En serio, no es canción del Nono Tarado, de veritas: bajamos del Balcones ahí mero en la dieciocho y caminamos hacia el mercado; mero en la esquina de la tres norte que nos echamos un pulquito con una doña que lo trae de Canoa. Estaba re bueno. A mí me cayó bien pa la barriga, pues llevaba una crudota espantosa; ya ves qué dicen que un poquito más y el pulque es casi carne. Imagínate: llevábamos casi una semana de pinches briagos y acaso, uno de aquellos días en la casa del Carlos, habíamos hecho coperacha para comprar un pollo rostizado. Luego luego como que me aliviané, pero ni creas, ¿eh? Lo que sentí fue de nuevo la peda que se me trepó suavecito. El problema fue que ya no llevábamos lana y se nos calentó el pico.
Nos habíamos venido boteando desde allá. Agarramos puros Balcones y San Ramones. Parejito parejito. El Iván se aventaba una rola y yo otra. Ya sabes: pinche Iván puras rolas de esas que nadie conoce, y yo, igual ya sabes, puras canciones para los rucos y los weyes que andan enamorados: esa la de En tus manos yo aprendí a beber agua, fui gorrón... o la del Gato, o así, ¿no? Jajaja. La gente se andaba mochando bien. Cada vez que bajábamos de un camión el pinche Iván sentía el bultote de monedas y me decía bien insistente: “ya se armó, ya se armó”. Puro pájaro nalgón: cuando llegamos a las dieciocho y contamos la lana, nos dimos cuenta de que había puras moneditas de a cincuenta.¡Puta mala suerte!, hasta parecía una broma ojete. Exactamente teníamos veinticinco de esas monedas: quince pesitos: lo que nos cobró la doña del pulque... De repente me acordé de algo que la cruda no me había permitido durante el transcurso de la boteada; me había llegado esa lucidez que a veces te da la briaga. Lo que me acordé fue que el Iván, que andaba recogiendo él lana, me había enseñado, en una de las bajadas de camión, una moneda de a peso o de dos o de a cinco; o sea, no es que me la haya enseñado así bien, ¿no? Más bien fue que de reojo, mientras él guardaba la lana en su mochilita, alcancé a mirar el brillo plateado de una moneda que a huevo tenía que ser una de esas monedas: de a peso, de a dos o de a cinco. Noooo, pues luego luego que le digo al muy cabrón. ¿Y qué crees? Que me manda a la verga, que se ofende el muy hijo de la chingada. Total que después de discutir un rato, en el que todo el tiempo me trató de ojete, culero y demás, que le digo que no había bronca que se quedara con la feria, que por eso yo no paraba, pues total yo llevaba la lira y en un rato, con mis canciones culeras y de hueva (como él decía), me ponía chido. Se quedó con cara de “puta, ya valí madre”. Sabía que a cappella no la armaba, porque para tocar sus canciones a fuerza necesitaba de mi guitarra. Ya como pa no dejar, que agarra y que empieza con lo mismo de siempre: “pinches rolas feítas y naquitas, vete a la verga”. Simón, dije, y que me abro.
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Caminar por esa parte del centro está chido, pues ahí donde ves un puesto de memelas, de tacos, de barbacoa, una ostionería, un puesto de carnitas o cualquier fritanga, es una chance de sacar una feria. Sin pedir permiso te arrancas: “Hace tiempo que me agobia la tristeza y el recuerdo de su amor me hace llorar”. De repente, ¡mocos! Parece que la gente siente frío y los ojitos hasta se dilatan. El señor de allá para la oreja y se acuerda: esa pieza está buena, es del Rigo, esas sí eran canciones bonitas… Un día su conjunto vino en los setentas allá al barrio de Santiago, yo fui, y llevaba a una muchachita, ¿qué será de ella? La pinche memoria le hace fijar los ojos y hace que se le olvide que en su mano descansa una memela con chicharrón; inconscientemente para la trompita y jala un sorbo de su Jarrito rojo. Ya ahí por lo menos son cinco pesitos y está bien porque además la parejita esa que está sentada en la mesa se queda mirando fijamente a los ojos. Ay ojitos pajaritos, dicen. Es el amor proletario, ni duda cabe. En sus rostros asoma la alegría sincera del wey chamba y de la mujer aferrada y bien trucha, esa sonrisa que le dice a ella sin tapujos: llegando a la casa te vistes y nos vamos a bailar al SARH en la noche, le dejamos el niño a tu mamá, como cuando nos escapábamos de novios a las tardeadas de la secundaria. ¿Qué habría sido de ellos si el embarazo no hubiera sido de bien chavos?