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La fuerza invisible de "Auliya": un viaje de amor entre la magia y el desierto.



Falses Beatniks | Por Ale Ballesteros


En algún lugar del Medio Oriente existe una pequeña aldea llamada Achedjar. La arena blanca y el sol abrasador cubren todo a su paso y apenas algunas plantas crecen en la región así como algunas cabras que dan leche. Los habitantes sobreviven día a día.

Dentro de esta miseria nace Auliya, una pequeña que es marginada desde el instante de su nacimiento debido a, entre otras cosas, tener una pierna más larga que la otra. La postura del pueblo hacía Auliya se funda en el miedo: nace de la ignorancia, no entienden y, por tanto, temen. En consecuencia, la tribu la considera un mal presagio y sus padres no tienen más remedio que ocultar a su pequeña hija. Lo mismo para los dones que ella comienza a manifestar tan pronto comienza su niñez…

El temor a lo desconocido es un fenómeno universal. En él encontramos raíces psicológicas, culturales e incluso biológicas. La reacción “natural” es el deseo de alejarlo y negarlo, si no es posible eliminarlo. Sin embargo, nunca habrá de existir una explicación que justifique la crueldad.

Murguía construye la imagen de una joven devota tanto de sus padre como de su fe. Una personaje que tratará de desmentir los rumores que han crecido en Achedjar y cuya lucha no será suficiente para esperar que pueda conocer a alguien que se case con ella. Una vida de soledad es lo que habrá que aceptar.

El cuidado determina mucho de su esencia. Por ejemplo, cierto día, un joven casi moribundo de nombre Abú al-Jakúm quien recién emprendía un viaje de autodescubrimiento con rumbo al mar, llega en el lomo de un caballo y los habitantes asumen lo peor del forastero. Asociando su misteriosa llegada con el mal presagio que es Auliya y esta idea cobra fuerza cuando la joven coja muestra interés en el enfermo. Será la única que limpie cada día sus heridas, lo alimente y ore por su recuperación, mientras el resto esperan su mejora para ver su partida inmediata.

A diferencia de su tribu, Auliya no adopta una actitud de rechazo a lo desconocido. Al contrario, se interesa en saber cómo y de dónde pudo llegar un joven tan mal herido. En aquellos momentos breves de lucidez que comienza a manifestar Abú al-Jakúm, el moribundo, muestra interés en los rasgos singulares que posee la joven que siempre está a su lado. Como agradecimiento, le contará numerosos relatos y en ella nacerá un deseo de salir a conocer el mundo, como aquellos viajeros de los cuentos.

Observamos el nacimiento de un amor que sobrepasa los prejuicios que el pueblo tiene sobre ambos. La autora narra este encuentro no encerrándose en la confusión, sino en el sentir de sus presencias, en interesarse el uno por el otro a través de pequeños detalles que reflejan sus verdaderas emociones. El joven herido, a pesar de saber cual es la probabilidad de su recuperación, procura mantener en calma a Auliya, brindándole una sonrisa cada vez que ella lo alimenta o cura sus heridas con los remedios caseros que prepara.

No obstante, encontraremos un tratamiento donde el amor aparece como efímero y Auliya, a través de este elemento, hará conciencia de sus poderes, la conexión que sus emociones logran establecer en los sueños, los eventos climáticos y eventualmente en el reino animal. Así, emprende un viaje en busca del mar del que escuchó hablar en las historias de Abu al-Jakúm.

Verónica Murguía nos adentrará en esta travesía por el desierto, el cual refleja la madurez que crece en su personaje a medida que se enfrenta con cada dificultad. Desde aprender a mantener comunicación con las diferentes criaturas que la ayudan a seguir su camino, aprender a manejar sus poderes y hasta la repentina ausencia de ellos.

Su estilo narrativo en tercera persona encaja con lo que desea transmitir a lo largo de su novela, combinado con la atmósfera poética, mítica y fantástica que crea, con un toque de metáfora en el renacer de Auliya. Resurgir sin más, que tu cuerpo sin memoria alguna de quién fuiste o eres lo redescubre de una forma tan genuina. Es decir, Murguía no crea una heroína inquebrantable, sino una joven que se deja cautivar por sus alrededores, que duda de lo que experimenta, sufre la incertidumbre, al igual que tiene constantes caídas, pero no la retroceden sino que la fortalecen.

Por momentos podemos llegar a cuestionar si algún día terminarán los constantes obstáculos que nuestra protagonista debe atravesar. Sin embargo, una suave brisa de mar es la que nos conduce a su final.

La protagonista pasa de ser una criatura solitaria y, a ojos de los demás, “peligrosa” a ser una diosa de la abundancia, emanando una esencia de valentía pura, sin dejar de ser la misma chica. Auliya es una joven que con frecuencia se ve perdida en diferentes cambios, físicos y mentales, demostrando que son consecuencia de la imagen que crearon de ella.

Podríamos relacionar sus diversos cambios con diferentes etapas de la vida. El tiempo no se detiene, vivimos eventos que nos obligan a cambiar. Estos cambios son confusos, a menudo frustrantes, a veces nos perdemos pero siempre podemos renacer de nuestros propios miedos.

Al final, encontramos una reminiscencia con la maga Auliya, que conectó con el mundo y lo multiplicó. Su esencia radica en renacer en algo más especial cada vez.

"Avatar: fuego y cenizas", poco innovadora en su guion, pero con una deslumbrante Oona Chaplin


Cinetiketas | Jaime López


La tercera entrega fílmica sobre el planeta Pandora, "Avatar: fuego y cenizas", lleva en el título su penitencia, pues es dueña de intensas secuencias de acción, que regocijan el espíritu como cuando uno se acerca a las brasas de una fogata, pero también tiene momentos grises y repetitivos que hacen recordar cosas de sus antecesoras.

Es decir, se trata de una producción irregular, sobre todo en lo referente al guion coescrito por James Cameron, Rick Jaffa y Amanda Silver, quienes nuevamente retoman a los protagonistas y antagonistas de sus dos primeras películas.

Eso último evidencia que los creadores de los nativos azules poco o nada quieren arriesgar en su argumento, el cual otra vez retrata a los humanos como unos depredadores desalmados sin un ápice de remordimiento.

