Llevaba casi dos años desperdiciando la vida,
defraudando a la gente que me rodeaba.
Pasaba las mañanas durmiendo,
viendo pornografía,
esperando a que mi chica llegara de la escuela
para follármela igual que en las pelis.
Por las tardes aullaba rock,
leía, dormía otro poco
hasta que llegaba la chica de un amigo
y también me la follaba. Benditos tiempos.
En casa se enfadaron así que tenía pocas opciones, trabajar o tocar rock. Nunca fui buen músico, pero tampoco estaba dispuesto a trabajar y mucho menos a seguir órdenes de cualquier pendejo. Entonces, entré a una banda. (Sin embargo, poco después igual tuve que empezar a trabajar y seguir órdenes, efectivamente, de un pendejo.)
Pasamos semanas ensayando, drogándonos,
armando canciones, drogándonos,
buscando el nombre adecuado para la banda,
DROGÁNDONOS,
la vestimenta adecuada, alcoholizándonos.
El corte perfecto. De hecho
pasábamos más tiempo frente al espejo
y drogándonos
que sobre los instrumentos.
El Gran Día llegó.
Nos invitaron a tocar en un antrucho
al oriente de la ciudad. Esperamos
nuestro turno drogándonos
pacientemente. Las bandas eran infames.
Subimos al escenario, no sin antes revisar
que nuestros peinados siguieran en su lugar.
Al guitarrista le cayó sudor y delineador en los ojos
y comenzó a lagrimear. Cuando volteé a verlo
parecía mesera del Dos Naciones.
Empezamos a tocar.
A media canción flashes y gritos
llegaban hasta el escenario. El vocalista,
entendiendo que era su momento,
comenzó a cantar realmente inspirado,
absorto. Se acercó una cámara de video
y empezó a moverse frente a ella,
seductor, como un verdadero rockstar.
De pronto se encendieron las luces
-¡POLICÍA JUDICIAL! ¡Operativo cabrones!
¡Y usté pinche puto, déjese de mamadas
y bájese de ahí!-
El vocal estaba desconcertado,
como perro cuando le echan agua fría
a media cogida.
Contra la pared,
vampiros de todos tamaños y espesores eran cateados,
a otros les arruinaban el peinado a jalones
rumbo a las patrullas.
Al día siguiente las fotos salieron
en la prensa sensacionalista
y el video en un noticiero conducido
por unos gemelos subnormales.
Jamás estuvimos tan cerca de la fama.
ha escrito algunos libros de poesía: Polaroids, Muro de silencio, El monstruo de arriba de la cama y Porno para perdedores y otros sucios hábitos; además de uno de narrativa: Palabras de Sabiduría. Además de escribidor, 'el Miranda' es músico, diseñador, maestro y filósofo.