… Qué más da pensar en eso: el amor es canijo y al final no hay mal que por bien no venga: ya tienen su morada y sus cosas, sí, así de hermoso es para ellos: sus cosas, sus pertenecías, una vida propia que ellos disfrutan y que sufren pero que es suya como ellos son suyos mutuamente y como lo es su alegría y su enojo infantil que pelea porque no hay. Sí, mija, no hay lana, no te asustes, por lo menos orita hay pa la leche del niño y pos venga: onque sea frijolitos. Aguanta, el patrón me dijo que… Y la esperanza, y la eterna esperanza hecha de pequeños sueños, tan tangibles y a la vez modestos. Por supuesto, hoy es un gran día: debajo de la mesa una bolsa de plástico blanco envuelve una caja grande y larga (tan fácil que es cargar un sueño más en una bolsa de plástico desechable), es una licuadora. Los dos ríen y se ofuscan. El canto sigue: “Dónde te has ido mujer, no lograrás encontrar otro cariño como este”. Por lo menos unos diez pesitos, dígome. Detrás del comal, la doña sigue, bajito bajito, con su boca amplia y de antiguos besos secretos, el ritmo de aquella canción; en realidad, su voz es un murmullo que evoca y añora. Su conciencia acude a un lugar remoto: Esa canción… Esa canción… Lo besé y ya era casado. Y no me arrepiento. Me gustaba y hasta lol legué a querer. Nos besamos mucho a escondidas. Nos quedábamos de ver acá en Puebla y nos metíamos a cualquier hotel a lo íntimo. ¿Dónde andará? Por andar así de ensimismada no se fija de que ya le piden la cuenta. Cobra y hace memela tras memela. Un chavito anda de acá para allá, por momentos me observa y no detiene su mirada. A él no le importa la canción sino el sonido de la guitarra que es un rasgueo de notas que surca por esta tarde en que el calor se agolpa con mayor fuerza entre la muchedumbre diligente que carga y descansa, que corre y se detiene,que piensa y deja, por momentos, fluir sus sentidos: por acá el olor del pescado, por allá el olor de la fruta, de las hierbas, del aceite y la manteca, del calor que pudre la basura y enerva los cuerpos. Ya no aguanto.
De repente me doy cuentaque sigo bien pedote y pensando en puras pendejadas. Ni yo mismo me di cuenta que ya terminé. El ruco no me dio ni madres, la parejita me dio un varo y la doña de las memelas ni me volteo a ver. Pinches mamadas.
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Le tuve que seguir, ni pedo. Ya, al final, me decidí aventarme unas rolas de a volada; ya sabes: parejito parejito, sin pararle. Donde veía gente ahí le daba sin pensarla. Un lugar tras otro. Ya me urgía juntar aunque sea unos sesenta pesos y nomás llevaba como cinco pesos de tres lugarsitos. Y entonces, de una pinche suerte, ¿qué crees? Que me paro en una ostionería y que me echo la de La Radio, esa canción tan pinche que cantábamos en la rondalla: “La radio está tocando tu canción y yo estoy solo en la mesa de un café…” ¿te acuerdas? Bueno, pues para ser sincero yo no creí que me fueran a dar, en primer lugar por la pinchurrienta canción, y en segundo lugar porque había nomás una familia, así como con cara de ojetes todos, y unos weyes que se veían bien jodidos y se veía que habían pasado de chambear a echarse un caldo y unas chelas. Eran puros ñeris, hasta se veían caleados y mugrosos. Pero, me cae, en serio, tan pendejo prejuicioso que es uno, neta: entre los tres que eran que se juntan como ciento cincuenta. Neto de madre. Te lo juro. Me dijeron que me aventara otras rolas y pos sí, sin pedos, le seguí. Andaban bien prendidos pues seguían chupe y chupe, y como yo ya no me aguantaba las ganas, que me pido unas dos y seguí cantando como una hora. Luego fue otra pinche sorpresa porque yo, en serio, desde que pedí mis chelas ya tenía la idea de pagarlas y no hacerme wey, ¿no? Pos en esas estaba de pagar y ¿qué crees? No manches, que me dice uno de ellos: “yo pago, pero con una condición… ¿Te sabes una de José Alfredo?” Luego luego dije A huevo y que me reviento la de un Mundo Raro. Todos gritaban y cantaban y chupaban. Hasta yo me puse bien eufórico y dizque le cantaba gruesota la voz, así como si fuera de a Pavarotti o de a Vicente. Jajaja. Me volví a empedar, pues el wey que me pide otras tres, que pa que no me fuera. No sé, cabrón, en qué momento me perdí y me di cuenta que un wey ya tenía mi lira y andaba cantando una rola que decía algo así como “Allá en la ribera del río… Ya no llores pajarillo” o sepa su puta