Y no es que ello esté mal, porque siendo francos, en la vida real el homo sapiens ha dado muchas pruebas de que es la raza más peligrosa respecto al cuidado de los recursos naturales, pero ojalá los escritores le hubieran dado más matices a algunos de sus representantes. Sí, existe un científico/biólogo que se arrepiente de sus planes, pero parece sacado de la manga, solo para salvarle el pellejo al estelar masculino.

La trama de "Avatar: fuego y cenizas" recuerda a sagas épicas como la de "El Señor de los anillos", en donde también se prevé una gran batalla en el acto final del metraje con la participación de una especie que al principio no quiere estar en ninguna guerra.

En el caso de la trilogía de James Cameron se hace referencia a los Tulkun, las enormes criaturas marinas parecidas a las ballenas, que se comunican a través de sonidos o miradas.

Su postura antibélica o su actitud de estar al margen de cualquier confrontación cuerpo a cuerpo recuerda a los Ents, los personajes de la saga escrita por J.R.R. Tolkien. Eso sí, el diseño de sus movimientos corporales es digno de aplaudirse.

Es ese último punto en donde Cameron vuelve a poner su mayor esfuerzo, en la consolidación de su tecnología estereoscópica, que hace sentir a la audiencia como en un videojuego.

Lo malo es que el séptimo arte sigue requiriendo de historias sólidas para no solamente brindar una experiencia inmersiva al público, sino también emocional.

Ahi es donde "Avatar: fuego y cenizas" vuelve a quedar a deber, porque aunque aborda tópicos universales como el remordimiento, la venganza y el rencor, lo hace sin ingenio ni profundidad.

Ahora bien, hay un nuevo personaje que sí vale la pena destacar y que ha tenido buena acogida entre la crítica especializada, el de "Varang", la lideresa del clan "Ceniza".

Es interpretada por Oona Chaplin, la nieta del legendario director y actor británico, quien dota a su rol de una epidérmica sensualidad e ira contenida. Además de que probablemente es el personaje de "Avatar 3" con el mejor arco emocional de la cinta.

Sin temor a equivocarme, la también actriz de la serie "Juego de Tronos" podría tener su propio spin-off y brillaría innegablemente.



Carta navideña para AFS 2025


Por Alejandro Carrillo 


Todo comenzó como comienzan las cosas que parecen chiste y terminan volviéndose destino: un puñado de tipos sentados en un bar, intentando engañarse a sí mismos con la idea de que el futbol podía ser una cura temporal para la resaca eterna, para las malas mañas, para ese cansancio de la vida adulta que se pega a los huesos. No pasó así. Pasó algo mejor.

El dueño de la idea, músico en fuga de su propio horario, ya ni viene; pero fue él quien tuvo la chispa. Y aunque muchos se quedaron en el camino —porque no cualquiera despierta un sábado con el hígado protestando para ir a correr bajo el sol— otros fueron llegando desde rincones improbables.

De ahí nació este ejército mal organizado, esta hermandad improbable, este grupo de WhatsApp con el nombre menos épico de la historia: Amigos Futbol Sábados.
Un nombre hecho al vapor, sin poesía, sin glamour… y que hoy ya no nos atrevemos a cambiar porque ahí adentro vive una parte importante de nuestra vida.

Ahí están los mensajes a deshoras, los “confirmo”, los “en camino”, los “voy tarde”, los “estoy repedo”, los memes, las mentadas, las alineaciones, las discusiones inútiles y los silencios cuando alguien no aparece porque está pasando por algo pesado. Ahí está el pulso del grupo.

Y en la cancha están ellos. Todos ustedes.

Cuando cayó el régimen del músico —cuando la rutina le ganó al entusiasmo y la resaca fue más fuerte que su voluntad— apareció Esaú. Nuestro dictador benevolente. El hombre que tomó el caos y lo convirtió en calendario. El que convoca, reparte, cobra, insiste. El que nunca dejó que esto muriera. Inteligente, terco, solidario. Sin él, no habría cancha, no habría grupo, no habría sábados. Y eso hay que decirlo en voz alta.

Alan, cañonero hambriento, pelea ahora contra su rodilla como si fuera un enemigo jurado. Y aun así, cuando no está, falta el ruido: falta su pólvora, falta su amenaza. Familia.

Betito, el poeta, el hombre que escribe como juega o juega como escribe: con esa mezcla peligrosa entre lo sublime y lo torcido en la misma jugada. Capaz de una gambeta que parece metáfora y de una caída que parece un verso roto.

Preci, fundador, romántico del futbol viejo, necaxista. Uno de mis hermanos de vida, guerrero sin armadura, que ha sobrevivido a golpes más duros que cualquier entrada. Un hombre que ha aprendido a levantarse tantas veces que ahora se levanta también por los demás, incluso antes de que toquen el piso.

Alonso, arquero y cronista, guardián del arco y documentalista de la memoria del glorioso Hidra. Especialista de los penaltis. Cada atajada suya parece un pequeño milagro.

Chiki, tosco por fuera, noble hasta la médula. Llega cada sábado buscando un pegamento distinto. Y lo encuentra. A veces en un pase, a veces en una carcajada, a veces en una charla futbolera. Pero vuelve a armarse, siempre vuelve a armarse. Quizá el que mejor entiende para qué sirve la reta.

Dani Ibarra, defensa elegante, se peina antes de ir a chocar y despeja como si el estilo fuera táctica. Luis Miguel de fondo, donjuán y marcador serio. Convierte cada cruce en una coreografía.

Didiego, mi hermano. Incansable aunque el cuerpo proteste. Un corredor del alma más que de las piernas. A veces juega con pulmones prestados, pero siempre con corazón propio.

Diego Reyes poeta del gol y casanova del mundo. El que convirtió la capoeira en un idioma para anotar goles hermosos. Él no mete los goles, los baila. Más goleador en el área chica de las féminas.

Arka, el que cura, el que aconseja, el que se emputa si le das mal una pared. Médico de cuerpos ajenos y atleta de alma entera, un tipo que parece creado para jugar futbol. Todo en él es balance: tocar, pasar, ayudar, sanar. Dentro y fuera de la cancha.

Chuy Flores, el que viene poco pero cuando viene no se rinde y eso vale más que cualquier habilidad. Su terquedad es un recordatorio de por qué jugamos. Es malísimo y admirable a la vez. Y además, trajo a Taquero, así que todo perdonado.

JP, mi arquero favorito, mi amigo, mi mosquito, mi rey lagarto. Reflejos imposibles, nobleza infinita. Siempre queriendo mejorar, en la vida y en la cancha. A veces ataja balones, pero siempre ataja nuestras tristezas. JP siempre en mi equipo.

