Es
la una con veinte pinches minutos y yo ni de chiste puedo dormir.
Acostada desde las 10:58, por ahí de las 12:20 me puse a ver nuestras
viejas fotos, leer tus mensajes y escuchar el playlist que lleva tu
nombre con un insípido corazoncito a un lado, tú sabes, la bonita y
estoica pinche mala costumbre de autoflagelarme pensando en ti, y ahora
sí, de plano, no podré dormir... Una vez más me has robado el sueño,
como en los viejos tiempos, de una manera tan discreta y siniestra que
aterra y hace pensar en un asesino oculto en las sombras, calculando el
momento ideal para abalanzarse a su presa, así tú querido, tú eres el
asesino y tu recuerdo el arma mortal que destruye mis posibilidades de
encontrarme con Morfeo, obligándome a permanecer en el mundo del
insomnio toda la jodida madrugada. Me pregunto si alguna vez yo te he
robado el sueño de esta manera tan galante y a la vez funesta como tú lo haces conmigo. Me muero por mandarte un mensaje y decirte que te
extraño, que vuelvas, que te quiero, pero mejor lo pienso dos veces,
pues si tu simple recuerdo es capaz de robarme el sueño un lunes en la
madrugada, no me quiero ni imaginar las consecuencias que me podria
acarrear el tenerte a mi lado, igual y terminarías por robarme el alma,
pero esa ya la perdí; hace mucho tiempo se la aposté al diablo, muy
segura de que volverías y al final tú, el diablo y yo sabemos no lo
hiciste; me quedé sin alma y sin ti.
Así que ahora estoy aquí,
escribiendo estas líneas, mientras cigarro tras cigarro me fumo lo poco
que queda de mí, inhalo tabaco, me exhalo a mí misma, lentamente subo
convertida en humo y me evaporo buscando entrar en tu mente, intentando
mezclarme con el humo que tu también exhalas en la oscuridad de tu
habitación, tratando de expulsar de tu ser lo mucho que queda de mí
dentro de ti.