madre. La onda es que a mí me sonaba chingona, porque además los weyes chiflaban lo que se supone eran unas trompetitas. Era un cumbionón, me cae de madre. Nos paramos a bailar.Jajajaja. Sí. El baile era con fantasmas que agarrábamos de la cintura y unos hasta de las nalgas. Pinche risa. Yo estaba bien contento. Éramos como Cantinflas. De repente yo le seguí el corito grite y grite: “pronto pronto llegarán, pronto pronto llegarán” Y que llegan… pero los dueños y que nos sacan a chingar a nuestra madre. Pinches briagos locos. Eso sí, muy respetuosos los cabrones. Ñeris pero entendidos. En cuanto nos corrieron ni chistaron nada y pagaron todo, cabrón, todo. Ya era de noche cuando nos salimos. Yo ya no sabía qué decir y en realidad sólo pensaba en largarme de nuevo para con el Carlos. Así estuvieron, cantando un rato más con mi lira y pos yo nomás aguantando. En esas estaba cuando a un cabrón se le ocurrió:“Vámonos a la Gota”... Bueno, esa es otra historia que luego te cuento. Lo que te quería decir, pues, es que la Gota es una cantina que está en la ocho y la tres. Está bien culera, pero la chela es bara y venden de varios tragos que luego te cuento. La onda es que cuando voy llegando ahí estaba el puto Iván. Ya sabes cómo es de mamador y que empieza a molestar a mis cuates ñeris. “Pinches weyes pobres, nacos, ignorantes”. Ya sabes. Los ñeris ni le hacían caso. Ya que se calma un leve y que le cuento lo que me había sucedido y, ya sin enojo, leinvité unas chelas. La noche era fría, mucho, sin embargo, mis cuates ñeris y hasta el puto Iván hicieron que se me olvidara. Cuando despertamos estábamos ahí por la veintidós, hechos mierda, sentados en el umbral de un negocio. Por suerte, los Ñeris no se olvidaron de dejarme a un lado mi guitarra; ya no tenía tres cuerdas y la maquinaria estaba rota. Con la cruda y todo, nomás pensé: no hay problema, a las diez abren las tiendas esas de la cuatro y voy a comprar las cuerdas. De repente, a punto de recargar la cabeza para seguir durmiendo, debajo de las patas del Iván: tirados como treinta pesos en puras monedas de a peso, de a dos y de a cinco. Hijo de puta .Levanté la feria y que me la embolso. Seguí durmiendo. No me di cuenta que ya era domingo.
Nos habíamos venido boteando desde allá. Agarramos puros Balcones y San Ramones. Parejito parejito. El Iván se aventaba una rola y yo otra. Ya sabes: pinche Iván puras rolas de esas que nadie conoce, y yo, igual ya sabes, puras canciones para los rucos y los weyes que andan enamorados: esa la de En tus manos yo aprendí a beber agua, fui gorrón... o la del Gato, o así, ¿no? Jajaja. La gente se andaba mochando bien. Cada vez que bajábamos de un camión el pinche Iván sentía el bultote de monedas y me decía bien insistente: “ya se armó, ya se armó”. Puro pájaro nalgón: cuando llegamos a las dieciocho y contamos la lana, nos dimos cuenta de que había puras moneditas de a cincuenta.¡Puta mala suerte!, hasta parecía una broma ojete. Exactamente teníamos veinticinco de esas monedas: quince pesitos: lo que nos cobró la doña del pulque... De repente me acordé de algo que la cruda no me había permitido durante el transcurso de la boteada; me había llegado esa lucidez que a veces te da la briaga. Lo que me acordé fue que el Iván, que andaba recogiendo él lana, me había enseñado, en una de las bajadas de camión, una moneda de a peso o de dos o de a cinco; o sea, no es que me la haya enseñado así bien, ¿no? Más bien fue que de reojo, mientras él guardaba la lana en su mochilita, alcancé a mirar el brillo plateado de una moneda que a huevo tenía que ser una de esas monedas: de a peso, de a dos o de a cinco. Noooo, pues luego luego que le digo al muy cabrón. ¿Y qué crees? Que me manda a la verga, que se ofende el muy hijo de la chingada. Total que después de discutir un rato, en el que todo el tiempo me trató de ojete, culero y demás, que le digo que no había bronca que se quedara con la feria, que por eso yo no paraba, pues total yo llevaba la lira y en un rato, con mis canciones culeras y de hueva (como él decía), me ponía chido. Se quedó con cara de “puta, ya valí madre”. Sabía que a cappella no la armaba, porque para tocar sus canciones a fuerza necesitaba de mi guitarra. Ya como pa no dejar, que agarra y que empieza con lo mismo de siempre: “pinches rolas feítas y naquitas, vete a la verga”. Simón, dije, y que me abro.