Taquero… qué se puede decir. Nuestro santo no canonizado. El más querido, el más popular, 40 millones de seguidores, no lo vas a entender jamás.

Waz, amigo tardío y necesario. Bigote mítico, asador místico. Un tipo que llegó sin aviso y se volvió un pilar del grupo y en lo personal uno de esos regalos que solo la adultez sabe dar. Gracias a él hay cancha y terceros tiempos INCOMPARABLES. Los mejores del mundo.

Luisillo, es como el hijo de todos, el hijo problema que nadie quiere tener pero que nos vemos en la necesidad de cuidar: rebelde, contestatario, genio y figura.  Tormenta con piernas. Un tipo que disputa batallas invisibles más consigo mismo que contra el rival y aun así siempre aparece. Su bondad y su amistad, siempre, siempre ganan los partidos que importan. Te quiero mucho Distinto19.

Moro, torero viejo, clase intacta aunque el tiempo le robe metros. Juega con la dignidad de quien sabe que se está acabando algo… ¡pero no hoy! Y ahora comparte la cancha con su hijo. Eso ya hace que el sábado valga la pena.

Oscar El Pai, velocista, zurdo eléctrico, carismático. Una estrella que no necesita estadio para brillar aunque juega como si siempre tuviera público. Un tipo que convierte cualquier pase largo en promesa de alegría. Diferente cada vez que toca el balón.

Pato, mi hermano desde los doce. Compañero de banda, de vida, de heridas. Él que siempre da un pique cuando estoy a punto de caer, dentro y fuera de la cancha. El que me ha visto triste, contento, destruido, y aun así siempre me pasa el balón.

Rudy, la ardilla, el culto, el brillante. Un escéptico natural, alma seria del grupo. Un tipo que opina fuerte, piensa hondo y juega como si todo el caos del mundo pudiera ordenarse con un buen pase filtrado. Pensador incómodo. Necesario. Un cineasta sin película, un filósofo sin público, un jugador que entiende más de la vida que del deporte -pero aun así ataja hermoso-.

Chuy del Futuro, maestro del francés, sacerdote de los edits, nuestro cronista audiovisual. Bibliotecario de ¡LA FOTO! ¡LA FOTO! Gracias a él no olvidamos quienes hemos sido en nuestros mejores sábados. Aunque es pésimo escogiendo equipos: Pumas, Madrid, Marsella, Partido Acción Nacional; pocos como él son tan generosos fuera de la cancha.

Vico, mi hermano del alma, presidente honorario de este grupo, espíritu del Ummagumma, un tipo querido por todos y que siempre nos abre las puertas. Aquí seguimos, carnal.

Charly, defensa duro, sobreviviente de verdad. Su cuerpo trae historias que el balón nunca podrá narrar. Cada despeje suyo es un acto de resistencia.

Eder y Fabián, hermanos, técnicos, incansables, obreros del medio campo que trabajan como si cada pase fuera un oficio honesto. Fabián, ejemplo vivo de resiliencia con su pierna recién curada; Eder, brújula silenciosa que siempre está donde debe.

Alfaro, el fantasma fiel. Nunca lo verás pasándote una chela pero sí corriendo al espacio. Casi nunca falta. Un misterio atado a una constancia admirable.

Kevin y Luis Ozuna, defensas de los de antes, muros serios y eficaces. Creadores de chistes involuntarios, pero también de entradas duras que sostienen al equipo cuando todo se tambalea. El futbol es más sencillo si los tienes a tu lado. ¿Alguien necesita un contador?

Miguel Ibarra, cuyeyo orgulloso, trabajador, amable. Le da serenidad a cualquier cascarita. Incansable, noble, siempre alentando, siempre corriendo, siempre ahí donde se necesite estar.

Pete, fundador, profeta, bebedor, ciclista, conquistador de bares, fecundador de nalgóticas. Carisma puro. Querido por muchos, odiado por unos cuantos, precisamente por eso: por su empeño, su alegría, su terquedad luminosa.

Sam, bala humana, egoísta por talento, feroz por naturaleza. Un tipo que juega como si el mundo le debiera prisa. Difícil de alcanzar, imposible de ignorar.

Paquito, músico exiliado en techos ajenos, fundador de primera hora. Cada vez que regresa ilumina el día: trae historias, trae recuerdos, trae algo que solo él puede cargar. Como si hubiera vuelto un tío querido.

Y luego están los cometas: Amaury, Cuauh, Dany Gallegos, Emilio, Lalito, Nico, La Cobra, los amigos de la infancia y familiares lejanos de Alfaro; y los que se irán sumando y restando como pasa en todas las familias. Gratitud también a ellos por los momentos compartidos dentro y fuera de la canchita.

Y pienso en mí, Carri, que creí que el futbol se me había ido para siempre cuando mi rodilla explotó y la vida me obligó a ser otra cosa. Que pasé dos años lejos de una cancha convencido de que ya no había lugar para mí. Hasta que este grupo apareció como un milagro que no pedí pero que necesitaba. Desde entonces no he dejado de jugar, ni ustedes de alivianarme. Soy uno de los agradecidos, uno que volvió a nacer en una cancha rentada cada sábado a las nueve de la mañana.

Porque este año en específico fue duro, muy duro, y sin ustedes no lo hubiera atravesado igual. Sus pases, sus gritos, sus consejos, los terceros tiempos con Juanito y Mari La Tetas, las risas, los parleys, las discusiones inútiles, los silencios compartidos… todo eso me sostuvo más de lo que creen.

Y yo los veo cada sábado, llegar a calentar como dios nos da a entender, sin árbitro, sin uniforme, sin promesa de victoria, pero con una especie de furia infantil que nos recorre a todos. Somos hombres cansados, derrotados por la semana, trabajadores, rotos, tercos, confundidos, con pérdidas, con deudas, con miedos. Pero cada sábado cuando el balón rueda, algo se acomoda. Algo nos limpia.

El mundo deja de pesar como pesa entre semana. Y por dos horas vuelve ese milagro sencillo de la infancia: correr sin saber por qué, reír sin motivo claro, caerse sin sentir vergüenza.

Quizá la vida adulta sea eso: tener un lugar donde el mundo no duela tanto.

Para nosotros, ese lugar es la Cancha #3 del Natural Soccer.
Para mí, ese lugar, son ustedes, mis hermanos.

