Call me old fashioned… please! | Por Mónica Castro Lara |
No, no puedo. La voz de Ella Fitzgerald tiene algo indescriptible que me impide dejar de escucharla y sobre todo de admirarla. Cada que empiezan las primeras líneas de “Summertime” –y se me enchina todo lo enchinable-, pienso en lo mucho que me encantaría tener una regresión muy al estilo de “Midnight in Paris” y estar en un barcito de Harlem en Nueva York o en el teatro Apollo, escuchando en vivo y en directo a esta gran mujer con esta gran voz y sobre todo disfrutar de una maravillosa interpretación, acompañada de grandes músicos y de un jazz que, personalmente considero, ya no se escucha en estos días.
No, no puedo. La voz de Ella Fitzgerald tiene algo indescriptible que me impide dejar de escucharla y sobre todo de admirarla. Cada que empiezan las primeras líneas de “Summertime” –y se me enchina todo lo enchinable-, pienso en lo mucho que me encantaría tener una regresión muy al estilo de “Midnight in Paris” y estar en un barcito de Harlem en Nueva York o en el teatro Apollo, escuchando en vivo y en directo a esta gran mujer con esta gran voz y sobre todo disfrutar de una maravillosa interpretación, acompañada de grandes músicos y de un jazz que, personalmente considero, ya no se escucha en estos días.
Su historia no es muy diferente a la de otros: pese a tener todas las de perder, -viviendo en las calles después de quedar huérfana- su afán de ser una artista era más grande que cualquier otra cosa y, casi como magia, entra a un concurso local, vuelve loca a la audiencia, gana y la contratan como cantante en un grupo musical. Quién tuviera esa suerte de encontrar un trabajo ideal tan rápido ¿no creen?
“I never knew how good our songs were
until I heard Ella Fitzgerald sing them”.
- Ira Gershwin
Ella supo juntarse con los grandes: hizo duetos con Louis Armstrong, Sinatra, Duke Ellington, Joe Pass, entre otros. Tremendas colaboraciones que quedaron para la posteridad para que personas como yo nos obsesionemos y añoremos con mucho sentimiento aquella época. No eran necesarios grandes espectáculos ni vestuarios extravagantes; tampoco coreografías exageradas ni cantantes poseedores de una belleza desmedida. Lo que sí era indispensable era el TA-LEN-TO. Sí señores, importaba la voz y Ella la tenía, así como una sincronización impecable y perfecta afinación. Los músicos con los que trabajaba, decían que casi siempre seguían únicamente la melodía de su voz. Otros aseguran que cantaba de la misma forma sólo cuando tenía que grabar un disco; Ella amaba improvisar.
A veces me gusta compararme con Ella: una mujer tímida, noble, sincera, de pocos pero grandes amigos, con algunos romances fugaces, pasadita de peso, sumamente comprometida con su trabajo y que expresaba mejor lo que sentía cuando cantaba (yo no canto, peeeero igual me gusta expresarme de otras maneras). Nunca olvidaré la primera canción que escuché de Ella: “April in Paris” y hasta la fecha es mi favorita. Si no la han escuchado… ¿qué demonios esperan?
Cuando escucho a Ella, poco importan los numerosos premios y reconocimientos que ganó, o que le apodaran “La Primera Dama de la Canción”, o que forjara el camino para que otras mujeres se atrevieran a cantar jazz y swing; cuando escucho a Ella, siento que me está cantando únicamente a mí y estoy segura que ningún otro artista había logrado ese efecto con una servidora, por eso es que no puedo dejar de escucharla. Gracias Ella Fitzgerald.
“Ella Fitzgerald is singing her heart out. Always.”
La Autora: Publirrelacionista
de risa escandalosa. Descubrió el mundo del Social Media Management por
cuenta propia. Gusta de pintar mandalas y leer. Ácida y medio lépera.
Obsesionada con la era del jazz. Llámenme anticuada… ¡por favor!