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“Casi lo confundo con mi hogar”: una conversación con Jesús Ernesto Guevara


En 2024, la Editorial Agujero de Gusano publicó Casi lo confundo con mi hogar, el primer libro del joven autor bajacaliforniano Jesús Ernesto Guevara. Desde entonces, la obra ha rondado ferias, presentaciones y las manos de lectores que, a lo largo del país, apuestan por la literatura emergente nacional.

“Un drag por accidente, la despedida recurrente entre un abuelo y su nieto, parejas improbables, una intervención vudú contra la violencia de género… en los cuentos de «Casi lo confundo con mi hogar» hay una profunda exploración de las relaciones humanas con especial énfasis en la familia y una visión desde las nuevas masculinidades para lo referente a padres e hijos. En este, su primer libro, Jesús Ernesto Guevara transmite el desconcierto y los anhelos contradictorios de la existencia, narrando con humor e ironía las sutilezas de la vida cotidiana y, con una ternura casi lírica, las terribles violencias que laten detrás de todo aquello tocado por los hombres”. Elma Correa

Si aún no te adentras en sus páginas, este es un gran momento para hacerlo. Casi lo confundo con mi hogar es una invitación a mirar de cerca la intimidad, el desconcierto y la contradicción que acompañan el tránsito hacia la adultez. Sus cuentos dialogan con la memoria, el afecto, la identidad y las nuevas masculinidades con una frescura que lo convierte en una lectura imprescindible de la literatura joven del norte del país.

Con este debut, Guevara se suma a una generación que redefine los afectos, la memoria y los vínculos desde una sensibilidad personalísima. A propósito del libro y del camino que lo trajo hasta aquí, conversamos con él.

***

Para comenzar, cuéntanos un poco de ti. ¿Quién eres y por qué escribes?

Me llamo Ernesto Guevara (sí, como el Ché; no, el libro no es propaganda comunista). Vivo en Mexicali, Baja California, y escribo porque es una actividad profundamente lúdica: se siente como jugar. Cuando somos niñxs, inventamos canciones, imaginamos historias, damos personalidad a los juguetes. La creatividad es natural, pero al crecer el miedo a “no ser lo suficientemente buenxs” nos paraliza. Para mí, escribir es escuchar a ese niño que sigue adentro, ansioso por contar historias.

También disfruto la parte de la escritura que sucede lejos del teclado: lo que va antes y lo que viene después. Antes, investigo para que la ficción se sienta verosímil; para este libro leí sobre brujería vudú, arte drag, cultura pop de los sesenta y más temas que me intrigaban. Escribir es otra forma de aprender.

Después viene la comunidad. Aunque se piensa en quien escribe como alguien aislado, para mí el oficio también es colectivo. Sí, prefiero encerrarme a escribir, pero luego comparto mis textos con mis compañerxs de talleres. Aprecio su retroalimentación y disfruto leer lo que ellxs hacen. La escritura me ha abierto puertas que no hubiera imaginado y me ha permitido aprender de autoras y autores a quienes admiro profundamente.


Háblanos de tus influencias literarias y del origen de este libro.

Cuando empecé a tomar cursos de escritura creativa leía a autores estadounidenses como Raymond Carver y J. D. Salinger. Su informalidad y su capacidad para retratar lo cotidiano con profundidad marcaron mi manera de escribir. Me fascinaba que sus historias le podían pasar a cualquiera.

También me han influido cuentistas argentinas contemporáneas como Samanta Schweblin, Mariana Enríquez y Camila Sosa Villada.

Más recientemente, los talleres a los que he asistido han sido cruciales. Este libro nació en los cursos de la Dra. Elma Correa durante la pandemia. Fue invaluable escuchar y aprender de escritoras y escritores como Ana Fuente, Liliana López, Priscila Rosas, Samanta Galán, Gilberto Cornejo, Samantha Arenas y Michelle Annel Peña. Con ellxs he encontrado una comunidad de la que me enorgullece formar parte.


¿Cuál es el hilo conductor de los cuentos de Casi lo confundo con mi hogar?

Son relatos que pueden inscribirse en el género del coming-of-age. Mis personajes enfrentan emociones que los obligan a crecer y a tomar decisiones para escapar de la “jaula” en la que se encuentran, a veces por elección propia y otras porque alguien más los puso ahí.


¿De dónde surge el título del libro?

El título proviene de una frase de la canción “Cuarteles de invierno” de Vetusta Morla: “Fue tan largo el duelo que al final casi lo confundo con mi hogar”. Elegí usarla incompleta por dos razones: porque la frase entera sería un título larguísimo y porque, recortada, se vuelve más precisa.

En los cuentos no siempre es un duelo lo que se confunde con lo permanente. Puede ser una despedida repetida, la angustia de expectativas incumplidas o un lugar donde no se nos valora. Quise capturar esa sensación de permanencia involuntaria.