Gracias a todos. Por estar. Por no soltar este grupo. Por seguir apareciendo cada sábado.

Larga vida a Amigos Futbol Sábados.

La estirpe de Caín: relatos sobre la herencia del daño


La estirpe de Caín (Editorial Agujero de Gusano, 2025), de Sergio Martínez, es una antología de cuentos que se adentra en una pregunta tan antigua como incómoda: ¿el mal se elige o se hereda? Desde distintos registros narrativos —realismo sucio, alegoría, reescritura bíblica, horror cotidiano— el libro construye un universo donde la violencia no irrumpe de golpe, sino que se filtra, se normaliza y se transmite como una marca familiar.

Los cuentos que integran el volumen dialogan entre sí a partir de un mismo eje: personajes comunes enfrentados a situaciones límite en las que el daño aparece como una respuesta posible, a veces incluso justificada. Aquí no hay héroes ni redenciones fáciles. Hay cuerpos expuestos, vínculos rotos, silencios prolongados y una sensación persistente de fatalidad.

Uno de los mayores aciertos del libro es su coherencia temática. Aunque cada relato funciona de manera independiente, en conjunto componen una genealogía del mal: padres que heredan violencia a los hijos, instituciones que fallan, familias que juzgan, comunidades que callan. El título no es solo una referencia bíblica, sino una declaración de principios: Caín no es un personaje aislado, es una condición que se reproduce.

La prosa de Martínez es directa, contenida, a ratos áspera. No busca embellecer la tragedia ni suavizar sus consecuencias. En varios relatos la violencia es explícita; en otros, apenas sugerida, pero siempre presente como una fuerza que modela la conducta humana. El libro incomoda porque se rehúsa a explicar o disculpar: observa y deja al lector frente al espejo.

Los textos finales del volumen funcionan como un cierre potente y revelador. Paradoja mutante, uno de los relatos más extensos, utiliza la pandemia como escenario para construir una alegoría inquietante: un hombre que, tras el encierro y la acumulación de tensiones sociales, descubre que puede transformarse. Lejos del tono heroico, la mutación se convierte en una herramienta para ejercer una justicia torpe, casi primitiva. El silencio que obtiene al final no es redención, sino alivio. Un gesto mínimo que dialoga con el resto del libro: a veces el mal no se castiga, simplemente se tolera si resulta funcional.

Soterrada, el cuento que cierra la antología, adopta el punto de vista de una mujer que presencia su propio velorio. Incapaz de comunicarse con los vivos, observa cómo la familia se fragmenta, cómo el juicio y el abandono pesan más que el duelo. Es un relato de inmovilidad y condena, donde la violencia no proviene del golpe, sino de la indiferencia. El cierre es seco, sin concesiones, y deja una sensación de soledad que persiste más allá de la última página.

Que La estirpe de Caín haya sido realizada con el apoyo del Sistema de Apoyos a la Creación y Proyectos Culturales, a través del PECDA Aguascalientes 2025, subraya el carácter de una obra que se arriesga a pensar el presente desde la ficción. No se trata de una colección de cuentos complacientes ni de ejercicios formales aislados, sino de un proyecto literario con una postura clara.

Con este libro, Editorial Agujero de Gusano reafirma su línea editorial: publicar textos que incomodan, que no buscan la corrección moral ni el consumo rápido, sino el diálogo con una realidad fracturada. Un proyecto literario paralelo a Revista Sputnik que comparte su vocación crítica y su interés por narrativas que se atreven a mirar la herida sin prometer consuelo.

La estirpe de Caín no ofrece respuestas. Plantea, insiste, vuelve sobre la misma pregunta desde distintos ángulos. Y quizá ahí radique su mayor fuerza: en recordarnos que el mal no siempre llega de afuera, que a veces se hereda, se aprende y se ejerce en silencio.

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"Jay Kelly", imperfecta como la vida, pero con una sorprendente actuación de Adam Sandler



Cinetiketas | Jaime López


Aunque en apariencia "Jay Kelly" puede percibirse como una nueva comedia dramática acerca de los claroscuros que tiene la gente que trabaja en la industria fílmica estadounidense, en el fondo la propuesta en cuestión hace una reflexión sobre lo irrepetible de nuestras existencias, en donde no hay oportunidades para segundas tomas, mucho menos para editar nuestros errores.

Protagonizada por el ganador del premio Oscar, George Clooney, la historia sigue a un actor veterano que enfrenta una crisis personal tras el fallecimiento de uno de sus seres queridos y el inevitable paso a la edad adulta de su hija menor.

Dicha crisis lo hace tomar decisiones impulsivas como viajar a Europa para tratar de aprovechar el último verano con la joven antes de que ésta se vaya lejos de casa por la universidad.

"Jay Kelly" comienza con una secuencia en la que el estelar está finalizando la grabación de su más reciente película y en donde pide insistentemente una nueva toma al director de la obra.

Esa línea tendrá una resonancia más relevante en el último acto de la historia, sobre todo para las audiencias que buscan un significado más profundo en el arte.

Y es que el guion escrito por Emily Mortimer y Noah Baumbach logra reflejar oportunamente temas universales con los que muchos espectadores se sentirán identificados como el distanciamiento de personas que fueron importantes en nuestras vidas.

"Jay Kelly" tiene la virtud de combinar secuencias cómicas y dramáticas para versar sobre la soledad, las personas narcisistas y las heridas del pasado que afectan las relaciones humanas.

Si bien es cierto que el guion no es perfecto y tiene momentos que rozan el cliché, no hay mucho que criticar en este rubro debido a que la vida es así: imperfecta y repleta de convencionalismos.

Ahora bien, "Jay Kelly" también tiene una gran representación de las personas que son fieles a sus amigos y se sacrifican con la finalidad de hacerlos brillar.

Dicha representación se percibe en el rol de Adam Sandler, quien da vida a "Ron", el manager del protagonista, que se ha mantenido a su lado durante tres décadas.

El actor en cuestión exhibe una sencillez epidérmica y también muestra su capacidad de dar una pausa a los personajes tontos o infantiles que han caracterizado su trayectoria.

Asimismo, Sandler tiene en sus manos una de las escenas más inteligentes y divertidas del reciente año fílmico, en donde hace mofa sin caer en la comedia barata acerca del rompimiento entre un actor y su agente.

Probablemente, el "pero" más grande en "Jay Kelly" es que no hay un buen balance en el desarrollo de sus personajes femeninos y, por tanto, algunos de ellos se sienten desperdiciados.