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Caminar por esa parte del centro está chido, pues ahí donde ves un puesto de memelas, de tacos, de barbacoa, una ostionería, un puesto de carnitas o cualquier fritanga, es una chance de sacar una feria. Sin pedir permiso te arrancas: “Hace tiempo que me agobia la tristeza y el recuerdo de su amor me hace llorar”. De repente, ¡mocos! Parece que la gente siente frío y los ojitos hasta se dilatan. El señor de allá para la oreja y se acuerda: esa pieza está buena, es del Rigo, esas sí eran canciones bonitas… Un día su conjunto vino en los setentas allá al barrio de Santiago, yo fui, y llevaba a una muchachita, ¿qué será de ella? La pinche memoria le hace fijar los ojos y hace que se le olvide que en su mano descansa una memela con chicharrón; inconscientemente para la trompita y jala un sorbo de su Jarrito rojo. Ya ahí por lo menos son cinco pesitos y está bien porque además la parejita esa que está sentada en la mesa se queda mirando fijamente a los ojos. Ay ojitos pajaritos, dicen. Es el amor proletario, ni duda cabe. En sus rostros asoma la alegría sincera del wey chamba y de la mujer aferrada y bien trucha, esa sonrisa que le dice a ella sin tapujos: llegando a la casa te vistes y nos vamos a bailar al SARH en la noche, le dejamos el niño a tu mamá, como cuando nos escapábamos de novios a las tardeadas de la secundaria. ¿Qué habría sido de ellos si el embarazo no hubiera sido de bien chavos?… Qué más da pensar en eso: el amor es canijo y al final no hay mal que por bien no venga: ya tienen su morada y sus cosas, sí, así de hermoso es para ellos: sus cosas, sus pertenecías, una vida propia que ellos disfrutan y que sufren pero que es suya como ellos son suyos mutuamente y como lo es su alegría y su enojo infantil que pelea porque no hay. Sí, mija, no hay lana, no te asustes, por lo menos orita hay pa la leche del niño y pos venga: onque sea frijolitos. Aguanta, el patrón me dijo que… Y la esperanza, y la eterna esperanza hecha de pequeños sueños, tan tangibles y a la vez modestos. Por supuesto, hoy es un gran día: debajo de la mesa una bolsa de plástico blanco envuelve una caja grande y larga (tan fácil que es cargar un sueño más en una bolsa de plástico desechable), es una licuadora. Los dos ríen y se ofuscan. El canto sigue: “Dónde te has ido mujer, no lograrás encontrar otro cariño como este”. Por lo menos unos diez pesitos, dígome. Detrás del comal, la doña sigue, bajito bajito, con su boca amplia y de antiguos besos secretos, el ritmo de aquella canción; en realidad, su voz es un murmullo que evoca y añora. Su conciencia acude a un lugar remoto: Esa canción… Esa canción… Lo besé y ya era casado. Y no me arrepiento. Me gustaba y hasta lol legué a querer. Nos besamos mucho a escondidas. Nos quedábamos de ver acá en Puebla y nos metíamos a cualquier hotel a lo íntimo. ¿Dónde andará? Por andar así de ensimismada no se fija de que ya le piden la cuenta. Cobra y hace memela tras memela. Un chavito anda de acá para allá, por momentos me observa y no detiene su mirada. A él no le importa la canción sino el sonido de la guitarra que es un rasgueo de notas que surca por esta tarde en que el calor se agolpa con mayor fuerza entre la muchedumbre diligente que carga y descansa, que corre y se detiene,que piensa y deja, por momentos, fluir sus sentidos: por acá el olor del pescado, por allá el olor de la fruta, de las hierbas, del aceite y la manteca, del calor que pudre la basura y enerva los cuerpos. Ya no aguanto.
De repente me doy cuentaque sigo bien pedote y pensando en puras pendejadas. Ni yo mismo me di cuenta que ya terminé. El ruco no me dio ni madres, la parejita me dio un varo y la doña de las memelas ni me volteo a ver. Pinches mamadas.