¿Cómo conjugas elementos de la cultura popular con historias tan íntimas y singulares?

Las referencias pop ayudan a situar a los personajes en un tiempo, un espacio y un ambiente específicos. Creo que la música, el cine y los libros que consumimos revelan mucho de nosotrxs. Por eso, al construir a un personaje me pregunto qué ve, qué lee y qué escucha: estos detalles lo vuelven más humano.

Antes de escribir una historia necesito conocer a quien la protagoniza; solo así su comportamiento se siente natural y verosímil. Ojalá lo haya logrado con estas siete historias: será labor de lxs lectores juzgarlo.


¿Cuál es la importancia de las editoriales independientes en el panorama literario nacional?

Hace poco abrí Letrinas del Cosmódromo, también de Editorial Agujero de Gusano, y me encontré con esta frase:

“Esta obra fue posible gracias al apoyo de colaboradores, artistas, creadores y la tripulación de Revista Sputnik, y NO por la buena voluntad de funcionarios, gobierno o instituto cultural alguno.”

Los cuentos de esa antología son de gran calidad. Habría sido una pena que no llegaran al papel por culpa de la burocracia. Eso es lo que permiten las editoriales independientes: libertad creativa, procesos ágiles y la posibilidad de que nuevas voces encuentren un camino. Estoy muy agradecido con Revista Sputnik y con Agujero de Gusano por confiar en mi trabajo y publicar mi primer libro.


¿Cuánto de tu vida está presente en estas historias?

Antes me incomodaba que mi vida se filtrara en los cuentos; ahora lo acepto más, aunque trato de disfrazarla. En este libro varía entre historia e historia. La primera, por ejemplo, está inspirada en mis experiencias conviviendo con mi abuelo, quien padecía Alzheimer.

La frontera y el norte también atraviesan el libro, y siento que están cada vez más presentes en mi escritura. Hay cuentos que no toman prestadas personas o lugares de mi vida, pero sí emociones muy íntimas.

Creo que puedo escribir sobre lo ajeno si investigo lo suficiente, pero la escritura es más poderosa cuando habla de lo que uno siente. Puedo narrar un ataque epiléptico sin haberlo vivido, pero describir un golpe de calor es más convincente cuando vives en la ciudad más caliente del mundo.

Martin Scorsese dijo: “Lo más personal es lo más creativo.” Coincido plenamente.


Además del libro, ¿dónde podemos leer más de tu trabajo?

He publicado cuento en revistas físicas y digitales como ERRR Magazine, Marabunta y Pez Banana. Este año aparecieron dos antologías con textos míos: Extrañamientos, que reúne cuentos nacidos en un taller, y Raras e inquietas, una colección inspirada en la obra de María Daniela y su Sonido Láser.

*Puedes conseguir el libro Casi lo confundo con mi hogar en este link.

El futbol como religión apócrifa: rituales, supersticiones y santos inventados

Editorial | El Otro Mundial


El eco hacia 2026: la tribuna que viene

El Mundial de 2026 —que por primera vez será organizado por tres países: México, Estados Unidos y Canadá— no solo será el más grande de la historia, con 48 selecciones y 104 partidos, sino también el más cercano en geografía y cultura para millones de aficionados latinoamericanos. Para México, el torneo significa un regreso a casa tras las ediciones de 1970 y 1986; para Estados Unidos, la consolidación del “soccer” como espectáculo masivo; para Canadá, la oportunidad de presentarse ante el mundo como una nueva plaza futbolera. Pero para la afición, para la tribuna real —la que vibra, sufre, canta y sostiene a los equipos más allá de las estadísticas— el torneo abre un nuevo capítulo emocional.

En los estudios recientes sobre comportamiento de hinchadas se observa un fenómeno interesante: el sentimiento de pertenencia aumenta cuando un torneo global se celebra en territorio compartido o cercano, lo que genera un incremento en consumo cultural deportivo, búsqueda de contenidos especializados y participación en comunidades digitales. Según un estudio de Nielsen de 2024, el interés por el Mundial creció un 57% en México y más del 30% en Estados Unidos entre jóvenes de 18 a 34 años, un rango que cada vez más combina el estadio físico con la tribuna digital.

En ese contexto, las barras tradicionales se mezclan con nuevas formas de afición: grupos que viajan para vivir la experiencia completa, comunidades que se organizan desde la migración o la diáspora, y una audiencia enorme que vive el torneo desde pantallas múltiples. Eso significa que la emoción ya no se concentra únicamente en el estadio, sino en cada espacio donde un grupo de personas decide mirar, debatir y sentir el partido. La tribuna se expande y se vuelve más compleja, más híbrida.