Es el caso de Laura Dern, que en la historia interpreta a la publicista del estelar y el exinterés romántico de "Ron", pero a pesar de su fuerte personalidad, no tiene escenas inolvidables como sí la tienen sus contrapartes masculinas.

En contraste, Riley Keough y Grace Edwards destacan como las hijas de "Jay Kelly", las cuales tienen personalidades diametralmente opuestas y fungen como la brújula emocional del protagonista.

Al final, el filme estrenado en la plataforma Netflix es altamente recomendable para quienes buscan propuestas íntimas y versátiles. Eso sí, no es la mejor cinta de Baumbach, pues tiene algunos momentos artificiosos o forzados, que le restan ritmo y autenticidad a la propuesta.



Quién es quién en «36 toneladas» de Iris García Cuevas


Falses Beatniks | Por Osvaldo Sánchez

 

Iris García Cuevas (Acapulco, 1977) nos presenta una novela negra que, lejos de ser mero entretenimiento, se convierte en una herramienta que utiliza para denunciar y tratar de entender, desde las decisiones de sus protagonistas, la crisis de violencia, corrupción e impunidad que atraviesa nuestro país.

En 36 toneladas se nos narra una historia sí, de un crimen, pero que busca responder una pregunta existencial: “¿quién soy?”. Y aún más atrevida, nos busca exponer temas como la ética, la justicia y el deseo de poder, emociones totalmente humanas que nos permiten conectar con la novela desde el primer párrafo.

Es precisamente la forma de contar la historia lo que nos deja ver su identidad, qué curioso, identidad pues si bien tiene elementos clásicos como la investigación policial, usa la amnesia del personaje como un recurso narrativo para exponer los vínculos de corrupción, narcotráfico y violencia. Esto hace que nos preguntemos si lo contado al protagonista es verdadero o si los implicados de alguna forma buscan ocultar o justificar sus acciones.

El punto de partida de esta novela te engancha en un instante: un hombre, Roberto Santos, despierta en un hospital sin recordar nada. Un policía de gafas oscuras lo recibe con tres noticias impactantes: la primera, asesinó a un hombre; la segunda, es un judicial que se ha robado una cantidad enorme de dinero; y la tercera: saliendo del hospital, lo matarán.

La amnesia de Roberto Santos se convierte en el medio por el cual García Cuevas explora cómo la identidad y la moral de los personajes son maleables y corruptibles en un entorno en donde todos buscan el beneficio individual, sea cual sea el precio. Y éste es el conflicto que realmente se busca resolver, ¿Santos realmente quiere volver a ser ese judaca corrupto y violento que todos le describen? ¿O es esta amnesia una oportunidad para redimirse de su pasado y comenzar como un lienzo en blanco a pintar una nueva vida y un nuevo futuro para él?

Lo atrapante de la narración de la escritora es que, a medida que Roberto Santos encuentra una respuesta que parece definitiva, siempre hay un personaje que dice lo contrario, lo que nos devuelve a una posición de incertidumbre. Nos vamos resignando junto con el protagonista, quien declara que su nombre o quien haya sido antes ya no le importa, pues su pasado se vuelve una carga de culpa, vergüenza, e incredulidad por los actos tan grotescos que le adjudican.

Pero no me malinterpreten, no vamos en círculos. Es más a encontrarnos en una caída libre descubriendo la verdad sobre todos los personajes implicados en la desaparición de los recuerdos de Roberto Santos. La historia avanza de manera vertiginosa dándonos un plot twist cada vez más y más intrigante, haciendo que cada página nos haga querer más y más respuestas.

Y no podemos dejar de hablar del personaje secundario más importante de la novela: la corrupción. La autora nos presenta al crimen organizado y a las fuerzas del orden como miembros de un mismo bando, como un solo ente omnipresente a nivel nacional que esparce violencia por cada rincón del país.

Se describe, con una precisión de miedo, las redes de colusión entre la policía y los militares, quienes deberían fungir como actores garantes de la ley. Sin embargo, son ellos los principales perpetradores de pactos entre criminales, donde la misma autora nos dice “entre más alto el rango, mayor debe ser tu compromiso con la corrupción”. Están los políticos, quienes facilitan las condiciones para que esta red de corrupción se mantenga y también puedan probar una rebanada del jugoso pastel que es el dinero del decomiso de drogas. Y, por último, los periodistas, quienes podrían pasar como héroes de la verdad, pero que, en realidad, a ellos también les parece oportuno sacrificar un poco de su ética siempre y cuando se les presente un cheque con el número correcto de ceros.

Esta historia no es una de buenos contra malos, de blanco o negro, es una historia de grises, una muy humana, real, cruda y una muy importante para seguir cuestionándonos la forma en cómo funcionan los espacios de poder en nuestro país.

En cuanto a su forma, la novela de Iris García Cuevas es de esas que empiezas a leer en la mañana y que no dejas de cambiar páginas hasta la noche. Una novela con capítulos breves, pero precisos. En sus capítulos siempre estamos al pendiente de los hechos, llenos de tensión, y reflejan perfectamente la urgencia que tiene Santos por conocer la verdad de su pasado. Dicha urgencia se contagia al lector, lo que hace que no nos despeguemos de la trama.

Además, algo plausible es la forma que adopta el lenguaje dependiendo de quién narra la historia. Este toque aporta frescura a las páginas y dota de realismo a la novela, pues a lo largo de la narración nos encontramos con los testimonios de un profesor de literatura, de una periodista, de una prostituta, de un judicial y de un político. Entonces, es lógico que ninguno de estos personajes cuente o recuerde de la misma forma las cosas.

Para terminar, me gustaría remarcar que la obra de García Cuevas no sólo logra plasmar una intriga absorbente, sino que la usa como plataforma para poner como tema de discusión la corrupción, la violencia y la opresión del narcotráfico en nuestra actualidad. Pone al centro del conflicto la búsqueda de la identidad utilizando la amnesia del personaje como un recurso narrativo que expone precisamente eso: el olvido de la moralidad de la propia sociedad, dejando de lado el sentido de legalidad y de humanidad. Hace ver que el hecho de perder la memoria no sea algo tan malo del todo, pues así, por lo menos, tenemos una oportunidad más de hacer las cosas de forma diferente.

