La década de los ochenta, Ciudad de México. Un espermatozoide de la delegación Milpa Alta se une a un óvulo de la delegación Cuauhtémoc; conciben a su segundo hijo. A mitad de esa década, un temblor de gran magnitud provoca la destrucción de varios edificios de la ciudad y varias familias tienen que migrar a otros estados del país. Con el paso del tiempo, el segundo hijo concebido del esperma de Milpa Alta y del óvulo de la Cuauhtémoc iba a demostrar su gusto y pasión por el séptimo arte. Actualmente escribe sobre cine.
La década de los ochenta, Estados Unidos de América. La taquilla es dominada por los géneros de acción y aventura; juntos conciben una serie de actores exitosos llenos de músculos y uno que otro esteroide. A mitad de la década ya forman parte de la cultura popular cinematográfica los Han Solo, los Rambo, los Rocky, los Depredador, los Indiana Jones, los Arma Mortal y hasta un Pasajero 57. Se destruyen miles de escenarios a lo largo del mundo y hasta en otras galaxias lejanas. Con el paso del tiempo, la serie de hijos concebidos van a sobrevivir una generación más en el gusto del público, pero su combustible se agota conforme cambian las reglas del juego en el séptimo arte, ya que la gente comienza a preferir los efectos digitales sobre los viejos esquemas de las películas de acción y las caras inexpresivas de los actores musculosos. Hoy, en pleno 2014, esos hijos de los años 80 están de regreso con "Los Indestructibles 3".
“Sly” (Sylvester Stallone) escribe y protagoniza la tercera parte de una franquicia que produjo nostalgia ochentera en la gente y atrajo a un buen número de espectadores, hace cuatro años, en los inicios de la misma (The Expendables ó Los Prescindibles, 2010). Hoy, este actor que raya ya los 68 años de edad, se niega a ser prescindible en la industria del cine. Por eso, Sylvester sigue aferrándose a evocar los viejos tiempos a través de su personaje de “Barney Ross”, quien comanda a un grupo de mercenarios para emprender misiones suicidas, clandestinas y casi imposibles en diferentes partes del mundo.
Ahora el villano es Mel Gibson y existen nuevas incorporaciones al elenco, tanto de actores que se consagraron más en la década de los 90 (Antonio Banderas con Desperado, Kelsey Grammer con la serie televisiva Frasier), como de actores que han tenido cierta resonancia en la presente década (Kellan Lutz, de la saga “Crepúsculo”).
¿El resultado? Malo. Si Stallone quería refrescar la franquicia, y a la taquilla de sus cintas, con un elenco joven, no solamente debió haberlo hecho desde la forma, sino tendría que haber escrito un conjunto de personajes con más gracia y notoriedad. Tal parece que el mensaje equivocado que manda “Sly” a la audiencia, a través de esta historia, es que los jóvenes son muy “chafas”; que a la primera de malas los llegan a capturar. Sus anécdotas no evolucionan y se quedan en la unidimensionalidad.
El guión, de manera general, quiere revestir de cierta emotividad y compañerismo a la historia, pero carece de la emoción necesaria para hacerlo, ya que luce acartonado gracias a las grises, insípidas e inexpresivas interpretaciones de Stallone y su pandilla. Cuando Dolph Lundgren (el soviético de Rocky IV) sonríe, sí, lo hace, parece que estamos ante un acontecimiento único e irrepetible en el celuloide, porque el 99% de la cinta lo vemos sin hablar y sin cambiar su expresión facial.
Banderas salva, con cierta simpatía, un poco la categoría de las interpretaciones junto con el villano, ahora también de la vida real, Mel Gibson. Jet Li está metido a calza, Harrison Ford está desperdiciado y es ridiculizado por sus llanas líneas y Jason Statham pasa a segundo plano ya que es relegado durante un momento en la historia para darle lucimiento al elenco joven.
Yo me pregunto, ¿acaso Stallone no es capaz de observar -con detenimiento- parte de sus buenas películas de acción de los 80´s para, aunque sea, imitar el esquema argumental de las mismas? Quizá meter un amigo atormentado que le otorgue más credibilidad o formalidad a la cinta (como su cuñado en “Rocky”), o incluir una historia familiar (como “El halcón” de 1987), o una dinámica de la pareja dispareja (como “Tango y Cash” de 1989) para brindarle mayores resortes emocionales a su historia.
No, la desidia de Stallone es tal -tanto para la actuada como para la escritura- que se conforma con presentar un elenco tan extenso que ya ni siquiera cabe en el afiche de la cinta. Recuerda “Sly”: menos es más.
Además, las escenas de acción son lineales y no transmiten ninguna espectacularidad ni divertimento; así mismo, hay momentos de risa involuntaria como cuando el personaje de Stallone corre para salvar su vida y, mientras va corriendo, grita fuertemente como si el grito lo hiciera correr más veloz o le otorgara propulsores en sus piernas.
En fin, es cierto que existe cierto morbo al ver a los héroes de acción y aventura de los 80 partiendo traseros y llenándose de sangre y adrenalina, pero con una historia tan plana, lineal y predecible, como de la que estamos hablando, el ejercicio se vuelve poco recomendable. El hecho de que me confiese fan de distintos filmes de acción de los 80, no implica que tenga que aceptar o tragarme lo peor y más repetitivo de los mismos.
Otro consejo para “Sly”: si vas a presentar una historia, que no sea una obra de arte, trata –al menos- de no provocar el bostezo entre la audiencia; recuerda que uno de los mandamientos sagrados en esto del celuloide es “No aburrirás”.
A final de cuentas, “Los Indestructibles 3” pasa a ser la verdadera traducción de su título original: algo de lo que se puede Prescindir en salas de cine.