Para 2026 se espera que más de 5 millones de aficionados internacionales viajen a Norteamérica —la cifra más alta registrada para una Copa del Mundo— y que el impacto económico total supere los 10 mil millones de dólares entre sedes, infraestructura y turismo. Pero lo más interesante no es la derrama: es el relato que se formará. Inmuebles como el Estadio Azteca, el SoFi Stadium o el BMO Field funcionarán como templos modernos en los que se cristalizará una narrativa compartida por tres culturas futboleras distintas, unidas por la misma pulsación: el deseo de pertenecer a algo más grande, aunque sea por 90 minutos.

El Mundial 2026 no solo será un espectáculo; será una prueba para medir cómo ha cambiado la afición latinoamericana, cómo se conecta la tribuna del barrio con la tribuna global, y cómo se construyen nuevas identidades deportivas en un continente que por fin comparte una sola cancha.

Abrimos esta sección porque el futbol no solo se juega: se cree.
Se canta, se reza, se adora.
Y la cultura —la música, la literatura, la pintura, la filosofía— ha encontrado en él un espejo fascinante.

Aquí inicia un recorrido por el lado cultural, emocional y a veces místico del juego más popular del mundo.


Un templo sin púlpito

El sociólogo francés Christian Bromberger, uno de los mayores estudiosos del futbol, definió los estadios como “los grandes teatros de la modernidad”. No exagera: en un partido convergen hasta 70 mil personas repitiendo gestos, ritos y cánticos que han sobrevivido por décadas. Solo en la temporada 2022–23, la Premier League reunió más de 15 millones de asistentes, una cifra comparable a festivales religiosos de escala nacional.

Las gradas funcionan como templos laicos donde la gente deposita fe, miedo, identidad. En México, el Estadio Azteca —con capacidad para 83 mil 264 espectadores— ha sido descrito por cronistas como “la catedral de los milagros improbables”. En Argentina, La Bombonera resuena con un movimiento sísmico medido más de una vez por sensores cercanos. Literalmente: la fe hace temblar la tierra.


La liturgia secreta de los hinchas

El manual de las supersticiones futboleras podría competir con el de cualquier religión ancestral.

Carlos Bilardo llevó la cábala al extremo:

  • obligó a su equipo a repetir rutas exactas rumbo al estadio,

  • prohibió pronunciar ciertas palabras (“cábala” incluida),

  • y en el Mundial 86 pidió que se mantuviera una botella de Coca-Cola vacía porque “traía suerte”.

No era un chiste: jugadores como Burruchaga y Ruggeri confirman que la botella terminó viajando con ellos varios partidos.

Pero la superstición traspasa fronteras:

  • Gigi Buffon admitió usar siempre la misma camisa térmica en torneos importantes.

  • El delantero español Fernando Torres comía siempre un plato de pasta con atún.

  • El brasileño Ronaldo Nazário se afeitó la cabeza dejando el famoso “casquito” antes de la final de 2002 porque “era lo único que podía controlar” entre tantas presiones y una lesión.

Y del lado de la afición, los patrones se repiten: el sillón "de la suerte", la playera que no puede lavarse, el ritual de cerveza por gol, la postura exacta en los penales. Un estudio de la Universidad de Colonia registró que el 63% de los hinchas europeos admite tener al menos un ritual supersticioso relacionado con el futbol.



Santos que no pasaron por el Vaticano

Si una religión necesita iconos, el futbol los tiene en abundancia.

La Iglesia Maradoniana, fundada en Rosario en 1998, cuenta con más de 350 mil seguidores en todo el mundo. Sus “mandamientos” incluyen frases como: “No serás cabeza de termo y no le preguntes a Diego lo que hizo con su vida; mira lo que hizo con la tuya”.
Celebran navidad el 30 de octubre (nacimiento de Maradona). No es parodia: es devoción (en México hay una capilla en Cholula, Puebla).

Messi, sin quererlo, también se ha convertido en un santo laico. En 2021, el artista Maximiliano Bagnasco terminó un mural de 12 metros en Buenos Aires donde el capitán aparece con aureola dorada. En Barcelona, otro mural de Lionel —con estética bizantina— se volvió punto de peregrinación turística.

En México, basta caminar por Tepito, Iztapalapa o Nezahualcóyotl para ver altares mixtos: virgencitas acompañadas de estampas de Cuauhtémoc Blanco o algún otro ídolo americanista. No hay ironía: hay cariño espiritual.



Coros que son oraciones, cánticos como mantras

La FIFA estima que durante el Mundial de 2014 se cantaron más de 200 mil cánticos distintos en las 64 sedes. Pero los que perduran son menos: los himnos de tribuna funcionan como rezos colectivos.

En Argentina, “El que no salta es un inglés” existe desde los años 80. En Brasil, el “Eu sou brasileiro, com muito orgulho, com muito amor” se documenta desde los 70. En Chile, “Chi-chi-chi, le-le-le” se remonta a la Copa del Mundo de 1962.