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Le tuve que seguir, ni pedo. Ya, al final, me decidí aventarme unas rolas de a volada; ya sabes: parejito parejito, sin pararle. Donde veía gente ahí le daba sin pensarla. Un lugar tras otro. Ya me urgía juntar aunque sea unos sesenta pesos y nomás llevaba como cinco pesos de tres lugarsitos. Y entonces, de una pinche suerte, ¿qué crees? Que me paro en una ostionería y que me echo la de La Radio, esa canción tan pinche que cantábamos en la rondalla: “La radio está tocando tu canción y yo estoy solo en la mesa de un café…” ¿te acuerdas? Bueno, pues para ser sincero yo no creí que me fueran a dar, en primer lugar por la pinchurrienta canción, y en segundo lugar porque había nomás una familia, así como con cara de ojetes todos, y unos weyes que se veían bien jodidos y se veía que habían pasado de chambear a echarse un caldo y unas chelas. Eran puros ñeris, hasta se veían caleados y mugrosos. Pero, me cae, en serio, tan pendejo prejuicioso que es uno, neta: entre los tres que eran que se juntan como ciento cincuenta. Neto de madre. Te lo juro. Me dijeron que me aventara otras rolas y pos sí, sin pedos, le seguí. Andaban bien prendidos pues seguían chupe y chupe, y como yo ya no me aguantaba las ganas, que me pido unas dos y seguí cantando como una hora. Luego fue otra pinche sorpresa porque yo, en serio, desde que pedí mis chelas ya tenía la idea de pagarlas y no hacerme wey, ¿no? Pos en esas estaba de pagar y ¿qué crees? No manches, que me dice uno de ellos: “yo pago, pero con una condición… ¿Te sabes una de José Alfredo?” Luego luego dije A huevo y que me reviento la de un Mundo Raro. Todos gritaban y cantaban y chupaban. Hasta yo me puse bien eufórico y dizque le cantaba gruesota la voz, así como si fuera de a Pavarotti o de a Vicente. Jajaja. Me volví a empedar, pues el wey que me pide otras tres, que pa que no me fuera. No sé, cabrón, en qué momento me perdí y me di cuenta que un wey ya tenía mi lira y andaba cantando una rola que decía algo así como “Allá en la ribera del río… Ya no llores pajarillo” o sepa su puta madre. La onda es que a mí me sonaba chingona, porque además los weyes chiflaban lo que se supone eran unas trompetitas. Era un cumbionón, me cae de madre. Nos paramos a bailar.Jajajaja. Sí. El baile era con fantasmas que agarrábamos de la cintura y unos hasta de las nalgas. Pinche risa. Yo estaba bien contento. Éramos como Cantinflas. De repente yo le seguí el corito grite y grite: “pronto pronto llegarán, pronto pronto llegarán” Y que llegan… pero los dueños y que nos sacan a chingar a nuestra madre. Pinches briagos locos. Eso sí, muy respetuosos los cabrones. Ñeris pero entendidos. En cuanto nos corrieron ni chistaron nada y pagaron todo, cabrón, todo. Ya era de noche cuando nos salimos. Yo ya no sabía qué decir y en realidad sólo pensaba en largarme de nuevo para con el Carlos. Así estuvieron, cantando un rato más con mi lira y pos yo nomás aguantando. En esas estaba cuando a un cabrón se le ocurrió:“Vámonos a la Gota”... Bueno, esa es otra historia que luego te cuento. Lo que te quería decir, pues, es que la Gota es una cantina que está en la ocho y la tres. Está bien culera, pero la chela es bara y venden de varios tragos que luego te cuento. La onda es que cuando voy llegando ahí estaba el puto Iván. Ya sabes cómo es de mamador y que empieza a molestar a mis cuates ñeris. “Pinches weyes pobres, nacos, ignorantes”. Ya sabes. Los ñeris ni le hacían caso. Ya que se calma un leve y que le cuento lo que me había sucedido y, ya sin enojo, leinvité unas chelas. La noche era fría, mucho, sin embargo, mis cuates ñeris y hasta el puto Iván hicieron que se me olvidara. Cuando despertamos estábamos ahí por la veintidós, hechos mierda, sentados en el umbral de un negocio. Por suerte, los Ñeris no se olvidaron de dejarme a un lado mi guitarra; ya no tenía tres cuerdas y la maquinaria estaba rota. Con la cruda y todo, nomás pensé: no hay problema, a las diez abren las tiendas esas de la cuatro y voy a comprar las cuerdas. De repente, a punto de recargar la cabeza para seguir durmiendo, debajo de las patas del Iván: tirados como treinta pesos en puras monedas de a peso, de a dos y de a cinco. Hijo de puta .Levanté la feria y que me la embolso. Seguí durmiendo. No me di cuenta que ya era domingo.