Letrinas: Espacio


 
Por Mariana Quezada -

No tengo ganas de nada. No quiero salir, no quiero comer, no quiero pensar, no quiero recordarte. Deseo detener el tiempo y todos los procesos del cuerpo el alma y la mente. Es preciso sacarte de mi sistema, dejar de sintetizar cada partícula de ti en mí.

No puedo levantarme, siento que el mundo me aplasta y me asfixia, y de pronto el mundo se convierte en tu cuerpo, me aplastas contra la pared, me enciendes, me congelas y me rompes. Insulso demonio que me miras con promiscuidad desde la catedral de nuestro propio infierno, me hundes y me arrastras, golpeas los despojos de esta alma maltrecha, me sueltas, me dejas, te dejo, te vas, me voy. Te odio un poco más, te importa un poco menos.

Caigo de nuevo en un rincón de mi habitación vacía. Escucho no muy lejos de mí un mórbido sonido apenas audible que me resulta ya poco familiar, tanteo bajo la almohada y encuentro al fin los trozos fríos de un corazón mal amortajado que se retuerce y supura el jugo salino de todas mis lágrimas guardadas, expira, se silencia, se consume entre mis manos y desaparece.

Me tumbo en la cama y trato de no pensar en ti ni una vez más. Ahogo los gritos entre mis manos sin fuerza y dejo fluir las lágrimas que ya no tengo espacio para esconder, me dejo morir, me dejo caer, me rio mientras me quito la piel.

Y entonces aparece él, aquel que llego antes que tú, con sus nuevas promesas y su boca llena de mentiras que le aseguro también volveré a creer, me carga hasta la carretera donde la chica pelirroja de grandes ojos sin brillo se mofa de mí detrás de tu espalda. Sonrío mordaz, y lo lanzo al fondo del acantilado desde donde sube hacia mí el sonido crocante de sus huesos mientras es devorado por todas mis bestias que al instante aguardan también por ti.

Fuimos piezas perdidas de juegos distintos que reclaman ahora por volver cada uno a su tablero. Tú por tu parte has decidido pertenecer a tu juego absurdo de mentiras que juegas a contratiempo y yo he decidido pertenecerme siempre a mí misma y a la libertad de mis propios infiernos. Te equivocaste, nunca quise ser tuya, siempre he querido ser mía. Siempre mía, y a ratos compartirme contigo siendo libre. Todos estamos rotos en mayor o menor grado; algunos afilan sus pedazos, otros los liman y otros los esconden.

Cierro los ojos sintiendo tus manos deslizarse suaves por mi cuello mientras tu boca se aprieta contra la mía, cierro los ojos haciendo del tacto de tus dedos al viento y de tus labios el trueno.

Vapor de agua dije que serías, el problemas es que el vapor se convierte en lluvia y de nuevo en vapor. Tú regresas y vuelves a irte. Descongela una vez más la escarcha de mi piel y consúmete, pero esta vez conviértete en elementos simples de modo que ya no puedas volver. Déjame con el humo pesado y las luces neón que al juntarse forman figuras que me hacen dejar de necesitarte.

Se nos olvida que solo somos jóvenes ávidos por derrochar cheques en blanco con una carita feliz en la firma, solo somos un par de niños queriendo jugar a ser campeones del alcohol y la mala vida. ¿Así que nunca entendiste lo que te pretendía? Ingenuo. Vas por el mundo creyéndote el rey de la basura, cuando no eres más que un pobre diablo escondido en tu falta de cordura.

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