Son frases simples, pero cuando se repiten por decenas de miles, liberan una potencia emocional comparable a un mantra religioso. El psicólogo deportivo Daniel Wann lo estudió: cantar en grupo reduce la ansiedad y eleva los niveles de oxitocina, la hormona del vínculo.

Por eso un estadio no solo suena: sana.


El estadio como laboratorio de emociones

El estadio concentra emociones en bruto. La final del Mundial 2022 entre Argentina y Francia fue vista por más de 1,500 millones de personas: casi una quinta parte del planeta unida por un mismo pulso emocional.

El antropólogo británico Desmond Morris analizó al hincha como “el último miembro de una tribu premoderna”: alguien que necesita rituales para lidiar con un mundo incierto. Por eso las cábalas, las promesas, las prendas sagradas. El futbol no es un deporte racional: es un sistema emocional.



¿Por qué creemos?

Una estadística explica mucho: solo 2.6% de los partidos en grandes ligas terminan 0-0 (no aplica España).
Casi cualquier cosa puede pasar en noventa minutos.
Un gol en el segundo 90+8 puede cambiar historias, fortunas, memorias familiares.

Ese margen mínimo entre lo previsible y lo imposible es el espacio donde nacen las supersticiones. Sin caos, no habría fe.


La fe que se comparte

Un estudio del MIT detectó que en un estadio, cuando una multitud salta al unísono, el movimiento puede igualar el equivalente a un temblor de 1.5 grados.
Es casi literal: la fe futbolera se mueve.

Lo que sucede cuando un gol se grita no es solo ruido: es sincronía. Un instante donde miles de personas respiran al mismo tiempo, un breve acuerdo colectivo que en la vida cotidiana es prácticamente imposible.

Ese es el verdadero milagro del futbol.

El diablo en el camino: la penitencia como viaje y la culpa como territorio

Úrsula Márquez |


Con El diablo en el camino, Carlos Armella vuelve a esa zona áspera donde lo humano y lo sobrenatural se contaminan mutuamente. Su nuevo largometraje —que llega a salas mexicanas el 11 de diciembre— es, ante todo, una inmersión en la conciencia fracturada de un hombre que intenta cargar con lo que ya no puede soltar: el cuerpo de su hijo, su memoria, su culpa.

Armella, conocido por una mirada visual que convierte el paisaje en un estado mental, plantea aquí un relato que cruza lo místico con lo terrenal sin subrayados. La película sigue a Juan (interpretado con una fuerza contenida por Luis Alberti), un desertor del ejército federal marcado por la Guerra Cristera y perseguido por un diablo que parece más interno que externo. La premisa es brutal en su sencillez: caminar, literalmente, con el ataúd de su hijo a cuestas, rumbo a El Porvenir, su lugar de origen. Pero cada paso abre una grieta. Cada kilómetro revela el peso espiritual de un país desolado y de un pasado que no deja de morder.

La fotografía de Mateo Guzmán Sánchez convierte esa travesía en un espacio simbólico, donde el polvo, la noche y el silencio funcionan como adversarios. Nada es accesorio: la luz y la sombra dialogan con la angustia persistente del protagonista, mientras el relato se tensa entre el suspenso y la alucinación.

El diablo en el camino no busca el susto fácil ni el misticismo decorativo. Lo que propone Armella es un descenso íntimo hacia los fantasmas personales, a través de una narrativa que combina precisión formal con un pulso emocional que nunca se desvía hacia el melodrama. La cinta explora la culpa como herida abierta, el destino como condena y la redención como una posibilidad tan remota como necesaria.

Sinopsis:
Tras desertar del ejército federal al final de la Guerra Cristera, Juan es asediado por una figura diabólica que puede ser tanto una presencia real como la manifestación de su trauma. Con el cadáver de su hijo recién muerto a la espalda, inicia una caminata hacia El Porvenir. En un México devastado, su viaje se convierte en un enfrentamiento con los espectros de su pasado, una espiral de horror íntimo donde cada decisión revela el precio de sobrevivir.

Armella entrega una obra inquietante, profundamente atmosférica, donde el camino no solo se recorre: se paga. Mira aquí el tráiler.


Título: El diablo en el camino
Género: Ficción
Duración: 108 min.
País: México
Dirección: Carlos Armella
Producción: Yadira Aedo
Compañía Productora: CIMA, B Positivo Producciones, Tita B
Productions, Zensky Cine, The42Films, Pierrot Films, Godius, DVision
Fotografía: Mateo Guzmán Sánchez
Reparto: Luis Alberti, Ricardo Uscanga, Aketzaly Verástegui, Mayra Batalla, Roberto Oropeza y Osvaldo Sánchez

"Mátate, amor", una experiencia visceral no apta para espectadores ávidos de protagonistas perfectos


Cinetiketas | Jaime López


La nueva película dirigida por Lynne Ramsay, "Mátate, amor", no es recomendable para mentalidades conservadoras o repletas de prejuicios, que siguen romantizando temas como la maternidad.

