Nervous System-
Por Aldo Correa -
I
Vivo en una isla del Atlántico Sur rodeada por los mares negros de la plácida ignorancia en la que todos nos vemos bombardeados por artilugios de los comerciantes que llegan en barco por el oeste del gigante continente americano. En ocasiones yo mismo me he ido a dar una vuelta por los llamativos mercados que levantan estos extraños extranjeros para conocer que más hay fuera de la isla. La mayoría de las personas aquí me conocen o han escuchado sobre mí.
Algunos cuentan que hace muchos años llegó a la isla una pareja de uruguayos en cuyo seno familiar nació el pequeño Ramón Benítez Hernández. Todos estaban encantados con la pareja antes del nacimiento de Ramón, ya que eran el centro de atención por ser los primeros visitantes después de que la misteriosa aparición de un asesino y los violentos sucesos de 1961 azotaran la isla. El joven Dreke Benítez y la radiante Sofía Hernández se habían ganado el cariño de todos, la pareja voluntariamente se pasaba las mañanas de toda la semana limpiando las playas de los líquidos tóxicos que dejó el buque de guerra 62-S Kransnyy que había perdido su rumbo en dirección a Cuba en 1962, además de eso Dreke y Sofía poseían un carisma hipnotizante que gustaba a todos. Una noche lluviosa del invierno de 1966 el joven Dreke presenció el nacimiento de su primogénito al que nombró Ramón, y junto con su llegada, la muerte de su querida y recién esposada Sofía que no pudo sobrevivir al parto. El hecho nubló la mente de Dreke y se volvió loco. Ocasionalmente se escapaba del hospital psiquiátrico en el que tuvo que ser internado para ir a enterrarse en alguna de las sucias playas que solía limpiar con su amada, hasta que un día tuvo éxito y nunca se le volvió a ver. Desde entonces todos en la isla me odian y algunos me culpan de que las turbias aguas extingan poco a poco la belleza local.
II
II
Durante mi adolescencia frecuentaba el mercado de los extranjeros cada que salía de la escuela para rodearme de gente que desconociera mi historia, ya que en ese entonces sólo hablaba con Martha y Alexis Madero, un matrimonio mexicano que decidió adoptarme en honor a sus buenos amigos -mis difuntos padres-.
En una de mis visitas al mercado conocí a Olinka Ávila que llegaba de México D.F. con su familia y había conseguido una beca para estudiar en el Instituto Sudamericano de las Artes. En ese entonces me pareció extraño -¿cómo alguien de la capital mexicana viene a la isla con la intención de estudiar música?-. Yo estaba aprendiendo a tocar guitarra y recuerdo que una vez me junté con mis compañeros a tomar clases en el centro, ahí estaba Olinka, era la segunda vez que la veía pero en esta ocasión ella se encontraba tocando una Fender Stratocaster Standar en la que sonaban una serie de acordes distorsionados e incomprensibles para mí mientras cantaba 'And she gave away the secrets of her past and said I've lost control again'. Ahora eso me atraía de ella. Siempre fui una persona muy retraída y en ese entonces tenía la pinta del niño que apenas salía de la Academia La Paz, de lo iluminado e imperturbable, con todo y uniforme, pero por alguna razón Olinka comenzó la plática diciendo que no era de aquí y no conocía a muchas personas. Ese mismo día dejé a mis compañeros y me fui con Olinka a casa del bajista de la banda; al llegar todo se convirtió en alcohol y bailes sin fin. Alguno de ellos me comentó que Olinka una vez sin pensarlo se lanzó hacia un ciclista que le había chiflado, que es una de esas chicas que termina colgada de cabeza después de cada canción, ‘la chica mete miedo, por eso está en la banda’. Ella hizo lo que quería conmigo y yo pude hacer lo mismo, pero como dije soy muy tímido.
Durante la semana rocanrolera en la que estuvimos juntos drenando mi sangre y mi cerebro, me di cuenta que ella no venía para estudiar, venía para alejarse de la ciudad que está hundida bajo la luz y la interminable sensación de día, venía para escuchar los susurros, los gemidos, los gritos y a su Fender. Justo en la misma fecha que corte mis largas matas para entrar a la preparatoria ella se fue y nunca supe con quién o a dónde, y sentí por primera vez la cruda de esa semana con el síndrome de abstinencia de la carne cruda que ella me daba, y eso me hizo feliz.