Esta novela es de principio a fin reflexiva, pues la falta ética, la impunidad y los estragos de un Estado fallido son elementos de nuestro día a día. La autora supo cómo aprovechar esta realidad tan desesperanzadora para convertirla en una historia trepidante, intensa, con un equilibrio magistral entre la acción, el lenguaje, la narrativa y la ambientación. Cerrando por completo los enigmas planteados al inicio de la historia, pero dejando un rastro de incertidumbre sobre el futuro de nuestro protagonista. 

«Salitre»: una muestra de la obra plástica de Aranza Hernández


"Salitre" es un proyecto editorial de Aranza Hernández Gómez que se basa en la intervención de un archivo fotográfico que reúne viajes durante varios años a la playa. A partir de la afectación del mar, la arena, el sol y el borramiento intencional, Salitre busca borrar recuerdos de violencia sostenida y posterior separación familiar.


Por Jorge Correa


En los confines de la palabra tiempo habita la palabra desgaste. No hay nada en la existencia que no sea esculpido por este par de términos. La obra plástica de Ara plantea una poética de lo que el devenir hace con los objetos, con las personas y con la forma en la que recordamos.


Fotos, postales y recortes, intervenciones, collages y ensambles. Todo expuesto al sol, al viento, todo manipulado con manos que eligen los elementos bajo el criterio de la nostalgia. El resultado, imágenes corroídas, palidez en los tonos, agujeros, blancos fantasmales deambulando de pieza en pieza.


El proceso, como el resultado, es una alegoría de la memoria. Recordamos interviniendo escenas, sembrando árboles de una época en el centro de otra, reteniendo instantes que resultan intervenidos por impresiones causadas por otros instantes; hay un delineado, un recorte, una tijera que no dejará de abrir y cerrar sus filos, marcando la frontera entre olvido y añoranza.


Aquí hay épocas que se disuelve en diferentes azules, una creatividad onírica, una sensación de amanecer y de ocaso: finales y despedidas; aquí todas las casas hundidas tienen parentesco; aquí todo parentesco es una casa hundida; veo las series expuestas como si mirara hacia el horizonte, porque las figuras, los relieves, las historias, parecen venir de un lugar lejano, cada elemento esa una señal que indica la ruta hacia esa lejanía.


Pero volver es imposible, como despertar y querer reaparecer en el sueño. Aunque ese sueño no deje ser una pulsión en cada uno de nuestros actos presentes. Nos queda la erosión y un puñado de arena, un caracol con voces prisioneras y dos o tres fotografías, como pruebas de que fuimos donde ya no es.


 ***

SALITRE


Crecí en una ciudad alejada del mar

pero sumergida en recuerdos de agua salada.

Sumergida no, más bien a la orilla.

Ahí donde las palabras se deslavan

y la brisa humedece los objetos

lentamente.


A veces excavo

en las cajas de cartón

limpio los restos de arena

hasta encontrar

los álbumes que construyó mi madre

las vacaciones

la fotografía de una familia

en tonos azules.


¿Cuántas personas se necesitan para formar una familia?


Intento recordar

la sensación de la arena

casi puedo ver sus manos

construyendo un castillo

del tamaño de mi cuerpo.

Arena entre las uñas

y mis dedos pequeñitos

colocando con cuidado conchas de mar.


Imagino el sabor del agua salada

concentrarme

volverme un pez

o flotar boca arriba como una estrella.

Los ojos me arden.


Olor amargo a cerveza

la sensación pegajosa de la brisa

mezclada con bloqueador solar sobre mi piel.

Mi mamá y sus lágrimas saladas

mi hermano creciendo ajeno a mí.

Duermo sobre la arena

para que el tiempo pase más rápido.


Al atardecer me levanté y busqué enjuagarme.

A mis papás les pareció que fui por horas

me convencí de que pasaron horas

pensaron que me había perdido.


Cuando me alejé

pude ver cómo se ahogaban

las cosas que no conoceré

su memoria

historias que mi abuela nunca me contará

fotos que no podré rescatar

personas que no lograré amar


Yo pensaba que lo que ocurría en la playa

solo duraría las vacaciones

que dentro de unos días

volveríamos a ser lo que éramos.

Pero el ardor en los ojos

la picazón de la arena en la piel

se prolongaron tanto

hasta que me acostumbré.


Vuelvo a los álbumes

encuentro el recuerdo de mi familia bajo el sol.

Incómodos, sudando.


Cierro los ojos

me pierdo en el sonido de las olas,

no vuelvo a sumergirme.

Intento recordar cuándo fue la última vez

que floté como estrella.



Aranza Hernández Gómez (Xalapa, 2002) Estudió Artes Visuales en la Universidad Veracruzana. Fue seleccionada en la 8° Bienal Internacional de Arte Visual Universitario. En 2024 fue acreedora a una beca para estudiar una Residencia de Aprendizaje en Tipos Móviles en La Ceiba Gráfica, y otra para cursar el Programa de Artes Visuales y Fotografía de Proyecto Imaginario. Su primera exposición individual, "Consejos para una vida lenta", se inauguró en diciembre del 2024 en la librería El Entusiasmo. Ha participado en exposiciones colectivas en galerías y recintos de Xalapa, Ciudad de México y Chiapas.

Alberto Aguilera Valadez, las dimensiones de un artista llamado Juan Gabriel

Por Sergio Martínez


Debo, puedo y quiero (Netflix 2025) documental de José María Cuevas, nos muestra a Juan Gabriel en primera persona, a veces desde la mirada y voz de Alberto, otras desde la figura del artista que despliega voz, baile y su peculiar personalidad para cantarle a la vida.

Construido principalmente con videos caseros personales, llamadas telefónicas, entrevistas, presentaciones y material de diversos programas televisivos, el documental nos lleva de mano por la vida del Divo de Juárez, desde sus inicios en aquella ciudad fronteriza, la cúspide de su carrera en unos memorables conciertos en Bellas Artes que levantaron ámpula en la entonces comunidad culta de México hasta el multitudinario cortejo fúnebre también en Bellas Artes.

Alberto siempre supo que él y Juan Gabriel llegarían al éxito total con sus canciones, no se explicaría de otra forma que cámara de fotografía y de video en mano, capturaría toda su vida, abajo y arriba del escenario.