Tampoco es apta para espectadores ávidos de protagonistas cuasi perfectos o discursos digeridos, que solo desean pasar un buen rato en la sala sin incomodarse.

Basada en la novela de la escritora argentina Ariana Harwicz, "Mátate, amor" se adentra en la mente de "Grace", quien acaba de convertirse en mamá y que padece un colapso emocional en la casa de campo en la que vive con su pareja.

A partir de esa premisa aparentemente sencilla, la cineasta de origen escocés plantea un retrato sin concesiones acerca de la depresión, los micro machismos, la salud mental y la falta de comprensión para las mujeres que no se apegan al rol de madres abnegadas.

Es ahí en donde la interpretación de Jennifer Lawrence se siente como un viaje feroz y sublime por distintas emociones que habitualmente la sociedad occidental busca reprimir.

La actriz ganadora del Oscar aborda a su "Grace" con una empatía salvaje, que sorprende, incomoda, pero también conmueve.

Ramsay propone una concatenación de imágenes no lineales, las cuales no buscan complacer a las grandes audiencias, sino retarlas a vivir una experiencia fílmica distinta, instintiva.

Ello con base en situaciones alejadas de lugares comunes, que causan escozor como lo que logró en sus anteriores producciones, "Tenemos que hablar de Kevin" o "Nunca estarás a salvo".

Para la cineasta, la condición humana no está sujeta a retratos edulcorantes sobre temas tabúes, siendo un ejemplo de esto las madres primerizas que sienten rechazo respecto a sus vástagos.

En "Mátate, amor", la realizadora no tiene temor en mostrar a una mamá que está más enfocada en satisfacer su sexualidad, que en dedicarse de lleno a labores domésticas.

Por otro lado, erige una extraordinaria crítica social contra los hombres rancios, que todavía siguen buscando en sus parejas a las madres perfectas, que supuestamente deben ser capaces de hacer muchas cosas al mismo tiempo.

Así, "Mátate, amor" es una experiencia visceral, pero imperdible, que se siente como una bocanada de aire fresco en medio de las propuestas superfluas que invaden las salas comerciales.



"Good boy", un gran protagonista y buenos enplazamientos de cámara, pero con algunos lugares comunes


Cinetiketas | Jaime López


"Good boy" es una película de bajo presupuesto que ha llamado la atención de las y los cinéfilos por contar una historia de terror desde la perspectiva de un lomito de carne y hueso, es decir, un perro que no está generado con efectos visuales ni con Inteligencia Artificial (IA).

Lo anterior es de destacarse, sobre todo, en el marco de las leyes actuales que rigen la industria fílmica, las cuales prohiben maltratar animales reales en sus producciones.

En ese sentido, el autor de "Good boy" y dueño del estelar, Ben Leonberg, ha explicado que solo filmaba tres horas al día y en sets controlados, lo que hace suponer que su objetivo era no estresar a su mascota.

Con menos de un millón de dólares de presupuesto, la principal fortaleza de la historia radica justamente en las reacciones de su peludo protagonista.

Ello debido a que dichas reacciones dotan a la película de una gran autenticidad y porque, obviamente, causan una empatía a flor de piel en la audiencia.

El filme comienza con el dueño de "Indy" mudándose a una granja familiar supuestamente embrujada y en donde el ser sintiente comienza a percibir energías extrañas.

Lo que sigue es una serie de emplazamientos de cámara bien resueltos para percibir las reacciones del lomito, que indudablemente son la mayor atracción de la película.

Así, sus miradas, ladridos y llantos elevan la premisa del argumento, uno que tiene el defecto de caer en algunos lugares comunes del género como incluir varios "jumpscare".

Un "jumpscare" es la aparición abrupta de un rostro o figura tétrica, así como la utilización de un sonido fuerte, que tienen la finalidad de causar mayor tensión en los espectadores.

En el caso de "Good boy" se puede identificar un constante uso de ese tipo de recursos, que desafortunadamente le restan profundidad a la premisa.

Además, la película apenas dura 75 minutos, pero por momentos se siente como una historia larga y pesada, lo que evidencia su irregular ejecución.

No obstante, "Good boy" es dueña de una cuidada paleta fotográfica, en donde se trata de evitar darle foco a los rostros de los seres humanos que aparecen en el relato.

Eso último se agradece infinitamente, porque logran que la propuesta se sienta profesional y bien planeada. También resulta admirable que el filme trata de ser lo más artesanal posible.

En cuanto a su discurso, es plausible que el terror solo es un pretexto para hablar sobre los duelos o la pérdida de un ser querido. Ojo a la última secuencia de la película, que también es otra de las grandes virtudes de la misma.

