo presupuesto, con actores desconocidos, pero con una poderosa historia, con un argumento socialmente importante y con una audacia en la puesta y dirección de sus imágenes.

Cine que cautiva, cine que remueve las entrañas, y, cine que realmente hace sentir. Una experiencia sórdida de visionar pero inevitable de ignorar. Es la historia de dos niños marginados, que cohabitan en una zona relegada del Reino Unido, donde la dinámica de sus contextos y de sus familias los llevan a sobrevivir regidos bajo la búsqueda del mayor gigante egoísta de ésta época: el dinero.

Sin embargo, los simbolismos y la denuncia de esta modesta historia van más allá. Hay más egoístas y cínicos involucrados en la premisa. Podemos ver a las escuelas que botan a los “niños problema”, las cuales, en lugar de resolver y afrontar las personalidades de éstos, prefieren ignorar a esos jóvenes. También se encuentran las familias disfuncionales y los patrones que utilizan a los chicos de su sociedad para la obtención de sus egoístas recursos financieros.

Un círculo vicioso, y un cuento obscuro de hadas, donde los jóvenes de estas generaciones siempre se encuentran en medio de las circunstancias de la sociedad en la que viven, terminando por reventar. A su vez, los niños son el espejo de aquella basura que recolectan dentro de la película ya que parecen desechos de su propio entorno social esperando a ser reciclados para una nueva utilidad.

“The selfish giant” se inscribe bajo ese cine británico que, muchas veces, se ha caracterizado por el antisentimentalismo de sus historias y lo directo de sus diálogos. Sin embargo, la poesía triste de sus imágenes, la sutileza de los planos con enfoque selectivo y la austeridad de su banda sonora hacen que la experiencia se vuelva mucho más conmovedora.

Los desconocidos niños actores Conner Chapman (Arbor) y Shaun Thomas (Swifty) cumplen a creces con sus papeles. Acción y reacción en ebullición: uno confronta a sus semejantes, el otro le apoya o le reconforta en su actuar. Y sin embargo, la amistad entre los dos parece tambalearse ante la inevitable ley darwiniana de la supervivencia del más apto; otra consecuencia del egoísta sistema en el que vivimos. Esto me hace recordar que, en muchas ocasiones, el cine remembra o evoca a la vida (¿real?); aquella que no tiene lugar para los débiles y no admite en su círculo o dinámica a los blandos.

Cine británico de bajo presupuesto, el cual no debería etiquetarse sino exclusivamente por la maravillosa experiencia sensorial y emocional que te brinda, así como por la exquisitez para involucrarte en un portentoso argumento sobre amistad, marginación, sobrevivencia, camaradería, denuncia y reconciliación.

Un buen cine y una muy recomendable obra que, ante la inminente entrada de los niños a la escuela, la constante llegada de cintas con mucho presupuesto publicitario y la eterna crisis financiera de las familias en este mes de agosto, parece destinado, por desgracia, a su pronta desaparición de las marquesinas cinematográficas de la ciudad; otra consecuencia egoísta y darwiniana negativa del sistema, en este caso, del relativo al estreno de películas en este mundo.

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