III
En uno de mis viajes a México, al poblado de San Marcos Guerrero, justo en el invierno de 1987, conocí a Susana Cervantes en una fiesta por motivo de alguna celebración cristiana a la cual me invitó Fernando Madero, al igual que yo un joven de veintiún años, sobrino de mi padre adoptivo y con quien me hospedaba durante mi visita. Tengo que admitir que lo único malo de mi viaje fueron los tres meses que pasé con Susana, me di cuenta que lo que quería era una aventura mexicana, con un montón de tetas y un montón de tequila, como Olinka me había enseñado, pero Susana aún era una niña consentida y no compartía mis ideas e intereses.
Una noche Susana me invitó a una pequeña reunión con sus amigos, Fernando consiguió una botella de licor de ajenjo que hasta ese momento no había probado. Después de varios tragos me encuentro muy ebrio y me siento muy mal, tengo enfrente a Susana, quien al igual que el licor de ajenjo me cae muy mal y no me excita lo suficiente. No me gusta el baño principal en el que estamos sudados, besándonos en ese sofocante espacio tan reducido.
Logra descifrar el laberinto de mi cinturón después de largos dos minutos y medio -aún es una niña-, pienso que nunca ha visto un film porno o descubierto accidentalmente el coito interrumpido de sus padres sólo para perturbar parte de su niñez. No tiene ni una puta idea de qué hacer en ese momento.
Apenas sus pantis y ya está recostada sobre los azulejos con su estúpida blusa azul -para variar-. Estoy penetrando el estuche carnívoro de su gorda entrepierna y percibo un exceso de humedad recorriendo mis muslos, creo que algo no anda bien y mejor empiezo a lamerle la vulva y junto con eso, un olor extraño y desagradable impregna mi paladar con un denso sabor a cobre. Estamos casi en total oscuridad pero miro al suelo, es una gran mancha, al parecer negra, y estoy seguro que no es su líquido lubricante. Mejor uso mi pobre mano ¡Ya que putas! Empieza a gritar ¡Tu pene! ¡Tu pene! Entro en shock, si estuviera viendo lo que yo veo lo entenderías. ¡No pues más! Sigo muy ebrio y estoy a punto de vomitar. ¡Tengo que apurarme! Aumento la fuerza y la velocidad ¡No funciona! ¡No termina! ¡No termino con esto! Cierro los ojos y pienso en cualquier cosa que no sea la mecánica sangrienta de mi mano derecha sacando el bálsamo menstrual de su estuche carnívoro e insaciable. Llega a mi mente Bram Stoker y empiezo a creer que su bálsamo puede ser el consuelo para aliviar algún dolor, alguna pena o algún estado de ánimo pesimista, como con Drácula. Alguien abre la puerta, termina mi delirio.
Me atrevo a decirle ‘creo que te lastimé un poco, mira hay mucha sangre’, seguido del ‘no te preocupes, estaba en esos días’. ¡La puta madre! ¿Que no me preocupe? Yo ya lo sabía pero mantenía la esperanza de haberla lastimado. Su estúpida blusa azul se tornó magenta en espalda baja, mis calzoncillos blancos nunca más lo eran, tampoco los azulejos y yo seguía en shock. Susana mientras intentaba sexo oral, mamaba y mamaba mi verga como si en eso se ganara la vida o como si se tratase de un acto recíproco por lo que yo acababa de hacer, pero nada iba a funcionar para levantarme el ánimo. Salimos del baño, bebí un poco más y al poco tiempo me fui.
En la semana comencé a frecuentar la única taberna que pude encontrar en San Marcos, Fernando me había dejado el gusto por el ajenjo y así empecé a gastar el financiamiento de mi viaje donado por Alexis Madero. Al poco tiempo de frecuentar la taberna me convertí en adicto, adicto a estar en ese lugar y a las mujeres que atraía mi aspecto desaliñado y mi acento extranjero, adicto al estimulante y narcótico efecto anestésico y de serenidad que dejaba en mí el ajenjo, sólo en ese estado de ebriedad podía estar con Susana o soportar que ella llegara para ahuyentar a las mujeres que tanto me costaba atraer. Pasaron dos semanas de más de lo mismo y yo seguía en mi adicción, Susana no se apartaba de mí, mientras mi repulsión hacia ella comenzaba a desarrollarse. Eventualmente llegué al punto en que me quedé sin un peso para mantener mis vicios, afortunadamente conseguí algo de dinero tocando la guitarra en la placita del pueblo hasta que logré juntar lo suficiente para regresar a mi tierra.
El 20 de Marzo de 1987 -mi último día en México- sólo me di un tiempo para despedirme de Fernando y agradecerle por su hospitalidad, le di mi dirección en la isla para que algún día visitara a sus tíos y a mí. En seguida partí en dirección a casa, sólo con el dinero suficiente para la travesía ya que la noche anterior la pasé con el sexo cálido y oloroso de Susana y mi trago favorito para poder hacerlo. Esa mañana tuve una resaca terrible y no pude hacer maletas.