Al final, "Good boy" es recomendable en términos generales, que sí pone nerviosa a la audiencia por varios momentos, pero tampoco es la propuesta más sublime de este año.



Con "Frankenstein", Guillermo de Toro echa mano del monstruo para reflexionar sobre la condición humana


Cinetiketas | Jaime López


Las dos ocasiones en que un servidor ha podido ver en pantalla grande "Frankestein", la nueva película dirigida por Guillermo del Toro, hubo espectadores que terminaron llorando después de leer la cita textual con la que el realizador tapatío cierra su propuesta.

Se trata de un fragmento de la poesía de Lord Byron, quien fue el que desafió a la prestigiado Mary Shelley, dramaturga británica y creadora de "Frankestein", a escribir un texto de terror.

La cita habla sobre los corazones rotos y su supervivencia en un mundo hostil, que justamente captura la esencia de lo que quiso transmitir Mary Shelley y Del Toro.

Con su característico estilo visual gótico, el "Frankenstein" del creador mexicano plantea una historia acerca del perdón y de tomar la decisión de continuar existiendo a pesar de nuestras heridas personales o familiares.

Para quienes no conocen la sinopsis, el protagonista de la historia, "Víctor Frankenstein", decide rebasar los límites de la ciencia y crear vida como si fuera un Dios moderno, debido a un episodio doloroso que tuvo en su infancia.

Dicho episodio fue provocado por el yugo de su padre, un médico extremadamente frío que estaba más preocupado por su imagen y el legado de su apellido, que por el bienestar de su vástago.

A partir de ese argumento, y capturando el espíritu de la novela de Mary Shelley, Del Toro propone un discurso sobre el rechazo, pero también sobre la capacidad de las personas para seguir teniendo esperanza y amor, a pesar de la violencia que hay a su alrededor.

Todo esto sin apartarse de su estilo lleno de fantasía, así como sin prescindir de sus escenografía y musicalización góticas.

Además, el cineasta no tiene temor en mostrar secuencias sangrientas, que contrastan con la elegancia de sus decoraciones, pero que visualmente hacen más atractiva su paleta fotográfica.

En cuanto a las actuaciones, Jacob Elordi logra rebasar las limitaciones del maquillaje para entregar una actuación llena de una sensibilidad epidérmica con su "Criatura", mientras que Mia Goth interpreta majestuosamente a "Elizabeth", metáfora de la inteligencia emocional o de la compasión en la historia.

Acerca de Oscar Isaac he leído opiniones encontradas, pero cumple con su personaje, aunque no resulta memorable, algo que se lamenta, porque es el que tiene la mayor parte de la historia en sus hombros.

No obstante, el "Frankestein" de Del Toro es una de las mejores propuestas fílmicas que se ha estrenado este año, la cual evidencia que, pese al paso de los siglos, las heridas y dolores personales siguen definiendo la condición humana.


"Dallas" de Lázaro Cristóbal Comala: todo lo que extrañas ya no existe



Por Alejandro Carrillo 


Hay canciones que no se escuchan, se sobreviven. Dallas, de Lázaro Cristóbal Comala, no ofrece alivio ni luz al final de la carretera. Es una canción que se sienta contigo cuando ya no puedes hablar, cuando solo queda mirar el suelo y aceptar que algo dentro se rompió para siempre.

No hay épica en su voz, solo un temblor cansado, una derrota que no pide perdón. Dallas suena como si alguien hubiera grabado el eco de un adiós demasiado largo. Huele a habitación cerrada, a ceniza, a una noche que no termina. Y en medio de esa penumbra, Lázaro pronuncia una verdad que duele como si la dijeran dentro de uno mismo:

Esta vez lo mejor es hasta aquí, no sé de ti y menos de mí, todo lo que extraño, todo lo que extraño, todo lo que extraño, ya no existe.

No existe. Qué frase tan simple y tan cruel. No hay poesía en eso, solo la precisión con que se nombra el vacío. Escucharla es aceptar que lo perdido ya no tiene cuerpo, ni rostro, ni regreso. Que uno también se disuelve un poco con lo que ama.

Musicalmente, Dallas suena a Nick Cave perdido en el desierto, a Johnny Cash mirando su propio ocaso, a Nacho Vegas buscando redención entre tragos, pero también a José Alfredo Jiménez: ese mismo impulso de beberse la tristeza y convertirla en canto. Lázaro hereda la escuela de los que entienden que el dolor no se supera, se afina. Su voz tiene la aspereza de la derrota y la dignidad del que canta para no desaparecer.

Dallas no busca consuelo, busca silencio. Es un lugar al que se llega sin equipaje, solo con el cansancio de haber querido demasiado. En su sonido hay un tipo de fe retorcida: la fe de seguir respirando aunque ya nada importe.