El talento de José María Cuevas es crear un ensayo visual donde el espectador descubrirá mientras el documental avanza, como Alberto construye a Juanga. Son las vicisitudes de su vida, el amor por su madre, su difícil infancia, el inicio de su fama, la crítica a su personalidad, sus estados emocionales entre otras cosas, el combustible de dónde vienen sus canciones, piezas musicales que han permeado en múltiples generaciones y algunas se han vuelto himnos que se entonan todos los días en cualquier casa, funeral, cantina, karaoke, o en intimidad para confesar algún dolor, o el gozo del amor.

Entre las varias perlas que nos muestra el documental de cuatro episodios, podemos ver su correspondencia personal, cartas, dibujos, y letras de canciones con borrones y rectificaciones de puño y letra; que nos muestran piezas claves de la vida de Juan Gabriel.

La magia de Alberto fue escribir canciones, que conectaron instantáneamente con el público y se volvieron parte de su memoria sentimental, eso nos cuenta el documental, la vida de un artista, las dimensiones humanas de Alberto Aguilera Valadez, que se amalgaman y se imbrican con Juan Gabriel y lo hacen uno de los artistas más queridos y cantados de México y Latinoamérica.




Juan Gabriel: Debo, puedo y quiero.
Dirección: María José Cuevas.
Guion: María José Cuevas, Manuel Alcalá, Eduardo Donjuán, Álvaro de la Lama.
Producción: Laura Woldenberg, Ivonne Gutiérrez.
Fotografía: Axel Pedraza.
Compañía productora: Mezcla.

Crónica de una Buba anunciada (en el Alicia)


Conrado Parraguirre

 

Pudo ser una tarde como cualquier otra, en la que el sol caía lentamente sobre el lomo pardo del horizonte, y yo pude haber seguido rascando un instrumento musical de seis cuerdas sobre mi músculo cervecero, de no ser por un mensaje que tornó el día en poco habitual.

Tras una breve comunicación, el maestro José Quintero me convocó a ayudarle con su puesto de venta para la presentación del 25 aniversario del libro Buba vol. 1, en el emblemático Multiforo Alicia. Acordamos vernos en un punto estratégico durante la tarde del día siguiente –9 de octubre del año en curso– para emprender el viaje a la CDMX. 

Al rededor de las 15 horas pasaron por mí a una gasolinera, cercana a un lugar conocido como “el puente de la junta”, de la ciudad de Puebla. Elvia, quien es gestora y directora del centro cultural Musa; José, quien es dibujante, poeta y psicovaguito; y su servidor, quien esto escribe; enfilamos hacia la gran ciudad. Durante el trayecto discurrieron temas, datos, anécdotas, y chismes varios, que mi distraída mente no se distraerá en replicar.

La ciudad fue amable y nos dejó fluir por sus calles y avenidas, sin que hubiera ningún atisbo de tráfico. Por lo que llegamos con muy buen tiempo para comer algo antes de que iniciara la presentación. El día estaba nublado y todavía lloviznaba un poco. Al bajar del vehículo una mujer reconoció a Quintero, se acerco con cierto entusiasmo y le preguntó algo sobre la hora del evento. Tras obtener su respuesta, nosotros fuimos a buscar dónde apaciguar el hambre. “Las Ramonas” fue el sitio cercano que se puso en el camino.

Para nuestra sorpresa dentro del lugar se encontraba Ricardo Peláez Goycochea (quien –junto con Eric Proaño “Frik”– fue invitado a los festejos de Buba). Los maestros se saludaron como dos viejos buenos eneamigos, y nos sentamos en una mesa contigua. Me di cuenta que ya no me encontraba en territorio poblano, porque tuve que pedir queso para mi quesadilla. Por cierto que en la portada del menú figuraban personajes mexicanos como Jaime Sabines, Dr. Atl, Amado Nervo y José Alfredo Jiménez. Más adelante me enteraría de la razón de esto.

Mientras intercalábamos la charla con el ñam ñam ñam y el glu glu glu, afuera pude notar a un par de seguidores de Quintero. A pesar de estar de espaldas a la calle, una de las personas reconoció la silueta del maestro; observé cómo sin disimular su emoción le comunicaba a su acompañante: “ahí está”, mientras señalaba en dirección de quien en ese momento le daba una mordida a su sope. La pareja no cometió la indiscreción de interrumpirlo y continuaron su marcha en dirección al Alicia.

Nosotros hicimos lo propio después de terminar de comer. Bajamos los sofisticados artículos de la Buba Chop y los acomodamos en unas mesas que generosamente nos facilitaron para tal propósito. Apenas me encontraba consultando sobre los precios de algunos stickers, cuando le dieron acceso a la gente. Una persona me pidió una playera, tomó unos libros, un pin, y me dijo: “¿cuánto es?”. Y en menos de lo que canta un gallito comix, Elvia y yo nos encontramos rodeados de seguidores de Buba. Unicamente escuchaba: “¿cuánto cuesta esto?”, “¿qué otras tallas tienes?”, “¿es el único modelo?”, “¿sí me haces mi cuenta?”, “¿cuánto te debo de esto?”, y cosas por el estilo. Por fortuna los fans de Buba son amables y pacientes. Incluso una chica, al ver como mis matemáticas empezaban a colapsar, me ayudó a hacer una cuenta.

Aunque la charla ya había iniciado, los minutos de intensidad en el puesto duraron aproximadamente media hora. Lamenté no poder atender a lo dicho en el evento, pero en mi calidad de personal de la Buba Chop tuve que darle prioridad a intereses más pecuniarios.

En la ronda de preguntas, hubo momentos entrañables, por ejemplo, cuando se anunció que entre la audiencia se encontraba Ricardo Camacho, quien también formó parte de la camada del icónico Taller del Perro (colectivo de autores de historieta mexicana independiente de finales del siglo XX). También hubo quien le obsequió al festejado, una figura impresa en 3D de Buba.

Al final de esta dinámica, los asistentes se levantaron a hacer fila para poder obtener un autógrafo. Logré ver como algunos y algunas de ellas salían satisfechos, con cierto júbilo en sus rostros, tras interactuar brevemente con el autor y conseguir un dibujo de Buba. Y pude reconocerme en aquellas expresiones de entusiasmo, pues años atrás yo también estuve en ese lugar, antes de que se torciera el camino y terminara en la condición actual de amigo/chalan/admirador.

Algo notable es que las generaciones lectoras de Buba se renuevan. Gente joven acoge al personaje con el mismo entusiasmo que sus lectores de hace 25 años. Lo cual es digno de admiración, pues Quintero no sale mucho a eventos, no se promociona demasiado en redes, y no obstante, el alcance de su obra crece de manera orgánica. Tal vez por esto su audiencia no es masiva, y sin embargo su personaje avanza, lento, pero con paso firme. Porque sus seguidores son fieles y le guardan aprecio.