IV
IV
Estoy casi seguro de que nada ha cambiado en la isla, las personas aquí me siguen odiando, la comunidad extranjera que se asentó justo después de la llegada de mis padres sigue creciendo poco a poco como siempre lo ha hecho, y la niebla que siempre ha cubierto la isla al parecer nunca se irá. El único que ha cambiado soy yo, ya no me interesa el odio de las personas ni que piensen de mí, tampoco visito el mercado de los extranjeros porque prefiero estar solo, y el único momento en que tengo interactúo con alguna persona es durante la inevitable conversación con Martha y Alexis cuando estoy en casa, o cuando entro a las tabernas a conseguir un poco de alcohol.
Sigo siendo un adicto, un jodido adicto, afrontaré lo que tenga que afrontar por seguir bebiendo. Un día me dirijo hacia el pueblo rojo -la zona indecente de la isla- con la única intención de robarle a alguna prostituta el dinero que ganó en su noble oficio, encuentro el lugar perfecto, un pequeño callejón con falta de iluminación y un par de salientes de cemento en los costados que facilitan un escondite, creo que alguien lo hizo para mí. Espero a que alguna mujer se acerque, no tengo que observar sus movimientos o fijarme si viene acompañada o no, sólo espero en las sombras y escucho atentamente los tacones aproximándose, en el momento justo la tomo por el cuello y la boca hasta el punto en que se desmaya, agarro el dinero y me voy, vuelvo cada vez que se me acaba el dinero pero nunca le robo a la misma mujer, cada una huele como los ángeles deberían oler, cada una es la mujer perfecta, me desgarra el alma tener que robarles.
Recuerdo una mañana despertarme sin saber que había hecho la noche anterior, bajo a la cocina a beber un poco de agua, la resaca es insoportable, para mi sorpresa encuentro a Susana Cervantes sentada en la sala platicando con Martha, Alexis trabajaba en la universidad de Sofía impartiendo clases de literatura por lo que no se encontraba. Martha me dice que tengo que hablar con Susana y sin decir nada más se dirige a su cuarto. Apenas han pasado dos meses desde que regresé de México, no sé por qué Susana está aquí ni como dio conmigo, la saludo como si no me molestara verla, ella se levanta del sofá y brinca para abrazarme, exaltada y con una gran sonrisa en el rostro me dice que viene para decirme una gran noticia. Sentí un pinchazo en los huevos cuando escuche que estaba embarazada, tenerla aquí sofocándome nuevamente me volvió loco, era insoportable la idea de estar con ella, y peor aún, tener un hijo suyo. En ese momento sólo se me ocurre preguntarle ¿estás segura que yo soy el padre? Reacciona con un gesto de indignación al mismo tiempo que me propina una cachetada, eso me dice que es sincera. Una rabia y dolor insoportables recorren todo mi cuerpo, mi mente es un caos, creo que nunca tuve una sensación tan fuerte de inseguridad, no sabía qué hacer o a dónde ir.
Convenzo a Susana de salir a caminar y a hablar. Durante el recorrido ella se la pasa planeando los próximos seis años de nuestras vidas, y mientras yo no digo nada. Pasamos por el mercado de los extranjeros, Susana se entretiene un par de minutos en cada puesto que ve pero no compra nada, yo compro un bolígrafo y la libretilla en la que ahora escribo. Seguimos caminado un par de horas hasta llegar a una de las playas que solían limpiar mis padres. Está por oscurecer y no hay nadie más que nosotros. Me invade un fuerte impulso de ahorcarla que no puedo contener. Nos encontramos caminado a orillas de la playa, me volteo, la tomo por la nuca y la tiro boca abajo, ella forcejea y grita mientras yo la sigo sosteniendo, el agua salada hace el resto. Pasan los minutos, tal vez más de una hora cuando decido soltarla, la marea ha subido un poco y sólo veo como las olas arrastran su cuerpo mar adentro y la niebla cubre mi crímen.
De alguna manera sabía que terminaría así, me avergüenza ser el segundo asesino que conocerá esta isla, maté a mi madre al nacer a ahora, a instantes de mi muerte, a una joven inocente que cometió el error de enamorarse de mí. Espero que al enterrarme en esta playa nadie vuelva a saber de mí para poder encontrar la soledad que en el fondo siempre he anhelado. Espero que al subir más la marea, las corrientes del Atlántico Sur lleven mi cuerpo hacia aguas menos turbias.
El autor: Estudiante, aprendiz de escribidor, disociativo, desadaptado, bebedor, hedonista y culero, muy culero. Lagarto de sangre fría. No soporto el rap y no me gusta el sol.