Yo escucho Dallas cuando necesito recordarme que no pasa nada si uno se queda tirado un rato. Que a veces hay que dejar que el dolor se acomode, que hable, que respire. Porque solo cuando todo se apaga, cuando no queda nada, empieza a existir una paz mínima, una soledad que ya no hiere.

Lázaro no canta para el público. Canta para los que no pueden dormir. Para los que alguna vez entendimos que el amor también tiene fecha de vencimiento. Y que a veces, sobrevivir consiste solo en quedarse quieto, mientras la canción nos hace compañía en lo que vuelve a amanecer, si es que eso pasa algún día.

Un pájaro que ya no está


Por Jorge Sosa |


Este texto recoge y amplía lo que escribí para la cuarta de forros del libro “Los poemas humildes son verde menta” de Iván Mata, editado por Ediciones Come Fuego.


Iván Mata es el poeta más vulnerable que conozco. El que está en más contacto con sus propios afectos y odios. Escribir, para mí, es un acto de observación. Iván es más preciso, en él parece un acto de escucha. ¿Qué escucha Iván? Sus tiernas y violentas emociones. Los chismes en redes sociales. La música de los aparatos de gimnasio y las tijeras que cortan cabello en las estéticas. El canto de un pájaro que ya no está, del que solo queda la jaula. 


El nombre del libro tiene su origen en una tendencia clasista de TikTok que señala que el color “verde menta” es predominante en las fachadas e interiores de las casas de las personas pobres. El ejercicio de apropiación de Iván para su libro no evade la naturaleza odiosa de los videitos de internet. Hace belleza de la tirria. En especial, de la propia:


“Sería una persona grosera con todos

porque tendría amor

el tuyo

a cada momento, donde sea, cuando fuera.”


Cada vez que leo de nuevo el libro, me río. Supongo que las personas que crean y comparten videos en redes sociales burlándose de alguien más, también se ríen. El humor de Iván está de un lado de la balanza que aprecio mucho. Me hace recordar que no me importa mucho la caricatura de mi persona. 


Es tan cándida la forma de escribir de Iván, que a veces me distraigo con lo mucho que me gusta lo que dice y dejo de prestar atención a lo mucho que me gusta cómo lo dice. Es el truco que comparten una gran balada pop y una naturaleza muerta. El bailecito lento y las frutas son tan bonitas, que parece que estuvieron ahí siempre y no son el producto de miles de notas y colores mezclados hasta el hartazgo.


Los textos de “Los poemas humildes son verde menta” parecen escritos con la energía encontrada para seguir bailando en una fiesta a las cuatro de la mañana. Un momento de lucidez en medio de un cansancio abrumador. Después de llorar, quedarse dormido y despertar de nuevo todavía intoxicado. Es un mal momento para tomar decisiones, pero Iván demuestra que es un buen momento para hacer poemas.


"Camina o muere", crudo retrato sobre la explotación a los jóvenes y la gente de a pie



#Cinetiketas | Jaime López


La competencia encarnizada y el control de las juventudes por parte del Estado son dos de las ideas que forman parte de "Camina o muere", la adaptación fílmica del texto escrito por Stephen King, "The long walk" o "La larga marcha", por su traducción al español.

Se trata de una propuesta discreta y efectiva, que con poca publicidad, ha sido bien recibida entre la crítica mundial y la audiencia debido a su cruda representación del capitalismo y la desigualdad social.

Ello debido a que cuenta la historia de 50 adolescentes que deben caminar a una velocidad constante a lo largo de varios días y sin ninguna meta específica de kilómetros.

Quien baje su promedio de recorrido es amonestado y quien sume tres advertencias es ejecutado por los elementos del ejército que vigilan a los concursantes.

Muy al estilo de "El juego del calamar" y la saga de "Los juegos del hambre", el premio para quien se mantenga como la última persona viva es un apoyo económico.

Esa es la línea argumental que utilizan los creadores del filme para erigir una crítica contra el abuso de los poderosos hacia la población de a pie, pues se aprovechan de su necesidad financiera para controlarla a su antojo.

Junto con ello, el director de la película, Francis Lawrence, se encarga de representar a la clase dominante como un ente insensible y deshumanizado, que supervisa el concurso desde la comodidad de sus tanques.

Y además se las ingenia para transmitir oportunamente el cansancio, agonía y ansiedad de los participantes, que en su momento Stephen King plasmó de manera grandiosa en su novela.

En la obra audiovisual estrenada en septiembre pasado, Lawrence demuestra su oficio para los dramas distópicos, un estilo que consolidó en "Los juegos del hambre".

Asimismo, respetó la petición del aclamado escritor de obras de terror, quien puso como condición que solo daría luz verde a la adaptación cinematográfica de su historia sino matizaban la violencia de la misma.

Y así sucedió, porque en "Camina o muere" Lawrence exhibe las ejecuciones de los participantes de manera explícita, con la sangre salpicando la cámara.