De hecho tengo la hipótesis de que el libro “rosa” es el que más se ha prestado y nunca ha retornado a manos de sus propietarios; o ha sido regalado en algún arranque de pasión y desmesura; por lo que sus fans han adquirido el ejemplar más de una vez. 

Parafraseando a un bibliotecario argentino, “La Buba debe ser una de la formas de la felicidad, y no se puede obligar a nadie a ser feliz”, evidentemente no se obliga a nadie, pero hay algunos que se agandallan esa felicidad.

Otra cuestión que me pareció vislumbrar, mientras me encontraba ahí paradito atendiendo el puesto, fue que los lectores de Buba son atípicos. A su audiencia no necesariamente le interesa la literatura, ni la historieta; les interesa Buba, el personaje liminal que habita en el subconsciente de la memoria de sus seguidores, salpicando fatalismo humorístico, desamor vital y pesimismo alegre. O al menos eso supongo.

En el microcosmos universal de Buba, conviven las obsesiones de símbolos teológicos del autor, junto con las chabacanerías complejas del personaje. La religión, dios, los querubines, entre otros, son elementos presentes en varias de sus viñetas.

Esto último viene a colación por una casualidad. Resulta que el recinto donde ahora se alberga el Alicia, antes fue la capilla de unas monjas. Justo en el centro, en la parte superior del escenario, donde presumiblemente pudo estar un vitral de ábside, ahora se encuentra adornado con el gato del logo del foro, y un poco más abajo en el muro, la figura en relieve de un querube; mientras que a los costados unas cortinas negras cubren los espacios donde, sospecho, también hay vitrales. Por lo que bien podríamos enunciar que: “a cada capillita le llega su Bubita”.

Pero regreso a lo que estaba. Las preguntas terminaron poco después de las 20h, y la fila casi llegó a su final antes de las 23h. Por fortuna, ya casi no hubo nada que recoger, pues la mayoría de los libros y souvenirs se agotaron. Un par de seguidoras esperaron hasta el final, para que les firmasen sus libros, y como ya habíamos rebasado el horario de cierre del foro, el maestro sugirió ir a cenar, para ahí terminar su labor. Nos dirigimos a una taquería cercana, y en ese momento nos tocó hacer fila a nosotros para conseguir una mesa.

Una vez instalados, Quintero concluyó su maratónica jornada de repartir trazos a diestra y siniestra. Yo también iba a solicitarle un garabato, pero mejor pedí unos tacos. Durante la conversación de la cena, me enteré del motivo por el cual en el menú del restaurante “Las Ramonas”, aparecían aquellos artistas mexicanos. De acuerdo con el diseñador de la última edición de Flor de Adrenalina, varios de esos personajes vivieron por la zona, o frecuentaban alguna cantina del área. Quizás en el futuro, también agreguen a Buba en la portada de su carta, pensé.

Ligeramente después de la media noche, nos despedimos de quienes nos acompañaron hasta el final, y emprendimos el camino de regreso. Y bueno, como amigo/chalan/admirador del trabajo de Quintero, he de confesar que me sentí muy agradecido de poder ser parte de los festejos de Buba en su edición de 25 años. Como dice la vox populi: “y que cumpla muchos más”.

"Zootopia 2", una secuela que no se repite a sí misma y que aborda temas progresistas


Cinetiketas | Jaime López


Es muy raro que una película sea disfrutable en distintos niveles, ya sea por su calidad narrativa, su excelencia técnica o su discurso. Y es más extraño que una secuela destaque en todos esos rubros y, además, tenga varias lecturas o interpretaciones nuevas, que la hacen sentir como una propuesta ambiciosa y no repetitiva.

"Zootopia 2" logra cumplir con todo ello, pues para empezar, los comentarios sociales en su guión pueden considerarse una analogía del actual contexto estadounidense, en donde quienes ostentan el poder muestran un claro desprecio a un sector de la población, pese a que dicho sector es parte importante de su historia contemporánea.

En el filme, el escritor y director, Jared Bush, retrata el racismo contra una especie de animales, conducta que, según el argumento, ha perdurado a lo largo de un siglo, y que sin lugar a dudas remonta a la gente a lo que ha pasado en el vecino país del norte durante varias décadas.

Por otro lado, la historia tiene varios guiños y homenajes a clásicos del séptimo arte, por ejemplo, "Ratatouille", "Hannibal" o "El silencio de los inocentes" y "James Bond", algo que causará una enorme satisfacción a la comunidad cinéfila de hueso colorado.

Dicho guiños ocurren en cuestión de segundos y no se sienten metidos a calzador o a la fuerza, ni tampoco distraen a la audiencia de la historia central, lo que evidencia el ingenio y calidad del libreto.

El nuevo filme de los estudios Disney también aborda el tema del consentimiento a través de unos de sus personajes, el cual siempre pide permiso para abrazar a alguien a fin de no invadir su espacio personal.

Eso último se siente como un gran detalle, sumamente progresista, que muestra una madurez y aprendizaje en la nueva generación de creadores, que perciben el arte como un espejo de la sociedad actual.

Asimismo, "Zootopia 2" habla sobre la deconstrucción de las viejas masculinidades, que se niegan a expresar sus sentimientos a las personas que aman o quieren.

En ese sentido, el zorro "Nick Wilde", que ahora trabaja para la policía, es una clara representación de los machos dominantes que deben de dejar de lado sus conductas rancias, hermetismo y egocentrismo para evolucionar y poder ser felices.

Ver ese tipo de detalles en una película de Disney, una compañía que históricamente ha perpetuado algunos estereotipos, es algo digno de alabarse y celebrarse.

Pero el guion de "Zootopia 2" también ahonda en la psicología de su protagonista femenina, la coneja "Judy Hopps", quien no deja de ser un ser aguerrido y tenaz, y al mismo tiempo, comparte más información sobre sus motivaciones y miedos personales.

Quizá el único pero a la nueva producción animada de Disney es que no tiene una canción tan pegajosa o icónica como la de su primera entrega, "Try everything", interpretada por Shakira.

Sin embargo, es un detalle menor en comparación con todas sus virtudes, que hacen sentir que valió la pena esperar una secuela nueve años después.



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