Asimismo, no tiene temor de mostrar el excremento que sale de los traseros de los jóvenes, quienes no pueden detenerse a hacer del baño, porque eso podría costarles la vida.

Por otra parte, el también responsable de "Constantine" y "Soy Leyenda" logra construir un retrato acerca de la amistad masculina y la pérdida de la inocencia, apoyado por un elenco de rostros frescos, en donde destacan los protagonistas, Cooper Hoffman y David Jonsson.

Ambos transmiten una hermandad a flor de piel, que se ve acentuada por las condiciones extremas en las que se encuentran inmersos y, además, logran dar a los espectadores un aire de esperanza.



Letrinas: Minificciones V de Franco García



Minificciones IV de Franco García

 

Vacíos existenciales

Vivo a las afueras de Acapulco y en un departamento que se encuentra en el quinceavo piso de un edificio casi en ruinas. En el también habitan ladrones, prostitutas, burros, sapos, violadores, asesinos, secuestradores, madres solteras, obreros. He de confesar que mi departamento está repleto de vacíos existenciales y cada vez ocupan más y más espacios. Un día saldré volando por la ventana.

 

Anarcosugerencias

En el Medical Reality Show, el psiquiatra y psicoanalista Otto Gross recomendó lo más sano para la depresión: anarcobenzodiacepinas y anarcoextremafornicación.

 

Aleluya, aleluya

Cuando esnifo soy un demonio; al despertar, un santo. Y Dios, qué maravilloso es entonces el milagro de la resurrección.

 

Padecimientos

No hay mayor tristeza que ir a la farmacia a comprar antidepresivos y no anticonceptivos.

 

Estirar la mano

No hace mucho, en La Vacacional, Acapulco, murió una mujer afuera del Walmart. De un momento a otro se desvaneció. La temperatura oscilaba entre los 40 o 50 grados Celsius. Era una época infernal en el puerto. Le gente ni se inmutó con su presencia y quedó ahí la mujer, envuelta en el rebozo, de rodillas, con la mano bien estirada, sin saber si solicitaba un apoyo para levantarse o una moneda para hidratarse. 

 

Cuellos negros

No hace mucho, en La Vacacional, Acapulco, vivía un viejo norteamericano en una enorme hacienda, donde cultivaba papaya, mango y algunas hortalizas. Todas las tardes, debajo de una enorme ceiba y después de una ardua jornada, siempre les contaba las mismas historias de los negros gringos a sus trabajadores negros acapulqueños.

—Era todo un deleite ver colgar a los negros rebeldes. Podíamos escucharles tronar el cuello: crac, crac…

Y siempre intervenía el pequeño Julio, hijo del matrimonio de la cocinera y el chofer:

—Igual como les tronó a don Pedro, a don Raúl, a don Esteban, a don Mario y a todos los que no aceptaron sus malos pagos, ¿verdad?

 

Primero muerto

Llegaron con lujo de violencia y a gritos desesperados. Debía más de cincuenta mil millones de pesos al fisco y traían una orden judicial. Desde hacía meses que mi empresa se encontraba en banca rota pero no lo aceptaba. Insistieron una y otra vez con sus amenazas. Me negué a salir. Jamás me separarían de mis deudas. “¡Primero muerto!”, les grité a las autoridades y ordené al sepulturero que no dejara de echar tierra a mi féretro.

 

Fiesta brava

Desde la tribuna, y con micrófono en mano, el político repetía lo mismo cada campaña electoral: “Estimados compañeros: les prometo que no cumpliré nada de lo acordado. Nada. Y a ustedes les consta. ¡Pero vaya fiesta que habrá cuando ganemos, señores! ¡Qué fiesta, verdad de Dios!”. Y aquel pueblo enardecido de justicia no paraba de aplaudir, gritar y silbar por el enorme banquete que se avecinaba.

 

Hartazgo

¡Estoy hasta la madre de que a esta mujer no la amen como es debido!, dijo el corazón y, por fin, detuvo sus latidos.

 

Inundación

Vamos, nena, arráncame los ojos de una vez ahora que me dejas para siempre, porque casi me ahogo todas las noches cuando reposo mi cabeza sobre la almohada.


 

Franco García (Vacacional, Acapulco). Ha publicado en Punto de partida, Punto en línea, Ágora, Opción, Mono, La otra voz, Trinchera, Acapulco Cultura, Minificción, Monolito, Rankia, Palabrerías, Zompantle, Capote, Enpoli, Sputnik, Periódico Poético, Revista Noche Laberinto, Letras y Voces, Irradiación, Campos de Plumas, Revista Pirocromo, Revista Alcantarilla, Revista Hipérbole Frontera, entre otras. Parte de su obra ha aparecido en antologías de minificciones y cuentos.

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